viernes, 4 de septiembre de 2009

El cultural / Tiempo: que once años no es nada (y On Madrid)

Hoy publican en El cultural la reseña sobre El estatus, a cargo de Santos Sanz Villanueva. (Cuando salga on line la cuelgo.)

El recorrido por la anécdota de El estatus da una sencilla peripecia de base costumbrista. Clara y Clarita, madre e hija, se han desplazado de su villa en el campo a una mansión en la ciudad para esperar el regreso del marido y padre que se halla en unas lejanas islas (todo ello innominado e inconcreto). El familiar ha encargado a un agente que les proporcione residencia y criada. Un mudo, portero de la casa, establece estrecha complicidad con Clarita. Se trata, sin embargo, de una simple apariencia realista porque esa trama de estricto minimalismo se convierte en una sorprendente fábula de difícil clasificación que participa de la alegoría y se llena de elementos inventivos, sensaciones misteriosas, materia irracional y componentes visionarios.

Este impreciso registro pertenece a la vaga categoría de lo fantástico y supone un paso adelante en la poética de su autor, el segoviano Alberto Olmos (1975), un personal narrador que se mueve en el ámbito de presentar aspectos recónditos de la existencia mostrados con una cara cotidiana que se desliza con sutil habilidad hacia el territorio del irracionalismo. Evocar para este enfoque a Beckett, como hace la cubierta, no está mal, pero no agota la filiación de El estatus, que también recuerda la incomprensibilidad del mundo kafkiana, la tendencia a la abstracción del simbolismo, la indagación en el misterio de los relatos góticos y el descenso a los arcanos de la mente del surrealismo.

Todos esto anda en el fondo de la escritura de Olmos como fuente nutritiva y no como deuda. El autor acude a ellos porque le valen para su mirada negativa de una realidad en la que se entretejen complejas relaciones de fuerza y poder entre las personas. El título alude a la actitud de extremo clasismo social de Clara pero se dispara hasta los vínculos de dominio encarnados en los personajes, entre quienes, además, existen nexos muy retorcidos que el lector descubre con asombro y que constituyen un aliciente de intriga en un relato en apariencia de hechos corrientes.

La anécdota resumida se convierte en una suma de datos inquietante que busca actuar como revulsivo del lector. Llevarlo al terreno del misterio y la paradoja es la meta del autor y lo consigue con un relato fuertemente abstracto, fuera de espacio y de tiempo identificables. Olmos prefiere lo sugerido a lo evidente, incluso la inconcreción temática a la exactitud de un asunto preciso. Esta postura comporta el riesgo de que el lector (hablo, al menos, por mí) se pierda algo en la identificación de los motivos. Es el reto de este tipo de literatura elusiva.


Olmos no ofrece un libro ni fácil ni de comprensión sencilla y directa, pero merece la pena arriesgarse en su lectura por una doble razón. Una, por su forma basada en una estructura narrativa sin rasgos muy espectaculares pero verdaderamente novedosa. La alternancia de los sucesos en varios planos (un presente que enjuicia los hechos del pasado) y la técnica perspectivista (a lo anterior se suman otros puntos de vista más) revelan una planificación tan esmerada como eficaz. Otra, por las desasosegantes incitaciones intelectuales que despierta.

El estatus revalida el empeño original de un escritor que entiende la novela como una forma de conocimiento, lo cual exige el reto de superar las manidas formas del realismo convencional.
Santos SANZ VILLANUEVA

Hoy publican en Tiempo un reportaje sobre blogs en el que incluyen este mismo blog, mi libro Trenes hacia Tokio y el volumen Algunas ideas buenísimas que el mundo se va a perder. Aparición estelar para David Capón (Supercrisis), que me escribe este modesto sms: "Y quién es el vilamatas ese, y el reig? Gente que empieza, supongo."

Por lo demás, estoy enormente disgustado por el uso, en ambos medios, de una foto mía tomada hace 11 años, en Barcelona. Me derrota la falta de profesionalidad sucesiva en este sentido.

En fin.

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Recién me entero (sí: recién me entero) de que también ha salido El estatus en OnMadrid, una cosa que da El País los viernes.



Luego me quejo...