domingo, 1 de diciembre de 2013

raudo # 68

Me acuerdo a menudo, estos días, de una cita, o medio cita, de una apreciación (un consejo) de Charles Bukowski (que quería copiar aquí, pero que no sé si guardé o no en algún documento, ni en cuál), se trata de unos versos de (y este título casi equivale a la cita perdida) lo más importante es saber atravesar el fuego, dicen algo como: si quieres dedicarte a los libros, a escribir, has de saber que te atacarán (dice Hank) por dónde más te duela (seguramente no era tan ramplón, el verso), consejo (apreciación) que uno entiende (cursiva), pero que va entendiendo de verdad (en-carne-propia) estos días, estos sábados, estos viernes de reseñas y légamo pues, lo último -y como lo tengo en la cabeza lo escribo, aunque luego sea posible que este post íntimo y público quede como una respuesta que no es, un ataque que, bueno, sí es, un debate que no, pues aquí venimos con la sintaxis culebreante y la experimentación para uso propio: a santo de qué explicar nada-, digo, lo último, es la reseña de un tal Fernando Valls, cuyos méritos (de ahí el tal) desconozco, salvo, justamente, su labor de antólogo de cuentos y seguidor del género en un blog que blablablá, y el caso es que la reseña dice cosas, muchas, variadas, y con algunas está uno de acuerdo (ciertamente la "voluntad de estilo" no es la característica más destacada de los autores de Última temporada, libro al que atañe la recensión de Valls, y ciertamente hay altibajos entre los firmantes, unos mejores, otros peores, dentro, claro, de que en eso, por gustos y simpatías estéticas, nunca nos pondríamos todos de acuerdo) y con otras, obviamente, no, de tan disparatadas y hasta patéticas que resultan; pero hay, también, nuevamente, una afirmación que me causa pasmo -como al otro estupor-, desasosiego, incluso una definitiva tristeza (y sólo esas siete palabras justifican este escrito: todo lo demás, siendo discutible, es legítimo), ya que, como aquel otro con lo del Monopoly, y aquellos otros con lo de mi afán promocional, Valls afirma gratuitamente -aunque cobrando, de Babelia-, sin más argumentos que aquellos propios de la bilis y de la mala fe, que yo (cito) vivo "obsesionado con los premios y los adelantos", y se queda -dios lo bendiga- tan pancho, de modo que he de buscar un símil nuevo, pues aquel de la infidelidad ya lo gasté, y encuentro éste: que vivo, también, obsesionado con la cocaína, veo mucha cocaína a mi alrededor, a veces no veo más que cocaína a mi alrededor, por lo que, quizá a menudo, comento cuánta cocaína hay a mi alrededor, lo que llevaría a un Fernando Valls -o sea, a un tipo sin escrúpulos ni sentido ético, por lo que se ve- a afirmar -cobrando-, con alevosía, gratuidad y cachaza: Alberto Olmos vive obsesionado con la cocaína, o séase, que de no haber probado nunca la cocaína -virgninidad de la que estoy satisfecho pero en modo alguno orgulloso- paso a ser un cocainómano reconocido, y así "obsesionado con los premios y los adelantos", dicho en tan alto foro, y con tal displicencia, significa -tachán- que en efecto vivo obnubilado por los galardones y los dineros, y, sin embargo -pobre de mí-, si se piensa un poco -incluso no siendo yo, no siendo juez y parte-, ¿cómo puede afirmarse que un autor sin premios está obsesionado con los premios?, pues ahí está mi biografía, mi wikipedia, finalista de algo en 1998 (!), ganador de algo local en 2006, y para de contar, cuando justamente Valls es experto en cuentos, o sea, en cuentistas, o sea, en gente que gana 23 premios provinciales al año, autores a los que no les importa escribir de frutos secos gallegos si el concurso de tal pueblo de Pontevedra especifica dicho asunto como obligado tema del relato: pero soy yo, que ni siquiera participo en concursos, el que vive obsesionado con los premios -pobre de mí-; y luego, en segundo término, tenemos otra calumnia igualmente aleatoria -bien podría Valls, el tal, decir: vive obsesionado con el sistema métrico decimal, la factura de la luz y el color amarillo: tanto daba- y es: "obsesionado con los adelantos", y, claro, te tienes que reír, y ponerte triste, pero mejor será reír, cuando uno, de nueve o diez libros que ha publicado, no ha cobrado adelanto en casi la mitad de ellos, y apenas nada en los restantes títulos, y, además, ningún editor de los varios que ha tenido (uno) podrá decir que el aquí presente le dio la brasa, la barrila, el santo coñazo con el dinero, que negoció siquiera lo que le ofrecían, pues siempre pasé de largo sobre este asunto e incluso en un libro (Tatami) fui yo, chulísimo, el que dijo: no quiero cobrar adelanto, quiero cobrar lo que se venda, todo lo cual Valls no tiene por qué saber, pero parte sí, por puro sentido común y, claro, algo de honradez e intuición: quien ha publicado cuatro novelas en Lengua de Trapo muy obsesionado con los adelantos no puede estar; quien se pasa la vida escribiendo y publicando sin remuneración alguna tanta importancia no le debe de dar al dinero literario; pero ¿y qué más da?, "obsesionado con los premios y los adelantos" dice de mí, consigna de mí, cincela de mí, dictamina; calumnia; algo que no dice de tantos de sus autores favoritos, que cuentan sus novelas por premios y alguno de los cuales ha llegado a preguntarme a mí -no yo a él- cuánto te dan, cuánto te han dado, ay; te tienes que reír; soy cocainómano porque no pruebo la cocaína, también; qué risa todo.Qué pena.