lunes, 12 de octubre de 2009

El estatus, en Revista de Letras

“El estatus”, de Alberto Olmos Por Josep A. Muñoz Crítica 12.10.09



estatus.(Del ingl. status, y este del lat. status, estado, condición).

1. m. Posición que una persona ocupa en la sociedad o dentro de un grupo social.

2. m.Situación relativa de algo dentro de un determinado marco de referencia. El estatus de un concepto dentro de una teoría.

© Real Academia Española – 22ª edición



Alberto Olmos es la leche.

El oficio de escritor, como cualquier otro, se sustenta en el aprendizaje constante, el trabajo, el interés por crecer y perfeccionarse a base de disciplina y creatividad. Mientras unos van repitiéndose, reformulando viejas ideas, poniendo a prueba a la cada vez menos consentida paciencia del lector, otros (los menos) sorprenden a cada paso materializando los deseos de quienes ansían dejarse atrapar por las palabras.

Alberto Olmos es la caña.

Nos encontramos ante la obra de un periodista segoviano que logró, con su primera novela, ser finalista del premio Herralde de novela. Eso fue en 1998, hace once años. Desde entonces, con algún parón que le llevó a Japón, esta mente inquieta, viajera, curiosa, lectora, nos ha ido dejando brotes de lucidez narrativa (Trenes hacia Tokio, en el 2006; El talento de los demás, en el 2007; Tatami, en el 2008). Obras en las que se empapa de experiencias, de referencias, de formas, de historias que escribe porque le gusta contar, enganchar al lector. Si, como dicen, el inicio de un libro es lo más importante, os invito a comenzar cualquiera de los relatos de este autor, porque estamos ante un hipnotizador que, con apenas cuatro líneas, ya te tiene enganchado hasta el final. Como los narradores orales, que son capaces de aislar a sus oyentes y manejarlos a su antojo.

Alberto Olmos es la pera.

El estatus es, a mi juicio, la novela de corte más clásico de todas las que nos ha ofrecido su autor hasta ahora. No está ubicada ni en tiempo ni en lugar, aunque más de uno podría sacar conclusiones, ubicando la trama no muy lejos, aquí mismo, no hace muchos lustros. Clara y su hija de doce años (Clarita) llegan a la gran ciudad y se instalan en uno de los apartamentos de una gran finca, a la espera de la llegada del padre y marido, un hombre de negocios que las había mantenido lejos del mundanal ruido, en una villa campera. Mientras esperan, inician su nueva vida, en la que intervendrán Ichvoltz, el atractivo joven de la agencia que les ha proporcionado el piso; Patricia, la criada; y Jesualdo, el portero de la finca, un hombre mudo y con escasas luces.

Y esperan… Y esperan… Y el padre-marido no llega… Y Clarita se hace amiga de Jesualdo; y Clara, siempre leyendo, no soporta a Patricia; e Ichvoltz comienza a visitar el apartamento alertado por unos extraños ruidos que provienen del piso de arriba… Y el padre-marido sigue sin aparecer.

Alberto Olmos es la ostia.

A pesar del clasicismo, Olmos nos lleva más allá (y más acá). El estatus es casi una pieza teatral, arriesgada su puesta en escena de apenas un espacio (el apartamento y algunas zonas de la finca por las que pasea Clarita); pocos personajes; una intriga perfectamente controlada a golpe de efecto; buenas dosis de comedia, hasta de vodevil. De estructura circular, esta novela requiere de mucha atención para acabar de valorar los matices que logra transmitir en cada una de sus páginas. No se dejen engañar por su sencillez, por la gracia de las explicaciones de la niña, por el garbo chulesco de las réplicas entre la señora y la criada, por la fácil incorporación de elementos fantasmagóricos. El juego de Alberto Olmos no es tanto el “cómo” sino el “qué” está pasando en este relato, interrumpido por las propias protagonistas que también son espectadoras-lectoras de su experiencia.

Decía más arriba que lo de cómo se empieza una novela es, para muchos, lo más importante. Pero, ¡ay, el final!. El final debe superar al comienzo, porque no hay peor cosa que atrapar al lector y que, a las pocas páginas, se abandone al aburrimiento. Ésta que nos ocupa es buena de principio a fin. Y sí, es muy bonito decir que tiene algo de Beckett, una pizca de Faulkner, otro poco de James… Para mí, a pesar de lo diferente de la propuesta con respecto al resto de su obra, lo que tiene El estatus es mucho talento, mucha guasa, mucha chicha, mucho fondo.

Alberto Olmos es demasiado.

José A. Muñoz

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No niego que me lo creo todo...
Gracias
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