jueves, 13 de septiembre de 2007

Paraguay

En el cartel de la puerta dice que cierran a las siete y media y son las siete y veinte, aunque mi reloj, que es mi móvil, va adelantado 13 minutos y eso me hace sentir como en un eterno examen de matemáticas. Resto trece y suspendemos todos.

La copistería tiene un mostrador a dos metros de la entrada. Detrás, las máquinas fotocopiadoras, por fortuna mudas, jadeantes. Da mucho miedo cuando todas las fotocopiadoras funcionan a la vez, multiplicando por cientos contratos y poemas y tesis doctorales, con una indiscriminación y un desprecio desgarradores, sin importarles el sudor o el pavor que mancha con la tinta esos papeles, sin atender a la emoción que mecanizan por un precio proteico, viral. El joven dependiente se me acerca. No me saluda.

-Hola –digo, y saco unos folios de mi cartera.

Tengo un lío de la hostia. No sé qué fotocopiar ni cuántas veces. Me quedan veinte euros nada más. Hojeo mis cosas.

-¿Cuánto cuesta cada copia? –pregunto, para ganar tiempo.

-Hombre, pues depende de las que hagas...

Sigo hojeando; hago cálculos.

-Bueno... No sé...

-A ver, ¿cuántas copias quieres?

Alzo la vista. El joven tiene gafas, está algo gordo. Su mirada salta de mis ojos a mis papeles.

-Toma –digo-, doce copias de esto.

Le paso cinco folios. El joven se aleja, mete mi Curso de literatura de viajes: Un doble extrañamiento en una máquina y le crea doce clones. Mientras se produce el parto, hojeo fotocopias de libros: Viaje sentimental, Viaje alrededor de mi habitación, El corazón perdido de Asia... Un lío.

Vuelve.

-Este es el original y estas las copias. ¿Algo más?

-Sí –contesto-, a ver que miro...

Manoseo capítulos durante varios minutos. El joven no se aparta del mostrador. Tiene el ombligo subido en él.

-Pues.. hazme también doce de esto, por favor.

Lo toma y se aleja y lo pone en la máquina. Le sigo con la vista y, cuando se da la vuelta, nuestros ojos se encuentran. Me atrevo. Hoy tengo el día que me atrevo.

-¿Estás enfadado?

-... –el joven.

-Es que te noté... irónico... ¿Estás cansado?

-Sí, estoy con la selectividad... Y acabo de volver de unas supuestas vacaciones...

Su acento me llama la atención.

-¿Eres de Perú o algo así?

-No.

-Ah, me parecía. ¿Eres español, entonces?

-Del Perú “o algo así”...

-No sé. Perdona.

Al fondo se oye el runrún de la fotocopiadora.

-Soy de Paraguay. Muy lejos de Perú. No tiene nada que ver con Perú.

-Ah, ya. Perú está... lejos de Paraguay.

-Sí, no soy de Perú.

-Yo conocí a muchos paraguayos en... un momento de mi vida.

-... –incrédulo.

-Ah –he mirado un momento al fondo del establecimiento y lo he visto de casualidad-, je, je, ya veo que tienes el mate allí.

-Sí... –sonríe.

-Los paraguayos que conocí estaban todo el día bebiendo mate, con la bombilla esa, mate frío. También tocaban el harpa. Hablaban guaraní entre ellos y odiaban al doctor Stroessner.

-Veo que sabes algunas cosas de Paraguay.

-... –el listillo.

Sigo:

-Me gustó que uno de mis amigos paraguayos dijo que tu país era el único país mediterráneo de Sudamérica. Yo pensé, qué coño mediterráneo... mediterráneo es Italia...

-Mediterráneo quiere decir que está rodeado de tierra...

-Sí, sin salida al mar. Pero entonces me sonó... gracioso. Paraguay es un pais mediterráneo. Yo qué sé.

El joven vuelve a la máquina. Saca mis copias. Vuelve con ellas.

-Aquí tienes.

Luego se pone con la calculadora. Dice algo en voz alta.

-¿Perdona?

-Nada, te voy a cobrar un precio más barato.

-Ah.

Se me acerca.

-Siete con ochenta.

Saco la billetera. Tengo el billete de veinte, pero también uno de cinco. Miro las monedas en los bolsillos. Dos euros y diez céntimos. Le doy el billete de veinte.

El joven acude a la caja registradora. Oigo el racarraca de la caja registradora.

-Oye, ¿no tienes ochenta?

-No, no, lo siento.

El joven baja la vista. La alza de nuevo.

-Pero he visto que tenías un billete de cinco.

Me acerco.

-Sí –pongo el billete de cinco euros sobre el mostrador, también las monedas-, no me llega.

El joven me devuelve el billete de veinte euros y toma el de cinco, y los dos euros con diez.
-Es igual –dice-, estamos cerrando caja.

En ese momento, de la trastienda, sale una señora. El joven finaliza su operación y va hacia ella. Yo estoy demorándome en meter las copias en la cartera. Dentro llevo un ejemplar de mi libro. Me estorba y lo saco.

-Qué bien huele –oigo que le dice el joven a la señora.

-¿A qué huele? –pregunta la señora.

-Usted –dice el joven-, que huele usted muy bien.

Se separan. He metido las copias en la cartera y me he quedado mirando al joven, que está bastante lejos, junto a una mesa.

-Perdona –le convoco.

-Sí.

-¿Tú lees?

-...

Otra pregunta errónea, ruda.

-Libros, quiero decir. ¿Lees novelas?

-Claro.

-Entonces, ¿te consideras un lector habitual?

-Sí, sí.

-Pues toma –saco mi novela-, te doy esto.

El joven se me acerca.

-¿Qué es?

-Una novela. Mía. Espero que te guste.

La coge. La hojea un poco.

-Gracias. Muchas gracias.

-De nada. Hasta luego.

Salgo de la tienda. Camino hacia el Metro. Voy pensando en el chico de la tienda. Ironizo: no me extraña que Paraguay esté siempre al borde del abismo, con esa forma de entender los negocios...

Entonces empiezo a sentirme mal. No debería haberle dado mi novela. Ha sido un error. Ha sido prepotente.

Esta estación del Metro de Madrid se llama Rubén Darío.

5 comentarios:

  1. Rubén Darío, el famoso poeta peruano, o algo así.

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  2. no, no fue prepotente. de ninguna manera. te dió la paranoia esa que le da a uno con la gente de países que uno no sabe dónde quedan, eso es todo.

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  3. la música verdadera,...,una música vulgar, puesta en la calle como una farola o una caseta de periódicos

    enhorabuena

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  4. Paraguayos, uruguayos, ¡qué más da! No te hagas el sabiondo que yo al menos distingo una paraguaya de una pera de conferencia. Siéntete libre para censurar cualquiera de mis absurdos comentarios. No me enfadaré.

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  5. –Volvamos a la literatura: ¿qué autores jóvenes le interesan?
    –De los jóvenes digamos de menos de 35 años, me interesan Alberto Olmos, Elvira Navarro, Pablo Caballero, Torné de la Guardia, Isaac Rosa, Olga Novo y Yolanda Castaño entre otros.

    Belén Gopegui

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