lunes, 21 de marzo de 2011

Derechos de los lectores (para uso de los que escriben)

Hace años Daniel Pennac hizo fortuna con un decálogo de derechos del lector en el que enumeraba, básicamente, las prácticas consabidas de todos nosotros frente a un libro, como saltarnos páginas, dejarlo a la mitad o, simplemente, no abrirlo. Podéis verlo aquí (link).

El propósito de alcanzar los diez enunciados llevó a Pennac, según mi interpretación, a incluir uno o dos "derechos" bastante insolventes e insustanciales, toda vez que los otros nueve u ocho eran, por su parte, celebraciones de la pereza, lo que siempre gana simpatías, o reconocimientos de flaquezas comunes, lo que siempre gana simpatías.

Pennac es, en rigor, un escritor simpático.

Después de varios atragantamientos lectores con novelas recientes por motivos muy concretos, me dispongo a hacer mi propia lista de "derechos de los lectores", pero no para uso de estos, sino para el de los que escriben libros, que muchas veces parecen olvidar para quién los escriben y cómo son recibidos.

Me gustaría, por aquello de la contudencia del número redondo, alcanzar los 10 epígrafes, pero ahora veremos si completo esa cifra. Va.

DERECHOS DE LOS LECTORES (PARA USO DE LOS QUE ESCRIBEN)
1. Derecho a saber qué género leen.
2. Derecho a una información precisa en las solapas.
3. Derecho a devolver un libro.
4. Derecho a la igualdad de condiciones.
5. Derecho de recepción universal.
6. Derecho a la crítica on line.
7. Derecho a cuestionar los premios.
8. Derecho a la suspicacia.
9. Derecho a la corrección.
10. Derecho a la recepción incontaminada.
Sí, he forzado un poco: 10.

Ahora, mis explicaciones.

1. Derecho a saber qué género leen.
Por mucho que se difunda la especie de que los géneros literarios no existen o están dejando de existir, o de que son demasiado constrictores para el desbordado talento de un autor particularmente genial, 8 de cada 10 libros se amoldan perfectamente a las etiquetas tradicionales. En narrativa o prosa: Novela, Nouvelle, Cuento, Miscelánea, Diario. La reincidente práctica editorial última de designar "novela" a un conjunto de cuentos, o a dos o tres nouvelles amontonadas, no dista tanto del "dolo": 1. m. Engaño, fraude, simulación.

2. Derecho a una información precisa en las solapas.
Las solapas suelen emplearse para informar al lector acerca de los datos biográficos relativos al autor que pueden ser de su interés. Teniendo yo por muy poco acertada la práctica habitual en algunos autores de "hacerse los graciosos" en su solapa, creo sin embargo incuestionable que la "solapa" debe informar siempre de la fecha y lugar de nacimiento del escritor, y de sus obras publicadas, y no debe, por contra, abultarse con informaciones irrelevantes que buscan ocultar el hecho de que el autor, en definitiva, ha escrito apenas ese libro que tenemos en las manos.

 3. Derecho a devolver un libro.
Al igual que cualquier otro producto, una novela puede salir al mercado con evidentes imperfecciones, siendo la más perceptible de ellas la relativa al propio estado material del libro (falta de un pliego, paginación errónea, roturas en la cubierta) y la menos aventada el menudeo de erratas, o una sintaxis por debajo del nivel medio de instrucción de un bachiller. Estas últimas circunstancias también deben avalar la devolución de un volumen, independientemente de que el librero entienda o no de gramática.

4. Derecho a la igualdad de condiciones.
En varias partes del paratexto (dedicatorias, agradecimientos, etcétera) algunos autores suelen incluir apelaciones a sus amigos y familiares y colegas de profesión en número y forma que da a entender a los lectores anónimos que ellos son un receptor secundario de la obra, meros comparsas de la fiesta de la ficción (fiesta que ellos, además, han pagado). Obviamente, sería ridículo proponer un número máximo de nombres amigos que pueden incluirse en el paratexto de una novela, pero también parece obvio que incluir 3 páginas de nombres al final de la obra, o una dedicatoria por cada cuento o poema, constituye sobre todo una falta de respecto a los lectores que no tienen el gusto de conocer al autor.

5. Derecho a la recepción universal.
Relacionado con el anterior, este derecho que propongo tiene que ver sin embargo con el texto. No es infrecuente encontrar en el propio desarrollo de una novela guiños a otros autores amigos sin la menor justificación narrativa, licencia que, nuevamente, da a entender que el libro fue escrito para el milieu, y no para el lector universal, como es lo honorable y juicioso. Aunque esta objeción puede ser fruto de mi particular hipersensibilidad lectora, entiendo que alguien puede siempre preguntarse, llegado el pasaje del "guiño": y, entonces, ¿por qué tengo que leerte yo?

6. Derecho a la crítica on line.
Son muchos los blogs que lectores que no escriben para publicar (o que no lo consiguen) dedican a consignar sus lecturas. Algunos autores contemplan con incomodidad que "un señor de Torrelodones" pueda fácilmente difundir la insatisfacción resultante de la lectura de un libro suyo, y que lo haga de forma agresiva o, incluso, argumentada, con conclusiones hirientes en muchos casos. Acostumbrados al incienso sucesivo de los amigos y suplementos literarios, este uso libérrimo de la blogosfera les resulta intolerable. Como es obvio, cualquier lector tiene el derecho de criticar en cualquier tono cualquier libro que se haya tomado la molestia de leer; y no digamos de comprar.

7. Derecho a cuestionar los premios.
Relacionado con el anterior, este derecho avisa de la posibilidad que tiene un lector de hacer pública manifestación de sus sospechas -fundamentadas en la propia lectura de un libro premiado o en la información que, tantas veces, puede localizarse en el propio libro o en simples búsquedas on line, y que dan pistas sobre los intereses torticeros del galardón- sobre la fiabilidad de un premio, la componenda a que se pliegan los miembros del jurado y el engaño a que se vieron sometidos 400 o 600 participantes, y, posteriormente, miles de lectores.

8. Derecho a la suspicacia.
Diversos elementos paratextuales pueden motivar lecturas sesgadas de un libro. Por ejemplo, que el libro esté dedicado al propio editor del libro. Por ejemplo, que el crítico cuyas palabras enaltecen el volumen apele en ellas al autor por su nombre de pila.

9. Derecho a la corrección.
Los lectores, mayormente en virtud de la gratuidad e inmediatez del correo electrónico, pueden hacer llegar a la editorial o al autor correcciones ortotipográficas y de sentido localizadas en las novelas que leen. No es agradable que otros pongan en evidencia tu trabajo, pero sí muy útil para ediciones posteriores.

10. Derecho a la recepción incontaminada.
A imitación de la edición anglosajona, cada vez son más los sellos españoles que incluyen en libros que acaban de salir alabanzas firmadas por autoridades más o menos literarias (críticos, otros autores, cineastas, etcétera) en las que se proclaman las excelencias del libro en cuestión, y no de otros anteriores o de la obra toda previa del autor. Esta práctica intoxica la recepción del lector, entorpece su libertad de juicio y posterga engañosamente el debate común sobre una obra, pues ésta aparece ante nosotros signada de reconocimiento cuando, a ciencia cierta, todavía no la ha leído nadie.

***
Aventuro que este post, tan seriote, puede resultar risible para muchos autores, delirantemente encantados de publicar libros que nadie lee y de salir en los libros de sus amigos, que tampoco lee nadie, salvo ese mismo autor.

Sin embargo, entiendo que algún autor primerizo o en agraz puede encontrar útil esta aproximación a los derechos de los lectores (para uso de los que escriben) y salvar su obra de un vuelo tan bajo como el que le proporcionará el ser escrita en clave de chascarrillo privado y no, como es pertinente, a mayor gloria del desocupado lector.