viernes, 28 de agosto de 2009

Trenes hacia Tokio, en Autopsia en prosa

Sinopsis:

Japón, un día cualquiera, una escena cualquiera. Un profesor de español; un escritor que intenta, con poco éxito, terminar una novela y que cuenta, a modo de diario lo que sucede a su alrededor y, sin pudor, a el mismo. Una forma curiosa e irónica... distinta de contar lo cotidiano, lo personal. Estravagante, extranjero siempre, nativo por momentos, a ratos divertido, a ratos cínico o trite, David camina por su día a día al ritmo que marcan los personajes que protagonizan la película de su vida, dando la sensación de que todo avanza sin que nada pueda detener el implacable paso del destino. No hay pasado, no hay futuro; el presente arrolla al protagonista como los trenes, que son parte fundamental de la novela, lo hacen con el paisaje.

La lectura

Y a todo esto el lector asiste al relato como silencioso espectador, atrapado y seducido por la mirada, a veces irritante, a veces tierna, sensible, otras seca y desagradable del protagonista. Original, de prosa fluida y magnética todo el libro mantiene tu atención sin, en realidad, contar nada nuevo que pudiera explicar por qué no puedes dejar de leer ni de identificarte con el personaje. Se nota que hay un enorme talento tras el texto, un escritor de verdad tras esas líneas: las que consiguen seducirte hasta el final del relato.

Personalmente es donde veo el mayor mérito. Dejando aparte el hecho de que la narración transcurre en un entorno exótico como Japón -yo creo que el relato podría ser igualmente maravilloso contado en cualquier lugar, como Madrid, por ejemplo-, no hay en todo el argumento un solo elemento hipnótico que justifique la atracción a la que te ves sometido, y eso confirma la impresión de que realmente es un libro muy bien escrito. La originalidad está en la forma de escribir, en la forma de redactar; en la mirada del narrador que te hace participe, a modo de vogeur, de su extravagante e irónica forma de entender su entorno. Da la sensación de que, a partir de leer el libro, podrías reconocer a Alberto Olmos en cualquier otra lectura, aunque solo fuera su lista de la compra para el super.

En este libro he encontrado, por ejemplo, una de las descripciones mas bonitas que yo haya leído de una mujer:

"Es pequeña, apenas alza del suelo las dos letras de su nombre.Ai significa: amor. Ya he dicho que es pequeña.La conocí entre otras japonesas, cientos de japonesas, miles de japonesas, todas apiñadas y sonrientes y monocromas. Ai era el destellito de luz, el punto sobre la i de la palabra nipón. Sin senos ni trasero tumefacto, todo su cuerpo era un facistol para su rostro, un andamio para que la cabeza le quedara a metro y medio del piso. Su cara daba por fin sentido a la palabra 8.005 del diccionario: exótico. Exótico ya no era lo que estaba lejos; era lo que tenías más cerca, lo que querías tener próximo.Ai parecía tan japonesa, tan acrisolada de su propia nacionalidad, tan jugo exprimido de una bandera, que a su lado sus compatriotas tenían algo de inmigrantes, de extranjeros, de turistas en otra piel.Llevarse a Ai de paseo era como llevarse a todo un país en el bolsillo. Ella era Japón: detrás de sus ojos rasgados se rasgaba el resto de los ojos nipones, su boca daba fin al tubo infinito de bocas y gargantas y pulmones que hacen un idioma; su piel era la última mano de pintura dada a una raza.Ai: japonesita."

Un delirante diálogo sobre literatura:

"- También estuve en Grecia.-¿Conoces a Haruki Murakami? -mi cerebro, clic, clic, mi cerebro.-Si. El escritor, ¿no?-¿Has leido Norugei no mori?-No-Pues lo escribió en Grecia, en una isla. Al menos eso dice la introducción de la novela en inglés.-Ideal, ¿no?, la isla, el mar, el cielo azul-Si parece ideal. Hay mucho sexo en sus novelas. Se lo voy diciendo a todas las japonesas que conozco para ver si se animan.-¿Conoces a Ryu Murakami?-No-Pues hay mucho mas sexo en sus libros. Uno muy famoso se titula Ibiza.-Lo buscaré. Ahora estoy leyendo Kafka on the shore-¿Que tal?-Me encanta. Es muy interesante.-Un amigo mio dice que el mejor escritor japonés es Akutagawa.-Es cojonudo.Gonzalez levanta el tenedor basta casi tocarse la sien-¿Lo conoces?-Claro. Me gusta mucho El biombo del infierno-¿Y conoces a Osamu Dazai?-Si Indigno ser humano. No me gustó-Caramba David, sabes un montón de literatura japonesa!-Bueno, de algo hay que saber. Quiero leer Soy un gato de Soseki Natsume. En ingles es un tocho así -así equivale a mil doscientas páginas.-¿Seguro? Yo creo que es mas corto.-¿Y como se llama la tía esta tan famosa? Banana nosequé.-Yoshimoto Banana-Esa ¿que tal?-Muy fea.-¿Que tal escribe?-Su libro mas famoso es Kitchen. No se de que va.-Si, lo vi en Kinokuniya. Parecía una gilipollez. Vi otro libro titulado Serpientes y piercings.-Me suena-En la contraportada salía una foto de la autora. Pivón-Si, si: esta muy buena.-¿Sabes?, hacía mucho que no hablaba de literatura.-Ah."

O una escena de estupro en un tren, digna de la mejor literatura erótica:

".../ La chica de las piernas bonitas está a medio metro de mí y se aproxima dándome la espalda. Finalmente su cuerpo se encaja con el mío. Noto sus gluteos, toda esa convexidad, arropando mi sexo, casi devorándolo. La chica sigue hablando tranquilamente con sus amigas.../... La chica sigue hablando con tranquilidad mientras mi sexo explora sus nalgas. En un momento dado se separa de mi. Respiro.Los endurecimientos empiezan a declinar cuando la chica de las piernas bonitas se dobla para coger algo de su bolso, que está en el suelo. Al doblarse me clava el culo en la polla. Durante todo el trayecto la chica no deja de doblarse para coger algo de su bolso. Durante todo el trayecto me clava el culo en la polla y sigue hablando animadamente con sus amigas. Realmente no estoy poniendo todo de mi parte en este estupro; ni siquiera me estoy esforzando. La chica vuelve a agacharse y sus glúteos, tensos como frutas, me abrillantan la bragueta.En la parada de Sano la chica de las piernas bonitas se baja. La sigo con la mirada para ver si vuelve la cabeza y me confirma quién manda dentro del vagón. No lo hace.El tren reanuda su marcha. Si viviera en Tokio no me pasaría esto. Defenderé hasta la muerte la necesidad de vagones solo para mujeres."

Una crítica un poco larga, pero creo que merecía la pena incluir algunos fragmentos a modo de ejemplo.

Opinión

Leer este libro ha sido una experiencia muy gratificante. A veces me ha dado la impresión de estar ante un cuento por entregas, como si hubiera sido parte de un blog, o algo así. En cualquier caso esta forma de escribir empieza a ser bastante común entre los nuevos talentos. Ya he leido y criticado en este blog algunos libros que recuerdan esta forma de escribir un tanto caótica y que, lejos de sacrificar calidad, al contrario enriquece y cualifica el libro. Un libro muy recomendable .

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Gracias.

miércoles, 12 de agosto de 2009

El estatus, en Recomendaciones de Oviedo Diario

Alberto Olmos
EL ESTATUS
Lengua de Trapo-2009

Vuelve Alberto Olmos. Vuelve uno de los más sólidos y originales narradores de la literatura en lengua castellana actual, y vuelve con una novela, El estatus, ‘intensa como un drama de Beckett, dura como las mejores historia de Faulkner’, y como a mi me gustan las obras llamadas a perdurar, atemporales y deslocalizadas. Tengo que decir que Olmos me recuerda a la mejor Cubas (Cristina Fernández, la de El columpio) lo que no deja de ser todo un halago. Vuelve Alberto Olmos y con él, la serena sensación de que su literatura aún esta lejos de tocar fondo.

martes, 11 de agosto de 2009

El talento de los demás, en Maestros Antiguos


“El genio no es elegirse genial y acertar; el genio es elegirse genial y posar

El talento de los demás consiste en eso, en acertar y posar. Alberto Olmos acierta y posa con cada frase: se atusa el pelo para quedar mono en la foto después de cada frase. Uno de sus personajes dice que desprecia a todos aquellos que hablan como pidiendo que alguien coja un magnetófono y grabe cada frase que sale por su boca. Eso hace Alberto Olmos. Le está pidiendo al lector que subraye cinco frases de cada párrafo. Ojo, no juzguéis demasiado pronto: ¿qué pretende ser una novela sino una sucesión de aciertos del novelista grabados en un magnetófono? Nadie ha dicho que posar sea malo. Posar es hacer literatura y puedes posar mejor o peor. No se trata de que se note más o menos (Carver posa que te cagas, a Lezama Lima se le nota a la legua), sino de la calidad de tu pose. Y la pose de Alberto Olmos tiene calidad, que es algo así como conseguir que tus palabras sean las únicas posibles en ese momento.

Así, salvando el comienzo, con el que Olmos parece pretender que le elogiemos la cantidad de palabras raras que conoce (¿estajanovista?, ¿sanedrín?, ¿fámulos?, y, sobre todo, ¿qué pasa después de las cuarenta primeras páginas?, yo que me había acostumbrado a tener que poner la RAE online cada dos páginas, ¿no hay más, o de repente me he vuelto muy listo?), el libro se agiliza y te envuelve en una sucesión de aciertos sobre el talento, de personajes sin talento, de personajes convencidos de que no tienen talento y de personajes que no pueden poner en práctica su talento porque están demasiado ocupados intentando creerse todo el talento que dicen poseer. Hay cinismo, hay lucidez y hay sexo, que parecen ser los pilares de Alberto Olmos y que, por supuesto, son unos pilares de puta madre porque todos nos identificamos con esos pilares actualizados al siglo XXI.

Pero lo más importante, para mí, de lo que me está diciendo Alberto Olmos (o de lo que yo estoy entendiendo, sea lo que sea lo que él, o alguno de sus personajes, me esté intentando contar) es encontrar en El talento de los demás, una posibilidad, una puerta abierta, apenas un resquicio por el que entra una mísera línea de luz entre las ruinas de todo lo que Alberto Olmos (y es algo que siempre se agradece) destruye: las ínfulas de pacotilla, la falsedad del talento, los progres comprometidos con la guitarra al hombro y los niños de papá con el dinero al hombro, las poetisas, los novelistas, los cantantes, los cineastas, los diseñadores de moda, las hordas empeñadas en triunfar sobre los demás, en hacerse un hueco a machetazos, en ser el último superviviente del batallón, el que lo contará, el que lo cantará, el que lo poetizará, el que lo diseñará cuando el resto haya muerto, cuando haya masacrado al resto para poder lucir el traje de genio en el funeral multitudinario. Entre todos estos individuos llenos de palabras, llenos de talento, hay una frase que, medio escondida, se convierte en el santo y seña del protagonista, aquel que, sin saberlo, solo compite contra sí mismo, solo trata de superarse, es decir, de odiarse a sí mismo. Todo su tormento, junto con esa frase, nos está diciendo algo que ninguno de los otros es capaz de vislumbrar entre tanto sueño de grandeza: el talento es frenético, cruel y, sobre todo irracional. “tener talento es lo mismo que estar en primera línea: te dan un par de medallas y luego te devuelven a tu casa hecho pedazos”. A Mario Sut se le escapan, como si alguien se la hubiese introducido en el cerebro, estas palabras:

“ganar sobre todo cuando es imposible”
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Gracias.
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domingo, 9 de agosto de 2009

El estatus, doble mirada, en La tormenta en un vaso

Doble mirada: El estatus, Alberto Olmos
Lengua de Trapo, Madrid, 2009. 176 pp. 15,95 €

1. Óscar Esquivias

Una mujer con su hija pequeña, ambas llamadas Clara, se instalan en un enorme piso situado en el número 34 de la calle Schmelgelme, en el mejor barrio de una ciudad de la que desconocemos el nombre. El empleado de la inmobiliaria (Ichvolz), una criada interna de nombre Patricia y el portero de la finca, Jesualdo, son las primeras (y prácticamente las únicas) personas con las que las recién llegadas se relacionan, ya que la madre decide recluirse en la casa en espera de su marido, un importante empresario con negocios en ultramar del que carece por completo de noticias directas y cuya llegada se demora día tras día sin justificación. La soledad de las mujeres se ve acentuada por la actitud hostil de los vecinos, quienes parecen empeñados en atemorizarlas con ruidos nocturnos y gestos hostiles. Así comienza El estatus, la última novela de Alberto Olmos. El país, las circunstancias políticas y el propio tiempo de la acción quedan en una nebulosa indefinida, aunque la ambientación general dibuja un paisaje centroeuropeo del primer tercio del siglo XX.

¿De verdad que las líneas precedentes describen una novela de Alberto Olmos?, puede preguntarse el lector que conozca A bordo del naufragio o Trenes hacia Tokio. Olmos nos tenía acostumbrados a historias ambientadas en la actualidad, protagonizadas por jóvenes que mostraban su descontento con el mundo en relatos ácidos, obsesivos, llenos de humor, pero también de insatisfacción y amargura. Los escenarios estaban descritos siempre de forma muy vívida: Madrid, la provincia castellana, Tokio, las aulas docentes, los pisos de estudiantes, las oficinas de teleoperadores, los transportes públicos... Detrás de todo ello se adivinaba la experiencia vital del autor, dueño siempre de un estilo poderoso, muy persuasivo.

Nada de esto último falta en El estatus, donde Olmos da un paso adelante en su afición por los juegos literarios y los cambios de registro. En esta novela se aleja del universo contemporáneo y casi testimonial descrito arriba y construye una fábula literaria ambientada fuera de nuestro tiempo inmediato y de la realidad racional, una fantasía que está a medio camino entre la novela gótica (con su casa encantada, sus apariciones fantasmales, sus personajes torvos llenos de secretos) y la alegoría freudiana (la ausencia del padre, sueños iluminadores, llaves que no se sabe a qué puerta corresponden, etc.). Olmos no sólo se aparta de sus temas y escenarios habituales: también de los dominantes en la narrativa española actual, como si quisiera reafirmar su independencia y su carácter de escritor raro, excepcional. El autor sale airoso de todas sus acrobacias literarias: en El estatus demuestra una vez más que es un narrador nato, brillante, capaz de crear imágenes potentísimas y de atrapar la atención del lector.

De uno de los personajes de la novela se dice: «Cerró el libro como quien enjaula una fiera y apagó la luz». Podemos aplicar este símil a la literatura de Olmos: en sus novelas habita una fiera salvaje, indómita. Leer a Alberto Olmos siempre es una aventura. Y una sorpresa. Y un placer.



2. Miguel Baquero

El estatus es la sexta novela del escritor Alberto Olmos (Segovia, 1975), un autor con una carrera firme y en ocasiones, como su anterior novela Tatami, esplendorosa. Poco dado al modelo, al recurso fácil y a quedarse enclavado en un género o un estilo narrativo, en ésta su sexta obra Olmos ha optado por apartarse de la línea que venía siendo reconocible en él y abordar una historia turbia, fantasmagórica, donde lo que cuenta es la atmósfera creada más que la sucesión de los hechos.

Dos mujeres, madre e hija, se instalan en uno de los pisos de un edificio en el centro de la ciudad, un inmueble enigmático y de aspecto inquietante en el que enseguida descubrimos que se esconden varias historias sin aclarar… ¿o quizás son sólo rumores? En torno a la madre y a la hija giran varios otros personajes, como el portero del edificio, la criada, el agente inmobiliario que les alquiló la casa, y por encima de todos ellos sobrevuela la sombra del padre de familia, cuya visita está próxima pero no acaba de llegar. Unos ruidos enigmáticos en el piso de arriba, una llave que la hija distrae del zaguán del portero…

En estos términos y en medio de este clima opresivo está planteada la novela. El lector va pasando de una escena a otra de igual modo que si estuviera descorriendo visillos en una larga galería: la figura que aguarda al final, y que parecía imposible, cada vez se va, sin embargo, delimitando con mayor nitidez. En este sentido, es ya característica esa minuciosidad de Olmos, presente en todas sus novelas, esa constante de detenerse en las cosas pequeñas, de construir una novela en la cabina de un avión, en una casa pequeña, en una minúscula relación de pareja. Centrar la vista sobre un punto en concreto, más que desparramarla por los alrededores.

Es de resaltar el recurso que utiliza Olmos de unas voces que se intercalan, de pronto, en el discurso, unas diálogos fragmentarios, una especie de susurro entre algunos párrafos que no se sabe muy bien de dónde proviene. Algo así como el extraño ruido que proviene del piso de arriba y que, por más que apliquemos la oreja, no alcanzamos a distinguir con nitidez. También este pequeño detalle, innovador pero no gratuito, contribuye a espesar la atmósfera en la que se van recogiendo cada vez más las dos mujeres.

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jueves, 6 de agosto de 2009

El estatus, en El confidencial

Otra vuelta de tuerca. El estatus. Alberto Olmos.

La nueva novela de Alberto Olmos tiene todos los ingredientes de una convencional narración de misterio. La protagonizan dos mujeres solas, madre e hija, que pasan a habitar un territorio que, para ellas, es inhóspito: el primer piso de Schmelgelme 34, donde aguardan la llegada del marido y padre. Han cambiado su cómoda villa campestre, repleta de criados, por ese retazo urbano y una criada inexperta y deslenguada, indiferente ante las diferencias de clase entre ella y su señora, que sin embargo las tiene muy bien presentes. La hija, Clarita, que está en la edad de las primeras menstruaciones, traba una peregrina amistad con el no menos extraño portero del inmueble, Jesualdo, un gigante discapacitado cuyas inclinaciones se hacen pronto evidentes. Junto a las nuevas inquilinas y su criada, parece ser el único habitante del edificio, en el que sin embargo pronto comienzan a suceder episodios inexplicables.


La apariencia de convencionalidad se disipa pronto. En seguida aparecen dos voces junto a la del narrador: la de las protagonistas, que dialogan desde algún lugar fuera del tiempo, y la del portero, un monólogo interior –recurso que emplea profusamente el autor, especialmente hacia el final del volumen– que evoca al Benjy Compson de Faulkner. Olmos hace, en cada uno de sus proyectos, algo nuevo, pero dentro de sus coordenadas narrativas y estéticas. Aquí emplea esos ingredientes del relato de fantasmas para cocinar un guiso que, conservando la atmósfera inquietante, da una vuelta de tuerca al género, explora la soledad que aqueja a unos personajes que, por mor de su estatus, permanecen aislados, incomunicados, aun madre e hija: “admitámoslo, en nuestra familia nunca ha sido costumbre quererse” (pág. 108). La desolación del edificio, que se va revelando por las excursiones de Clarita –un edificio que “por fuera es un palacio, pero por dentro es la ruina total”– es la extensión física de la propia desolación y descomposición emocional de los personajes. El ordenado piso que habitan no deja de ser un decorado que terminará por ser engullido por la nada circundante.


La novela tiene ese aire de la gran narrativa centroeuropea de principios del siglo XX y hace gala de una complejidad constructiva que, sin embargo, esconde sus andamios, ofreciendo un aspecto pulido, acabado. Es la mejor novela de Olmos hasta ahora, que redunda en sus mejores cualidades, a las que ya se hizo referencia en anteriores ocasiones, perfeccionándose en una progresión casi ininterrumpida que llena de expectación a quienes disfrutamos de su escritura.

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