jueves, 11 de octubre de 2007

Aplausos

El bandido doblemente armado es un pub ubicado en el número 3 de la calle Apodaca, en Madrid. Como pub, sirve copas; como bandido o doble o, quizá, sujeto armado y peligroso, también vende libros. Los libros están en un escaparate y también sobre una larga mesa; y también en las numerosas estanterías que cubren las paredes del fondo.

Nada más entrar, está la barra, a la derecha. La atienden dos camareras con el pelo cortito. Los taburetes tienen un tacto de teclado nuevo: plástico negro y rugoso, suave, delincuente. Hay algunas mesas, en las mesas algunos clientes, en una balda estrecha decenas de folletos y el casco de una moto.

Empiezo a fumar. Marta saca la cámara y me hace fotos fumando. Pido un vino y una cerveza. El vino está muy bueno. Pido dos vinos y la camarera retira el vaso de Marta, sin apurar. El vino, muy bueno.

El dueño del pub es un tipo alto y simpático. Me saluda.

-¿Nervioso?

-Necesariamente –yo.

-No te preocupes.

Marta saca fotos de mis nervios, que están reverdecidos como las ramas de esos árboles que van creciendo en la esperanza de que, ya talluditos, alguien decida ahorcarse de ellas.

La jefe de prensa de la editorial se me acerca.

-¡Hola!

La saludo; se saludan ella y Marta, hablamos de todas esas veces precedentes en las que nos hemos saludado y es que la vida con los otros es todo saludarse y dejar de saludarse, hasta que un día ya no te apetece saludar a alguien y te das cuenta de que todo lo que tienes que decir a alguien es “hola”, la única palabra que nos negamos a nosotros mismos. En los días tristes yo me digo adiós.

No hay mucha gente, y de la gente que hay poca sabrá que hoy aquí leo mi libro y que otro escritor lee también su libro entre copas y novelas a la venta y siendo martes en todos los capítulos y cuentos y pasajes y palabras: martes es otra palabra que ya se sabe de sobra.

Marta le hace una foto a mis conclusiones.

-El miedo es el entorno –mis conclusiones-. En realidad nadie espera nada de mi lectura; nadie va a llegar al orgasmo con mi lectura –mis conclusiones-. Pero el esfuerzo que me supone estar aquí, en público, con mi voz y mi ropa y mi mano que tiembla, me hace entender que sólo ese orgasmo en los otros sería la reacción exacta que merece la torsión de mi voluntad, que lo único que quiere es que lea otro –mis conclusiones- y yo me ría de él.

-Ya –el dueño del pub, Diego.

-Jo –yo.

El punto de lectura es un mueble de madera con un micrófono encima. Al lado hay un tabutere con tacto de tecla.

-Empiezas tú, A.

-Casi mejor.

-Empiezan siempre los autores españoles.

-No me traje la bandera.

-Yo te presento, digo algunas tonterías y, sin más, a lo tuyo.

-Genial.

Me siento en una silla, junto a otros autores que leerán después de mí porque en su pasaporte dice que no son españoles, sino espontáneos de una patria. Diego me presenta.

-Buenas noches, amigos –miro y cuento y amigos hay unos veinte-, hoy está con nosotros...

Yo. Que si he ganado no sé cuántos premios y publicado no sé cuántos libros. Que si leeré del último algunos pasajes. Que si dale, man.

-Hola, buenas noches a todos –inicio-. Gracias por venir -¡menos mal que me acordé de decirlo!- Voy a leer algunos fragmentos de la segunda parte de mi novela, que está compuesta... que... bueno, son monólogos y eso... –trago saliva-. Se trata de unos personajes de mi edad que trabajan casi todos en trabajos... En labores, digamos, marginales... Como telefonistas y eso. Bueno. Que voy a leer tres o cuatro extractos y... Empiezo.

Leo las páginas 151-152. “Decidí dejar de ver a Carlos...” Me oigo desde fuera y desde dentro, como es habitual, pero desde fuera mucho más por el micrófono y los altavoces. Me trastabillo en los polisílabos, que son casi todos porque escribo todo lo pedante que puedo; casi me caigo en la coma; me acelero y luego me lo tomo con calma y llego al punto final y alzo la vista y nadie mueve un músculo.

-Bueno –continúo; me gustaría llorar pero la cosa es que continúo-, ahora os voy a leer una especie de manifiesto... marxista... –con dos cojones: ¡marxista!- que escribe uno de los personajes. En él se expresa la idea de que las personas que quieren hacer algo artístico con su vida son marginadas laboralmente... Algo así. Se titula: “Decidme si esto es un castigo” –miro a Marta, que me hace otra foto.

Leo las páginas 157-159. Hay muchos más polisílabos que antes (“almibarados”, “potentados”, “inverosimilitud”, “pantagruélicos”) y el texto entero es en cursiva. Sin embargo, me da todo igual y leo sabiendo que ese texto dice algo, que es una alocución limpia, honesta, razonada.
“...y que en casa no le espera actividad terrorista alguna como pintar un cuadro, escribir un poema o hacer hablar una guitarra...”

Termino la lectura. Alzo la vista. Rompen los aplausos.

Vagabundea mi vista por el auditorio: aplauden.

Miro a Marta. Ha dejado la cámara sobre su regazo. Aplaude.

-Gracias –digo-, muchas gracias.

Respiro hondo. Mientras los aplausos se extinguen, busco en el libro la siguiente página con una esquinita doblada.