lunes, 19 de marzo de 2007

Del rosa al amarillo

Llevo la misma camisa que mi editor. Es una camisa de Desigual, de color azul turquesa, con muchas letras escritas en el costado derecho, el punto final bordado directamente sobre el corazón. La camisa me gusta mucho y las letras no se ven por la chaqueta, que también me gusta mucho. Es de Danielle Alessandrini. Los vaqueros son de G-Star y también me gustan mucho. Mi amante está muy enfadada conmigo porque siempre le miro la marca de la ropa que se va quitando. Ella deja la falda sobre la silla y yo le miro la marca. Luego deja la blusa sobre la silla y le miro la marca. Luego me da un beso y yo echo de menos la marca. El amor no es una marca, sino un stock de invierno. La piel suda logos.

El caso.

Que estoy a las puertas de la editorial. Con mi camisa. Acabo de apretar el botón del telefonillo y no contestan. A mi espalda aparece de pronto Miguel Beige, ya sabéis, ese escritor que no se llama Miguel ni se apellida Beige pero al que pongo este nombre para no hacer promoción de su libros, tan, tan, tan jodidamente leídos: que no sea gracias a mí.

-¿No están? –Miguel.

-No contestan –yo.

-Estarán cambiándose.

-A lo mejor.

Miguel agarra el móvil y llama a su novia. Tiene una novia. Yo a su edad también quisiera tener una novia. De momento me conformo con el amor.

-Hola, estoy aquí con A. Sí, sí, trataré de... Sí, no se alargará mucho... Aunque luego ya sabes... A lo mejor te llamo desde la habitación de un hotel a las cinco de la mañana con una rubia despampanante al lado...

Miguel, a su novia.

Cuelga.

-Saludos de mi novia.

-Gracias. Oye –esperamos a la puerta de la editorial-, me ha encantado lo que escribiste el otro día.

Nota: realmente me ha encantado.

-Gracias.

Hablamos de lo que hablan los escritores entre sí. Ahora que soy escritor y hablo con escritores me doy cuenta de lo poco que me sorprende lo que hablan los escritores entre sí. Los escritores, entre sí, hablan de lo mismo de lo que habla todo el mundo: de sí mismos.

-Yo y mi libro –yo-. Mi libro. La crítica de mi libro en El cultural. Has leído mi libro. No está en la FNAC. No está en ninguna parte, mi libro. ¡No está en la FNAC mi libro me cago en Dios!

-Está en el escaparate de El bandido doblemente armado.

-¿Ah, sí? Jo.

-Sí, cabronazo.

Llega el editor. Lleva traje y corbata. Es el editor. Miguel no lleva corbata. Yo no llevo corbata. No editamos libros, sólo se los damos al señor de la corbata. Para que haga millones con ellos.

-¿No hay nadie? –el editor.

-No.

Abre la puerta. Subimos al ascensor. Llegamos al quinto piso. Entramos. Hace un calor infernal.

-¡Qué calor! –yo.

-Sí –el editor-, nadie se acuerda de... Mira que se lo digo: apagad la calefacción. Nada. Ni caso. Algún día van a venir a decirme: el culpable del cambio climático es usted. ¡Y tendrán razón!

Abrimos una ventana.

-¿Bebemos algo? –el editor.

Los que no editamos decimos que sí.

Bebemos ron en vasitos con hielos. Nos sentamos en una sala con sillones de cuero y muchos libros por todos lados. El editor nos enseña uno que recopila las portadas de Penguin.

-¡Qué buenas son! –yo.

Suena el timbre. Voy a abrir. Me gusta eso de abrirle a alguien la puerta de una editorial.

-Pasad, pasad –yo, ufano.

Son escritores y aledaños. Los aledaños llevan falda y enseguida se quitan los abrigos.

-Seguid quitandoos ropa, por favor –Miguel Beige, novelista con novia.

-... –yo, sin novia.

La jefe de prensa, que llevaba en su día el mismo abrigo que mi hermana pequeña, se me acerca.
-A, le regalamos una camisa igual al editor por su cumpleaños.

-Ah. Qué curioso.

Me deprimo. No quiero llevar la misma camisa que la gente va por ahí regalando a los editores independientes. Me pongo otro ron. Estoy muy deprimido porque mi camisa de Desigual es igual a una camisa que tiene mi editor en su casa, quién sabe junto a qué manuscritos rechazados.

-No le valía –aclara la jefe de prensa.

Eso no me hace más feliz, pero me hace más delgado.

Llega más gente. Escritores. Uno es David Torres, que creo que se llama así y si no se llama así ya no hace falta inventarle un pseudónimo. Por supuesto, no lleva corbata. También hay un chico muy delgado que traduce escritores checoeslovacos. Sólo por eso, no pienso hablar con él. Luego hay un escritor efectivamente checoeslovaco al que habrá que ir traduciendo poco a poco todos sus gestos. Un rollo.

Luego hay más chicas de la editorial que se quitan los abrigos.

Finalmente, tres escritores jóvenes: uno con corbata de rayas negras y blancas en horizontal, otro con sudadera con capucha y otro que se ganó un premio. Salimos.

Y vamos en mancha hacia el Círculo de Bellas Artes de Madrid, donde pomposamente se entrega el premio Lara a la mejor novela del año pasado. El premio lo ha ganado esta mañana Eduardo Mendoza y todavía no se puede decir. La verdad es que a casi todos nos da una pereza de la hostia decir que el premio lo ha ganado Eduardo Mendoza, por lo que no hace falta que nos amordacemos los unos a los otros con las invitaciones. Eduardo Mendoza: mi más sentida enhorabuena.

Mi editor me llama a un escaparate.

-A., mira –apunta dentro de la librería del Círculo de Bellas Artes-. Ahí está tu libro, para que luego digas que tu libro no está en ningún lado.

Veo mi libro.

-Ah, sí, ya nunca más diré que mi libro no está en ningún sitio. Lo juro por Dios.

Entramos en el Círculo de Bellas Artes. Hay un mogollón de gente asquerosa y Jesús Ferrero se me transfigura durante cinco minutos en Pedro Juan Gutiérrez.

-¿Es –pregunto a un escritor premiado en noviembre- Jesús Ferrero o Pedro Juan Gutiérrez?

-Es Ferrero.

-Ah, pues por la cara parecía escribir mejor –yo.

Suena mi móvil. Es un mensaje. Hago una llamada y digo: Sí, sí, ya estoy en esto, nada, la gente viste fatal, mucho peor que tú, pero fatal, no hay nadie famoso, uno que se cree Pedro Juan Gutiérrez y poco más, sí, sí, no miraré la marca de las bragas de nadie, no te preocupes, stock de amor, besitos. Cuelgo.

Entonces subimos las escaleras hasta un piso elevadísimo donde ponen canapés. Estoy muy a gusto con el escritor premiado en noviembre, que se llama Juan, y hablo con él de lo amarillo que son nuestros libros.

-Son muy amarillos –él.

-No tanto, tío. Son amarillo flan, pero amarillo de la parte de arriba del flan. Amarillo caramelo, casi naranja.

-No, joder: son amarillo chillón, de canarios, de canarios que vuelan y no de canarios con volcanes. Amarillo demasiado amarillo.

-No sé...

Entonces un tipo como Groucho Marx pero que, por necesidades necrológicas, no es precisamente Groucho Marx nos toma una foto como de paparazzi. Cuando le descubrimos ya tomó la foto, vamos.

El paparazzi dice mi nombre. Le doy la mano.

-Me gustó mucho tu libro. En abril sacamos una reseña.

-Ah, gracias –yo, entusiasmado.

-A mí nunca me sacáis –Juan.

El paparazzi desaparece.

-Vamos hacia allá, que hay menos gente –yo.

Tomamos otra cerveza de una bandeja y ocupamos un espacio poco poblado del salón. En alguna parte debe de haber gente de tronío, pero nos trae sin cuidado.

Hablamos de entrevistas en medios de comunicación impresa.

-Lo único que importa es la foto y el titular: lo demás da igual –Juan.

-Ah. A mí me han hecho unas entrevistas superidiotas, joder.

-Da igual. Foto y titular: luego que pregunten lo que quieran. No te molestes ni en leerlas.

-¿Que qué hacía yo en Japón? ¿Tú te crees, en una entrevista?

-Sí...

-Yo hago y he hecho entrevistas. A Miguel Beige. No sé. Me las curro. Me preocupo. Hago preguntas exclusivas. Te hago una entrevista, si quieres.

-Sí, quiero.

-Vale. Dame tu móvil.

Juan saca su móvil y empezamos el proceso telefónico.

-Mira, dice, para esto sirven estas cosas: para conseguir entrevistas.

Me río.

-Ya ves.

Ya tengo su teléfono. Nos convocan a bajar escaleras y sentarnos para la cena.

-Oye –Juan, en los escalones-, pero tú haces preguntas muy inteligentes. Que te he leído.

-Bueno, no sé –me derrito de vanidad.

La cena. Mesas redondas. Juan y yo nos sentamos juntos. A mi derecha está un escritor que se llama Luisgé Martín. Luego de él, el escritor de la corbata negra y blanca en rayas horizontales, luego la jefe de prensa, luego varias personas hasta Cristina Cerrada, luego Pedro Maestre, luego el editor que quita comas, luego Juan, luego yo. Vuelta a empezar.

Leemos el menú. Juan saca su móvil y le cuenta el menú a alguien. Luego la jefe de prensa dice una frase que me encanta (como me encanta eso de “vamos todos en mancha al Círculo de Bellas Artes"):

-Mirad, ¡Juan está reporteando la carta!

La carta/menú se hace realidad sobre los platos. Sí, sobre los platos, va depositándose con precisión bíblica lo que dice el cartón del menú. Sopa. Lubina. Postres. Café. Ya está.
Entre una cosa y otra le han dado un premio a: uno que escribe sobre catedrales, a: Eduardo Lago, y a: Eduardo Mendoza.

-Eduardo Mendoza –exclaman con ironía inegablemente literaria varios escritores de mi mesa-: ¡qué sorpresa, joder!

Eduardo Mendoza hace un discurso desde una pantalla de televisión. Dice: “Aunque pueda parecer lo contrario, los escritores consagrados también necesitamos que nos premien.”

¡Qué cojones tiene Eduardo Mendoza!: esto lo pienso yo en exclusiva.

Al fondo, en una mesa cualesquiera, veo a Care Santos. Me apetece decirle hola pero no le digo nada. Luego veo a Spido Freire, a la que realmente no me apetece nada saludar. Luego veo a Pere Gimferrer. Luego veo a Alberto Ruiz Gallardón y a Esperanza Aguirre. También veo a una como Rosa Regás y a otra como Carmen Posadas y a otra como, no sé, Carmen de Burgos. Es decir: señoras. Luego veo a una jovencita preciosa vestida de rojo.

-¿Quién es?

Me dicen quién es.

-Está buenísima –yo.

-Si quieres te la presento –alguien.

-Está buenísima –yo.

-Su libro va de Colón –alguien.

-Está buenísima –yo.

-Lo publica... –alguien.

-Está tan buenísima... –yo.

Si no fuera porque voy embalado, aquí dejaría un espacio en blanco. Pero no: lo que sigue es un bar llamado Cock. Están todos los que estaban en la cena salvo los que tenían cosas mejores que hacer. La jovencita preciosa vestida de rojo no tenía nada mejor que hacer.

-Está buenísima –yo, imperdonable.

-¿Quieres que te la presente o no?

-...

-¡Pues cállate!

En el Cock hago corrillo con Juan y Pedro Maestre. El editor de comas también está con nosotros.

-Para mí tú eres un icono literario –le digo a Pedro Maestre-. Junto a Ray Loriga y José Ángel Mañas. Te lo digo en serio.

Pedro Maestre es muy tierno y nos cuenta lo de su premio Nadal. Un montón de cotilleo. En el fondo el cotilleo no sirve para nada: me doy cuenta luego.

A continuación hago una defensa cerrada de la calidad literaria de Ray Loriga. Esto lo digo por si Ray Loriga quiere en algún momento hacer una defensa cerrada de mi calidad literaria. No por otra cosa.

Vemos a Eduardo Lago hablar con la jovencita preciosa vestida de rojo.

-Yo también quiero ser director del Cervantes de Nueva York –yo.

Las horas que siguen van llenándose de opiniones literarias tajantes. Cada día me molestan más las opiniones literarias tajantes y hago propósito de nunca más decir nada tajante sobre ningún escritor. En un momento u otro, un argentino rapado al cero y con gafitas y chaqueta está hablando en nuestro corrillo. Como la cosa va del premio Nadal, sale a relucir el nombre del último ganador. El argentino con gafitas dice:

-Benítez Reyes es de los pocos autores españoles que respeto.

Me dan ganas de vomitar. Miro al argentino y no dejo de pensar que este tío “respeta” a Benítez Reyes. Me pregunto si a mí, de leerme, me “respetaría”; es fascinante lo mucho que temo que este tío no me “respete”; si no me “respeta” este tío creo que me arrancaría las manos y las dejaría en un banco de Lavapiés; necesito su “respeto” tanto como que me den por el culo: lo necesito mucho; el “respeto” que este argentino con gafitas profesa o no profesa a los autores vivos me debería ser reporteado a menudo, en un newsletter bautizable como “los autores que respeto y los autores que no respeto YO”, porque si él me “respeta” entonces vamos bien; pero sí este tío no me “respeta”, jo, me cago en mi madre, no puedo dormir por las noches y sí por los días, para no tener presenta a la luz del sol que este tío me “respeta” o no me “respeta”; ¿me “respetará” este tío?, es algo que aún hoy, a esta hora en la que escribo, en la que recuerdo que “respeta” a Benítez Reyes, me ando preguntando con lancinante curiosidad.