sábado, 20 de diciembre de 2008

Editorial Milésima


Te escribo este mail para recomendarte que visites el blog de la editorial Milésima (http://editorialmilesima.blogspot.com/). Desde ayer soy co-editor de la misma. Su carácter será literario. Este correo es, quizás, el primer cimiento de la misma. Pero para ello, nos es vital que en el departamento de lectura y corrección existan originales. El motivo de este correo es ese, que divulgues en la medida de tus posibilidades la dirección del blog entre tus conocidos escritores. Sin originales no hay edición.

martes, 9 de diciembre de 2008

Tatami al teatro, por Tantakka Teatroa

La compañía de teatro vasca Tantakka Teatroa ha adquirido los derechos de adaptación a escena de Tatami. El estreno de la obra está previsto para el año 2009.

Anteriormente, Tantakka Teatroa ha llevado a escena las siguientes obras: Todas culpables (1994) de Pere Sagristá, Chiquilladas (1995) de Raymond Cousse, El Florido Pensil (1996) de Andrés Sopeña, Todo Shakespeare (o casi) (1997) de Adam Long, Daniel Singer y Jess Winfield, Dakota (1998) de Jordi Galceran, el infantil Jugando con Papá, (1998) de Ionesco y Novecento, el pianista del océano (2000) de Alessandro Baricco.
Desde aquí le doy gracias infinitas a Tantakka Teatroa por elegir mi novela como su próximo proyecto escénico.
Es muy bonito.

jueves, 4 de diciembre de 2008

jueves, 27 de noviembre de 2008

Estoy tannn cansado... a buenas horas

Acabo de teclear en google "tatami" "alberto olmos" a pesar de los consejos de mi psiquiatra. Y veo esto.

Y lo referencio, claro. Aunque tarde.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Justicia perturbada

No me puedo creer lo de Luis García Montero.

Ahora, un juez de Granada ha estimado en una sentencia que tales palabras sólo tienen un sentido: «El insulto y la descalificación gratuita». Y esto, dice el juez, no está amparado por el derecho constitucional a la libertad de expresión. Por ello, estima las tesis de Fortes y condena al poeta granadino al pago de una multa de 1.825 euros por el citado delito. Además, fija una indemnización de 3.000 euros por los daños morales causados a la víctima.



Update: Otras opiniones (contundentes)

lunes, 10 de noviembre de 2008

Los jóvenes no son rentables

Reportaje en Público sobre la generación nacida en los primeros ochenta y sobre su poca presencia literaria.

Lo suscribo, claro. En la versión en papel se incluye un artículo de opinión mío sobre el asunto.

lunes, 20 de octubre de 2008

Click, de Javier Moreno (presentación)

El próximo jueves día 23 de octubre, a las 19.00 horas y en la librería La Central del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (Madrid), se presenta la obra Click, de Javier Moreno.

La presento yo, en concreto.

Ésta es la cubierta de su novela, publicada por Candaya.

sábado, 4 de octubre de 2008

¡7 euros!

El talento de los demás acaba de salir estará disponible en noviembre en edición de bolsillo. Lo publica Punto de lectura y sólo cuesta 7 euros.

Todos los libros deberían costar 7 euros.

Esta es la cubierta.

domingo, 28 de septiembre de 2008

Viaje maravilloso al interior de la soledad

El novelista y exprofesor de español para japoneses Alberto Olmos no ha tenido un aterrizaje brusco en el planeta literario, del estilo de Nocilla Dream o Llámame Brooklyn, pero con ya cinco novelas a sus espaldas es uno de los `jóvenes narradores´ –ese concepto tan laxo– más sólidos y reconocidos de nuestro país. Si con A bordo del naufragio resultó finalista del prestigioso premio Herralde, su consagración llegó hace dos años con Trenes hacia Tokio, donde plasmaba sus experiencias niponas tras tres años de permanencia en el país del sol naciente. Luego llegaría El talento de los demás, su novela más ambiciosa y conseguida –aunque sin el encanto de Trenes– y que logró gran aceptación entre la crítica.

La presente novelita, o novela corta por su extensión y características, cuenta una anécdota simple y en apariencia anodina: una recién licenciada –Olga– vuela a Japón para impartir allí clases de español y su compañero de asiento –Luis–, que casualmente hizo muchos años el mismo viaje –¿iniciático?–, decide contarle su historia, que le revela como un voyeur perturbado y grumoso, aunque en esencia inofensivo. Sin embargo, cada página ahonda más y más en la psicología de Luis, pues el voyeurismo es sólo un canal para llegar al fondo, los mecanismos basales del sexo y la radical soledad del ser humano, el caldo primigenio del que surge todo lo demás.

Y es que Tatami, de concepción sencilla, de ambición moderada, no puede evitar erigirse sobre unas profundas raíces que ya germinaron en la obra anterior de Olmos. Luis, el protagonista de esta historia es muy similar en cuanto a su soledad radical a los aturdidos antihéroes de A bordo del naufragio y de Trenes hacia Tokio, y Olga no es muy diferente; es también una solitaria, que se ampara en su responsabilidad y su enorme busto para guardar las distancias –de ahí su virginidad, que espera perder en el Japón, donde nadie la conoce y donde espera no arraigar–.

Olmos despliega su talento de narrador, su profundidad y oficio de gran escritor y Tatami, como el bolso de Mary Poppins, contiene mucho más de lo que a simple vista cabría imaginar. Se puede entender además como una reflexión metaliteraria, sin abandonar las formas y recursos del relato tradicional, por cuanto podemos experimentar el poder cautivador de la ficción bien urdida –pues Luis es un consumado narrador–. De nada sirve a Olga repetirse una vez y otra que no quiere oír más, que no le interesa lo que Luis le está contando, que su desprecio es demasiado intenso. Al final, sigue reclamando su relato y queda atrapada en él a más largo plazo de lo que es capaz de imaginar. Las experiencias de Luis la han contaminado ya irrevocablemente: es el poder de la palabra, el poder de la narración.

LO MEJOR: la capacidad sugestiva del relato.

LO PEOR: no es difícil perder el interés en las primeras páginas.

---

Nuño Vallés, El confidencial

jueves, 25 de septiembre de 2008

Más noches blancas

El próximo lunes día 29 de septiembre, a la hora habitual (que desconozco) y en la cadena habitual (Telemadrid) se emite el programa de Las noches blancas dedicado a Japón. Participé, como podéis temer.

Reconozco que no estuve muy fino. :-C

lunes, 22 de septiembre de 2008

Vagón

Queda claro que algo pasa cuando el pánico, como una electricidad escalofriante, me une a ellos.

Estoy en el quinto, el sexto, quizá el cuarto vagón del convoy. El tren se ha detenido en mitad de un túnel. A ambos lados del vagón, por las ventanillas, todo está oscuro. No pasan trenes. El tiempo, ahora, es la angustia.

El vagón está lleno de gente. Si un vagón tiene todos sus asientos ocupados, y algunas personas de pie, con la mano en la barra, la espalda contra un panel, contra las puertas que en las paradas se abren, contra las puertas que en las paradas no se abren o, finalmente, no asidos ni apoyados en nada, puede decirse también que el vagón está, más o menos, lleno. La plenitud de este vagón supera eso; la plenitud de este vagón sólo admite la palabra “saturación”. Los pasajeros saturamos el espacio del vagón: no cabe un calcetín más, no caben más maletines ni más mochilas escolares; no cabe ni siquiera nuestra propia respiración.

Yo estoy contra la pared que cierra el vagón. Tengo una puerta, cerrada, a mi espalda. Delante, un pareja de orientación hippy, con mochilas montañeras en el suelo. Él, moreno, de pelo largo, con barba; ella, rubia, algo ajada por los años y la maría, con falda de flores, de mucho vuelo. Su culo, inevitablemente, se pega a mis manos, que sujetan mi cartera sobre mi vientre. A mi izquierda, igualmente apoyado contra la pared que cierra el vagón, hay un joven, quizá universitario, adormilado. Él soporta la presión de unas mujeres de edad avanzada, mujeres repetidas, siempre presentes en todos los vagones que me llevan al trabajo, mujeres que se apean en Manuel Becerra o Diego de León, mujeres que hablan de sus hijos todo el tiempo, de operaciones, de deudas impagadas y de lo que cenaron anoche. Siempre.

A mi derecha, una pareja muy elegantemente vestida. Ella no para de hablar. Es guapa, ordinaria, huesuda de rostro, un cuerpo de culebra y ropa oscura, ceñida. Tiene detrás un hueco, la promesa de una conquista de espacio que nos afloje a todos un poco; no es así: detrás de ella, una mujer ecuatoriana defiende su pequeña anatomía del aplastamiento. Está en la esquina del vagón, apenas se le ve el flequillo. Todo el aire que le sobrevuela, ese apetitoso montón de oxígeno, parece la bolsa de la que todos nos nutrimos.

Todos. Todos son las cabezas, las manos, los codos, las mangas del abrigo; todos es el nombre de lo que no me toca, de lo que no son mis vecinos de encierro, de ese cuerpo sucesivo, continuado (el hombre: animal continuado) que se proyecta hacia el otro extremo del vagón, sin nombre, sin destino (parados en mitad del túnel más oscuro de nuestra vida), implacablemente sometidos a este embotellamiento de carne, a esta tortura del viernes: no nos movemos, no sabemos por qué no nos movemos, no sabemos el minuto que nos espera.

Han sido quizá diez minutos, el paso de diez minutos, el que han conseguido que sepamos que somos masa. Somos, básicamente. Ahora, conscientes de la situación de peligro, del compromiso de supervivencia, el individuo ha conocido al otro, ha reconocido la necesidad de agrupamiento, de redefinirse en este espacio y este tiempo (un vagón parado en el túnel más oscuro) y, consecuentemente, ha buscado comunicación.

El primero en hablar comenta lo recurrente de estas averías. Otro especula, critica, pide que el tren se detenga en una estación, no en mitad de la nada. Una mujer explota, grita que dejen de apretarla, que le están haciendo daño. Otra mujer pide que la gente se quite las chaquetas, que el calor es insoportable, y el olor; que se quiten ropa. Le contestan: “¡Si ni siquiera podemos movernos!” Un hombre dice: “Supongo que abrirán las puertas antes de que nos ahoguemos!” Otro hombre replica: “Antes de que nos ahoguemos, las puertas las vamos a abrir nosotros.” Un joven habla de lo que hay que hacer luego, cuando salgamos. Reclamar. Otro indica que reclamar lleva tanto tiempo como el que perdamos aquí, o más. Apunta una chica que ella tiene que recuperar las horas que pierda, que no va a reclamar para luego estar todo el puto viernes trabajando hasta las seis. Uno contraataca afirmando que él se va a ir a las 3, pase lo que pase. Luego alguien, afásico, apoyado contra una de las puertas laterales del vagón, golpea con la nuca, dos veces, violentísimamente, el cristal.

Por megafonía se escucha una conversación que no va dirigida a nosotros. Dice: “Desaloja el tren. Di a los viajeros que abandonen el tren y sigue hasta cocheras” (corte) “Sí, haz eso.” (corte) “Si no puedes controlar el tren, vuelve a cocheras” (corte) “Tranquilo. Tranquilo.” (corte) “De acuerdo, espera, vamos a mandar a alguien en media hora. Seguridad estará allí en media hora. Espera.” (corte)

No se oye nada más. Seguimos parados, apretados, oscuros. De vez en cuando alguien dice algo gracioso. Reímos. Algunos, reímos, sonreímos al menos; otros no. De pronto, notamos que el aire acondicionado se apaga. Exabruptos, juramentos, frases obscenas contra el conductor.

Hijo de la gran puta.

Se nos ha acabado el sentido del humor. El cuerpo duele. Estar de pie nos está costando a todos mucho, como si no pudiéramos afrontar, físicamente, estar de pie sin saber por qué. Ahora, además, empiezan a sonar unas campanillas. Su sonido es el de la emergencia. Del otro vagón llegan ruidos de golpetazos en las puertas, algunos gritos ahogados, y las campanillas, histéricas, correosas, como pequeñas ratas coloradas, tica-tica-tica-tica...

Y es ahí, exactamente ahí, mirando todos esos cuerpos que tengo delante, viendo en sus ojos la duda, el dolor, la desesperación, es ahí cuando el escalofrío me recorre, el pánico me traspasa, me une a ellos, me compromete, y sé que algo malo está sucediendo.

Según pasan los minutos, lo sombrío se apodera de nuestros ojos. De los míos, además, se apodera también una extraña emoción, emoción que no son ganas de llorar, pero que se parece mucho porque noto en la retina el escozor de las primeras lágrimas. Me emociona depender de esta gente. Me emociona la lucha en mi ánimo de la fe en los demás y de la aversión a los demás: sé, sin saberlo, sin verbalizarlo, que bastará el error de uno sólo de nosotros para que algo grave suceda. Bastará con que alguien pierda el control y trate de salir por una ventana, empujando a los demás, para que todos perdamos el control y tratemos de salir por una ventana aniquilando a los demás. La tensión que siento, la emoción que me cubre, es el miedo a que haya un momento en el que tengamos que decidir que somos animales egoístas, que queremos vivir a pesar de los otros.

He dejado de mirar, por eso. He cerrado los ojos y he tratado de visualizar cosas con márgenes, grandes espacios donde rueda una pelota, la caída del agua, sus salpicaduras. Pero enseguida me golpean, me presionan otra parte del cuerpo, me obligan a girarme un poco, o a retirar unos nudillos que viven por su cuenta una anécdota pornográfica, inmiscuidos en los pliegues más íntimos de pasajeras anónimas.

Les miro de nuevo: esas cabezas, esos brazos, ese amontonamiento de ropa de enero. Sus cuerpos inmóviles parecen maniquíes. Sus rostros se les desprenden de la cara. Aquí alguien tendría que llorar.

Cruzo la vista con una chica. Ha sido un instante, pero lo estamos prolongando. Es de mediana estatura, resiste bajo la tienda de campaña que sobre su cabeza forman unos brazos. Tiene los ojos verdes. Tiene los ojos amplios. La miro sin pudor; me mira sin pudor. Tengo derecho a refugiarme en esos ojos, cada parpadeo parece una palabra. Por una vez no voy a retirar la vista. Por una vez voy a perseverar en la desvergüenza.

Te estoy mirando temer.

115


Leyenda: A bordo del naufragio, Así de loco te puedes volver, Trenes hacia Tokio, El talento de los demás, Tatami, Ninguna eres un pésimo escritor.

viernes, 19 de septiembre de 2008

Al otro lado del tatami

La asimétrica relación entre dos compañeros de vuelo a Tokio urde la novela corta ‘Tatami’, de Alberto Olmos. Olga es depositaria de la voz narrativa: una adusta y competente recién licenciada en Filología Hispánica, virgen, que intenta dar cobertura racional a sus desastrosas capacidades sociales y cuyos grandes pechos son un incómodo lastre para sus aspiraciones de estar por encima de las servidumbres del sexo. ‘Tatami’ es, principalmente, el recuento de su encuentro con Luis, un tarado maduro, empecinado en contar su historia de voyeurismo pederasta ocurrida varios años atrás, cuando huyó a Japón tras la muerte de su única novia después de encontrar un puesto de profesor de español. La fascinación por una vecina adolescente había absorbido su tiempo y toda su capacidad de admiración durante varios años y el recuerdo de aquel enamoramiento había llenado los años de este mirón lenguaraz. Pero el libro no es solo la historia de este compañero de viaje incómodo, que no deja de mirar con descaro los pechos de Olga y que insiste en condenar a su compañera de viaje a escuchar su insólita historia, narrada con inalterable imperturbabilidad. Es también la incapacidad de la muy cabal y muy pacata narradora para ordenar en ninguna coordenada racional el relato que está escuchando, por el cual no puede dejar de sentir un cierto interés morboso. El libro brinda la oportunidad de que se desplieguen ambos caracteres: el de la joven reprimida y el del maduro infortunado.

Tatami’ es una novela erótica sobre el erotismo que, al mismo tiempo, trata las sutilezas de la represión moral. Lo prohibido, que llega incluso a rozar la degeneración, está representado por la actitud de Luis y acaba siendo más sano y más comprensible que la censura moral que trata de ejercer en vano la narradora. Los diálogos son un compendio de tópicos sobre el sexo traídos aquí con cierta originalidad. A pesar de su tono desenfado, es una novela de ideas sobre el rol de los géneros en las relaciones sexuales, el choque de culturas y los límites de lo permisible en el placer y, sobre todo, es una novela de personajes extremos, insólitos, hacia cuyos vicios el lector acaba por suspender su juicio para caer en la placentera degustación de su particularísima personalidad. Hay un despliegue tan afortunado de ironía y humor que lo insólito queda armónicamente integrado en la historia. Incluso el lenguaje engolado e inverosímil entre estos dos pasmarotes posmodernos queda justificado y contribuye al tono un tanto fantástico del encuentro. En pocas páginas y con mucha agudeza, el autor consigue hacer despegar la psique de los dos protagonistas de esta novela y atrae el gusto y la sonrisa del lector. La inteligencia de Olga atempera su cohibición sexual, de la misma manera que la sinceridad de Luis es un lenitivo a su patología afectiva. A pesar del asco moral que él despierta en ella, la conversación entre ambos se plantea en unos términos tan claros y brutalmente sinceros que rara vez parece que ninguno haya podido encontrar mejor interlocutor. Ambos personajes son pretendidamente inverosímiles pero el autor demuestra una apreciable libertad compositiva para darles una interesantísima realidad ficcional.

Notable importancia tiene también el espacio en que se desarrolla la novela. La cabina de un avión y sus limitaciones: la estrechez de los asientos, la prisión de los cinturones de seguridad, la promiscuidad de sus aseos, la endeblez de sus aislamientos... todo condena a Olga a involucrarse en la historia e incluso a aventurar posibles desenlaces. En definitiva, novela alegre, divertida, sencilla, sin pretensiones. A ratos, es incluso fascinante. Alberto Olmos consigue el objetivo de divertirse y divertir al lector, de hacerle comprender y disfrutar de los límites de las personalidades de los personajes, así como desarrollar algunas ideas más o menos ingeniosas en torno a la sensualidad.

Fernando Larraz

martes, 16 de septiembre de 2008

Literatura en breve (RNE-5)

Te escribo para informarte de que mañana miércoles 17 de septiembre, a las 17.15, se emitirá en Radio 5 (Literatura en breve) un programa dedicado a Tatami, de Alberto Olmos. No tengo el email del autor, así que si te pilla a mano podrías avisarlo.

Muchas gracias.

lunes, 15 de septiembre de 2008

Te ha tocado un pesado (divertinajes)

Estamos en manos del destino cuando iniciamos, solos, un viaje largo en avión o en tren –en autobús ya es el horror insuperable–, pues es imposible prever qué clase de vecino de asiento tendremos. Los riesgos fundamentales son tres: que sea demasiado gordo o demasiado nervioso y no pare de moverse; que sus olores corporales sean más fuertes de lo que marcan los cánones; que sea de los que les gusta hablar y no pare de rajar en un trayecto que puede superar las diez horas.

De camino a Tokio, una joven española de pechos generosos –es relevante, lo siento– se siente desagradablemente observada por su compañero de asiento. Es un mirón, confiesa él mismo. La relación no empieza con buen pie, y va a peor cuando el fulano se empeña en contarle su experiencia en Japón, unos años antes. Ella no quiere oírla, pero la insistencia del mirón es eficaz; bueno es demoledora: se trata del relato de una fijación por una colegiala japonesa cuyo dormitorio veía él desde su apartamento. No se debe contar más.

La novela, de un centenar escaso de páginas, se titula Tatami (Lengua de Trapo) y su autor es Alberto Olmos (Segovia, 1975), un todavía joven escritor del que se está hablando mucho en los últimos tiempos. Olmos debutó en 1998, con A bordo del naufragio, al que siguieron Así de loco te puedes volver, Trenes hacia Tokio –sí, estuvo tres años en Japón y eso parece que marca: que se lo digan a Amélie Nothomb– y El talento de los demás.

Aparentemente, Tatami podría no ser gran cosa, pero está bien contada y bien escrita –se maneja con soltura Olmos en los diálogos, por ejemplo– y tiene dos personajes de un interés notable; quizá más ella que él: Él habla y habla, solo de una cosa, es verdad, pero en esa cosa percibimos toda la esencia de su personalidad, de tintes nihilistas y desesperanzados, el típico personaje de novela contemporánea que aspira a ser modernita. Pero esta novela no es eso, pues el contrapunto de la chica, una chica formal podríamos decir, sensata, poco tolerante con las tonterías ajenas, este contrapunto compensa la narración y enriquece el resultado de la historia. Hay una lectura posible: que los dos representen las dos facetas que todos tenemos.

A diferencia de los aviones, si en esto de internet nos ponemos pesados, es fácil librarse. Pero ustedes no lo van a hacer... ¿verdad?

Evaristo Aguirre
--

Nota net: Me irrita que algunos lectores críticos hagan de menos Tatami porque "sólo tiene 100 páginas" cuando, por otro lado, se la pasan alabando cuentos, microcuentos, haikus y demás incompetencias.

domingo, 7 de septiembre de 2008

Top 10 música del siglo XXI

1. Arctic Monkeys.
2. Adam Green.
3. Fujiya & Miyagi.
4. Cansei de ser sexy.
5. The kills.
6. Scissor Sisters.
7. Los punsetes.
8. The Raconteurs.
9. Nacho Vegas.
10. (...)

jueves, 4 de septiembre de 2008

Mis 10 de música

Me encantan las listas.

1. REM
2. Radiohead
3. Rage against the machine
4. Belle and Sebastian
5. Tindersticks
6. Underworld
7. The Smiths
8. The Stone Roses
9. Talking Heads
10. Beastie Boys

martes, 2 de septiembre de 2008

Mis 10

Mi respuesta a los 10 libros que más te han marcado.
63. Alberto Olmos

1. Residencia en la tierra, Pablo Neruda.
2. Primavera negra, Henry Miller.
3. Mortal y rosa, Francisco Umbral.
4. Sombra del paraíso, Vicente Aleixandre.
5. Lazarillo de Tormes, Anónimo.
6. El ruido y la furia, William Faulkner.
7. Poemas humanos, César Vallejo.
8. Pedro Páramo, Juan Rulfo.
9. El extranjero, Albert Camus.
10. Esferas, Peter Sloterdijk.


El País

martes, 26 de agosto de 2008

Miguel Baquero opina (Tatami)

Una de las propuestas literarias más arriesgadas y, por lo tanto, más valiosas de las que circulan actualmente dentro del panorama español es este Tatami, de Alberto Olmos. El juego que propone Olmos es un juego sin concesiones: un espacio cerrado, tan cerrado como el interior de un avión en el que dos personas viajan rumbo hacia Tokio, y tan cerrado asimismo como las 123 páginas que componen esta novela; una única acción, sin salidas tangenciales ni amplias digresiones sobre tal o cual aspecto; y un lenguaje conciso, directo, tajante, hermoso en su efectividad y enemigo de las florituras, un lenguaje que ya dejó un magnífico sabor de boca en otras novelas del autor, como Trenes hacia Tokio o El talento de los demás. En este espacio reducido y despresurizado, Olmos hace coincidir a dos personajes: una mujer y un hombre. Y sin mayores preámbulos (sin ningún preámbulo, de hecho) el avión despega y comienza a volar.

Al lado de una pasajera, un tipo extraño y de modales bruscos. Un tipo, pronto nos damos cuenta, para el que no están hechos los modales ni todas esas pequeñas convenciones. Un personaje crudo, conectado con la esencia de las cosas. Antipático, hosco, grosero, es un tipo que habla de las relaciones de dominio de unas personas sobre otras, de la humillación, de la esperanza, del deseo. Un sujeto poco recomendable que, sin embargo, tiene una historia que contar, y pese a lo desagradable, e incluso asqueroso, que pueda llegar a parecerle, la pasajera acaba escuchando su historia.

Y del mismo modo en que, dicen, las presas de la serpiente quedan fascinadas e inmovilizadas por su mirada, así la protagonista (y los lectores) quedamos suspensos por la historia que nos cuenta el pasajero de al lado. Toda la novela está estructurada en torno a eso: el extraño deseo que nos hace apetecible algo que, en rigor, deberíamos rechazar, estamos educados para rechazarlo. Sin embargo, ese deseo (que va mucho más allá del simple morbo), esa pulsión degenerada, nos lleva a permanecer en el asiento, a seguir pasando páginas, a desear que el avión no aterrice y podamos conocer el final. De igual manera que al pasajero del asiento de al lado ese deseo, hace años, le llevó a dar un paso más allá, todavía un paso más allá, de lo conveniente, de lo permitido, incluso de lo legal. En todos nosotros palpita una rara atracción por el abismo, y es esa atracción lo que a lo largo de estas pocas pero intensas páginas Olmos nos trae una y otra vez a la boca.

Tatami es una magnífica novela en varios sentidos. Magnífica por su argumento pero, sobre todo, magnífica por el ritmo cómo está contada, el modo como el autor se detiene en los momentos culminantes, se acelera en los superfluos, el modo como nos da pista sobre lo que va a suceder y, cuando esto parece que va a llegar, nos mantiene todavía unas páginas en vilo. Olmos se ha sabido retirar a un segundo, seguidísimo plano, pero controla en todo momento el vuelo y el avión, como en una larga travesía transcontinental, se mantiene en todo momento en el aire sin sacudidas ni turbulencias ni caídas de nivel. Y todo ello sin el apoyo impostado de un lenguaje artificial, sino mediante una palabra limpia y unos diálogos naturales y creíbles.

Miguel Baquero, La tormenta en un vaso

domingo, 24 de agosto de 2008

Las noches blancas, mañana 25 de agosto

Parece que mañana se emite el programa de Las noches blancas en el que intervine. Su tema era Literatura e Internet. Junto a Sánchez Dragó, estuvieron Montero Glez, Alberto Torres Blandina, Maximiliano Villarroya, Jorge Eduardo Benavides y Eva Orúe.

La emisión es de madrugada, no sé si hacia la 1 a.m., en Telemadrid.

Sánchez Dragó me cayó muy bien. Retiro todas las veces en las que me metí con él.

miércoles, 20 de agosto de 2008

Nueva estética de la sexualidad... (risas)

Siglo y medio más tarde, Lengua de Trapo publica Tatami, una breve novela firmada por Alberto Olmos, cuya estructura recuerda mucho a la pieza de Tolstoi. Pese a no trascurrir en un tren, sino en un avión (sin accidente de por medio) que traslada a sus dos protagonistas de Madrid a Tokio, Tatami aprovecha el contexto del viaje para justificar el encuentro prolongado de dos personajes antagónicos, obligados a la estrecha convivencia propia de un vuelo de 14 horas en clase turista.

También en este caso, la dinámica del relato se basa en una larga confesión, narrada con estilo literario, sin idiolectos, paulatinamente interrumpida por las protestas, preguntas o imprecaciones del oyente, con algunos momentos ágiles, y hasta teatrales (al comienzo), y otros donde se dinamita cualquier realismo conversacional, tomándose la licencia el autor de hacer hablar subordinadamente a su protagonista durante páginas y páginas. Durante tan largas disquisiciones, Olga, una licenciada virgen de 24 años y enormes pechos, debe soportar la tortura de escuchar las travesuras del adulto Luis, discreto mirón y puntual amante de una adolescente de Tokio, amén de licencioso voyeur de su abultado escote. Hasta aquí podría parecer el argumento de una viñeta de El Jueves, picantona y hasta cachonda por su falta de pretensiones. Por el contrario, Olmos opta por un tono muy serio que recuerda en sus momentos más álgidos a esa sexualidad delicada de Tokio Blues (algo nada casual dada la influencia nipona explícita ya desde el título), pero que en general desemboca en escandalizadas intervenciones de la pacata Olga, asqueada por todo cuanto oye, tal es el profundo rechazo moral que le producen las pajillas de Luis.

No ayuda al disfrute de la novela que Olga sea la voz narradora, de quien se nos trasladan sus ruborosos pensamientos -sin un gramo de sentido del humor- sobre cuanto confiesa Luis, siendo ella más pedante (ergo parodiable) que el hijo del panadero de Aída. Tampoco lo hace el tono general del que Olmos se vale para hablar de sexo, aparatoso como antaño y lleno de revuelos eufemísticos, envarado y sordo a la nueva estética de la sexualidad, promovida desde las alturas artísticas por creadores como Calixto Bieito (Plataforma), Kendell Geers (Irrespektiv), y por fenómenos más pachangueros como Sex in the city, las reuniones tupper-sex y las despedidas de treintañeras que recorren los centros urbanos con pollas de goma plantadas en la frente. Un escritor experimentado como Olmos debería estar más prevenido sobre los tremendos riesgos de la escritura moralizante en los tiempos que corren.

Tatami es además buen ejemplo de la vuelta a la normalidad de la experiencia aérea, definitivamente alejada del romanticismo iniciático y los conflictos límite inherentes al desastre. El avión del siglo XXI es el tren de Tolstoi, un medio de transporte que ya ha perdido todo protagonismo per se. Sus pasajeros han dejado de maravillarse del milagro del movimiento; ahora se miran entre ellos, o bien se aíslan con su gadget audiovisual, como hace Olga y los post-humanos de la Axiom, la nave nodriza de la recién estrenada Wall-e. Sin peligro, dramatismo o espectacularidad, la dinámica colectiva pasa a un primer plano; el avión se convierte en laboratorio social que permite al autor provocar la convivencia obligada entre una gazmoña con estudios y un pederasta de baja intensidad, siempre bajo el férreo control del ambiente enrarecido de cabina. Si son las prohibiciones y las normas lo que nos vuelve civilizados, ¿será el avión post 11s el lugar más civilizado del mundo? Siendo el sexo nuestro instinto por antonomasia, no deja de haber un interesante cruce de sentidos. En el entorno más controlado, dos personajes hablan del control de lo más incontrolable. Ahora imagínese en un asiento de la clase turista, inmovilizado por el cinturón de seguridad, la cabina completamente iluminada, su asiento reducido y la incómoda proximidad del individuo contiguo, el ambiente de malestar tibio, de miedo y vigilancia, y por todas partes instrucciones sobre lo que no debe hacer. Le quedan catorce horas por delante. Entonces el de al lado comienza a mirarle las tetas, y luego a hablarle, con flema de gentleman, de sus perversiones sexuales. Si usted se llama Olga y es virgen, no lo dude: vive dentro de Tatami, la última de Olmos.

MIGUEL ESPIGADO

Podéis ver el artículo completo (muy interesante) aquí.
Nota al autor: Soy una de las pocas personas del planeta que no ve series de televisión.

jueves, 14 de agosto de 2008

Las chicas se están duchando

Como ya me has visto desnudo, probablemente una cantidad considerable de veces...

Así empieza el relato que he escrito (en 45 minutos, la verdad) para Público.

Lo publican el domingo 17 de agosto.

Se titula: Las chicas se están duchando.

Puedo hacerlo mejor, pero no me da la gana.

martes, 12 de agosto de 2008

Escritor segoviano

“El avión como escenario me pareció sugerente”

Olmos trata en su libro ‘Tatami’ un tema erótico con sutileza y elegancia, lo que le aleja de ser pornográfico o explícito. / ICAL

El escritor segoviano Alberto Olmos publica ‘Tatami’, la historia de un mirón contada “con sutileza y elegancia”
ICAL - Valladolid

La nueva novela del escritor y periodista Alberto Olmos (Segovia, 1975) es, en palabras del propio autor, un relato corto donde se cuenta “un jugueteo con el morbo, la excitación y el deseo”. En sus poco más de 130 páginas, ‘Tatami’ (Editorial Lengua de Trapo) narra el diálogo entre un voyeur y una joven de 23 años, durante el viaje, en avión, entre Madrid y Tokio.

“Tenía intención de hacer una novela breve, canónica, que no fuera un cuento alargado”, aclara Olmos, que ha sido capaz de atrapar a lector a través de la conversación entre un pasajero adulto que cuenta a su compañera de viaje una historia que le ocurrió en 1992, cuando residía en Japón. Durante el año de estancia en la capital nipona, este profesor de español dedicó todas sus horas de ocio a mirar desde la ventana de su vivienda a una joven colegiala que vivía enfrente.

“El hilo conductor es el deseo y si los deseados quiere a la vez ser deseantes, o si los mirones aspiran a ser mirados, quería jugar con estos conceptos”, asegura el escritor segoviano, quién también residió en este país durante tres años. En su opinión, trece horas de avión dan para mucho: “Siempre me pareció sugerente pensar qué puede ocurrir en un espacio cerrado desde el que no se puede llamar por teléfono, ni salir; es un buen lugar donde se pueden entablar conversaciones a veces muy profundas y extensas, como la que cuento en mi uinta novela”.

En ‘Tatami’, el escritor segoviano realiza nuevas incursiones literarias al escoger a una mujer como narradora de “esta fantasía morbosa”, como ya la han definido algunos lectores, apunta Olmos. “Me interesaba plantear la historia desde el punto de vista femenino y, además, comprobar mi capacidad para hilar un relato dramático a través de los diálogos y con apenas dos personajes”, prosigue.

Sin embargo, no es una novela porno “para nada”, rechaza el escritor asegurando que trata “un tema erótico, con sutileza y elegancia”, porque el sexo explícito, tal como lo describe Michel Houellebecq en ‘Plataforma’, donde ofrece una visión desencantada y herrumbrosa del hombre, el miedo, el sexo o la decadencia vital, “no entra dentro de mis planteamientos literarios, en estos momentos”.

Alberto Olmos comenzó a publicar con apenas 23 años. Su primera novela ‘A bordo del naufragio’, consiguió ser finalista del Premio Herralde. Le siguió ‘Así de loco te puedes volver’ y ‘Trenes hacia Tokio’, por la que recibió el Premio de Arte Joven de Novela de la Comunidad de Madrid. En su cuarta novela, ‘El talento de los demás’, según algunos críticos literarios consiguió que las pasiones aparezcan matizadas, porque la intriga tiene un cuerpo más vigoroso, o porque el engranaje de la historia principal y de las subtramas es nítido y, en algunos momentos, sorprendente.

El Adelantado de Segovia

sábado, 26 de julio de 2008

Una reseña simpática (Tatami)


SUSHI, DIGO... TATAMI


Título: Tatami
Autor: Alberto Olmos
Editorial: Lengua de Trapo
Sección: Narrativa española


El autor: Nace en Segovia en 1975, queda finalista del Premio Herralde con A bordo del naufragio en 1998, premio que ganó un tal Roberto Bolaño con Los detectives Salvajes. Olmos va de listillo por la vida, digo por los blogs, hablando de libros y soltando lindezas, pero me gusta como escribe. Su libro, Trenes hacia Tokio, publicado por esta misma editorial, me gustó mucho. Casi nunca ocurre nada. Me gustan los libros bien escritos en los que casi nunca ocurre nada. Y sí, está algo flipado con Japón, pero es que estuvo allí algunos años dando clases de español. Y eso marca.


La obra: Tatami, ñam, ñam, va de un mirón, ñam, ñam, un mirón que le cuenta su historia a una chica de pechos grandes ñam, ñam, que se sienta a su lado durante un viaje en avión a Tokio. Y poco más. Ñam, ñam (Perdón pero es que estoy escribiendo esto mientras ceno algo y veo Betty en Cuatro). Durante 120 páginas el mirón cuenta su experiencia de mirón con una jovencita japonesa de unos 15 años (ó 13, ó 14, no se sabe). No puedo contar lo que ocurre, si es que ocurre algo, pero la novela, o nouvelle, se lee en un pis pas, un visto y no visto ¿ya ta? y consigue el efecto, o un efecto, entre los muchos o pocos que Olmos quisiera suscitar en el lector, consigue el efecto que es... bueno, el efecto que a mí me provoca me lo guardo para mí, pervertidos.

La novela o nouvelle es creíble, escrita con el estilo inconfundible de Olmos (esto significa que este cabrón escribe muy bien y me da envidia) con sólo cuatro personajes (cuatro, como el canal donde estoy viendo Betty) y un buen final, aunque para mi gusto le sobra una o dos frases. En resumen, es una novelita recomendable para mentes algo perversas y con ganas de leer algo ligero como unas bolitas de arroz con algo de pescado crudo.

Por cierto, no se necesitan palillos.


Mac-nuel, Al fondo a la derecha

lunes, 21 de julio de 2008

El talento de los demás, 1 año después en Babelia

La cuarta novela de Alberto Olmos (Segovia, 1975) no es menos estimulante que las tres anteriores, pero sí lo es de una manera distinta. Tal vez porque en El talento de los demás las pasiones aparecen matizadas, porque la intriga tiene un cuerpo más vigoroso, o porque el engranaje de la historia principal y de las subtramas es nítido y, en algunos momentos, sorprendente. Aunque ninguna de estas razones fueran suficientes, bastaría con decir que ésta es la historia de una lucha literaria, de una competición entre dos narradores por llevarse la palma, para comprender por qué resulta tan estimulante.

Que nadie se asuste porque esta historia, que nos devuelve a la tradición del Certamen entre Hesíodo y Homero, no se ciñe al relato de la rivalidad, aunque éste también aparezca. La novela relata, sobre todo, la fascinación que llega a ejercer Mario Sut, un personaje aparentemente anodino, insulso, muy competente en su trabajo de televendedor -y con algo del Teorema de Pasolini-, sobre un círculo de amigos bohemios.

No desvelaré cómo se articulan estos contenidos (forma parte del misterio), pero sí diré que la novela consta de tres partes, y que en la segunda las voces de los amigos se van alternando para narrarnos lo que sucede en este grupo de artistas jóvenes, obsesionados con el talento, con el fracaso y con la victoria. Olga Tere se dice poeta, Carlos es cineasta y rico; Alberto y Martín, escritores; Lucía, ninfómana orgiástica -también, a su estilo, una artistaza-. Por la misma época en que Carlos rueda un corto con la colaboración de la pandilla, algunos entran a trabajar como televendedores y conocen a Mario Sut. A partir de ahí nace la (meta)ficción, como nació un día la aurora.

Fernando Castanedo,
BABELIA, 19-07-2008

martes, 20 de mayo de 2008

Le talent des autres

Me mère habite dans un des quartiers les plus chics de la ville, dans le dixième étage d’un immeuble avec un concierge déguenillé et des ascenseurs ronronneurs. De ce dixième étage, il y a presque deux décennies, est sauté mon père. Je l’ai vu. Mon père m’a assit dans un fauteuil en cuir pour que je le voyais se tuer. Elle dit que non, qu’il est tombé par accident, mais j’ai assisté du premier rang à son suicide, complètement planifié. Il ouvrit à deux battants la fenêtre du salon et grimpa sur le rebord en s’accrochant aux rideaux (cela explique la déchirure), puis ôta ses lunettes, les lança dans le vide et se précipita derrière elles. Seulement en ce moment je m’inquiétai, je courus vers la fenêtre, je voulus l’aider. Mais mon père était déjà une croix gammée de jambes et de bras contre le trottoir, caché à mes yeux, en partie, par la présence d’un orme sur sa trajectoire descendante. Je vis les lunettes, suspendues d’une branche avec les verres noircis par la lumière du soleil et je ne pus que penser à ces yeux qui m’avaient regardé pour la dernière fois dans le salon de ma maison, avant que les lentilles deviennent obscures et que mon père entre myope dans la mort.

J’avais sept ans, je venais de m’initier au violon et tout le monde m’achetait des disques. « Papa est tombé », j’ai dit à ma mère quand elle est finalement rentrée, et les voisins qui étaient montés pour me consoler se mirent debout en se mordant les lèvres. Elle laissa tomber par terre quelques sacs et courût vers la fenêtre mais on avait déjà embarqué le corps et ses larmes descendirent en vain les dix étages.Puis le chagrin. Mais un chagrin échangé, comme si j’étais le veuf et ma mère l’orpheline. Elle ne savait pas quoi faire, ma mère. Les premiers mois elle se renseigna auprès de tous ceux qui connaissaient le monde. Elle apprit enfin qu’on doit payer l’électricité, l’eau aussi, que la bonne avait un contrat à renouveler et la voiture des besoins mécaniques, légaux et même alimentaires. Par contre elle gardait son ignorance sur l’origine de l’argent, sur le fait que le capital se génère. Pour ma mère les pièces et les billets étaient comme le sang du corps, un flux constant, irréductible, naturel.

Heureusement les différents immeubles qu’on possédait et la probité de notre administrateur nous permis de survivre aisément, jusqu’au point qu’on engagea une deuxième bonne, qui, manque de travail ne faisait que téléphoner et se boucher les oreilles pendant mes heures de répétition. Ma mère la recruta pour occuper la place du patriarche décédé ; pas pour le remplacer dans ses fonctions, pour lui donner conversation ou, qui sait, tenir les comptes, mais directement pour avoir un corps de plus parmi nous, comme un lest qu’empêcherait la maison de s’envoler.