lunes, 19 de febrero de 2007

Grifo

Acabo de apagar la televisión. He puesto el mando a distancia sobre la mesa y me he quedado mirando el mando a distancia sobre la mesa. Es feo, tiene la pila sujeta por un cartón y cinta adhesiva y los botones no funcionan. Vamos, hay que clavarle la uña al botón para que funcione y el canal correspondiente te aburra y te haga clavarle la uña al botón siguiente y el canal te aburra y claves la uña al botón siguiente y todo te aburra y claves la uña al botón definitivo y la tele se apague y dejes el mando a distancia sobre la mesa y te quedes mirándolo. El zapping es una especie de manicura.

Mientras miro el mando a distancia, fumo. Expulso el humo sin dejar de mirar el 5. Cuando acabo de fumar apago el cigarrillo, con cuidado de no tiznarme las yemas de los dedos de ceniza, en un cenicero y luego me levanto para lavarme los dientes.

En el cuarto de baño, mientras me cepillo los dientes y las muelas y los empastes y las coronas y las filtraciones, miro cosas. El grifo de la ducha. Es de bronce y está cubierto de cal. Los mandos son redondos, de cristal o plástico vítreo, tallados en pequeñas pirámides pungentes. Desde hace dos días, el de la derecha no funciona.

He cogido dos destornilladores y unos alicates. He vuelto al cuarto de baño y me he metido en la bañera. Me quité las zapatillas, y siento la humedad del fondo de la bañera en la planta de los pies. Me acuclillo. Los mandos del grifo tiene unas tapas de metal en el centro. En el grifo de la izquierda la tapa está marcada con una C, mientras que en el grifo de la derecha la tapita metálica muestra una F. Quiero desmontar el grifo de la derecha pero no veo tornillos. Tomo los alicates y trato de abarcar la tapita de la F por el borde. No cede. Tomo un destornillador, y con el mango, le doy unos golpes a la tapa por ver si se afloja. Luego aplico de nuevo los alicates y consigo hacer girar la F, que va quedando boca abajo, tumbada, boca arriba, hasta que la tapita se desenrosca por completo y veo el tornillo.

Meto la punta de un destornillador y giro el tornillo hacia un lado. Luego abro el grifo del agua fría y no sale agua fría. No sale nada. De modo que giro el tornillo para el otro lado durante un rato y pruebo de nuevo. No sale agua.

Ahora estoy usando los alicates para hacer girar la tuerca que une el grifo del agua fría a la toma de agua. He cerrado antes la llave general. La tuerca está bastante floja y es fácil. Enseguida el grifo queda separado de la tubería y un chorrito de agua se desmaya sobre la bañera.
Hago lo mismo con el grifo del agua caliente. Pienso que, si no puedo arreglar el grifo del agua fría, podré al menos desmontar todo el grifo y limpiarlo y hacer que su presencia en la bañera sea menos catastrófica.

En un momento dado, estoy con el grifo en las manos. Pesa cerca de dos kilos. Miro las tuberías en la pared, dos agujeros de sebo y suciedad por las que circula el agua con el que me ducho cada día. Entonces pienso que podría comprar un grifo nuevo y ponerlo y ser un poco más feliz. La idea del grifo nuevo es como un tren que hace mucho ruido porque si no te subes se irá para siempre. Estoy nervioso.

Me miro el reloj. Son las ocho y cuarto de la noche. No sé dónde venden grifos porque yo nunca he comprado grifos. Ni puertas. Ni coches. Ni casi nada. He metido el grifo de dos kilos de peso en una bolsa de plástico y me he puesto el abrigo sobre el pijama y, luego, un pantalón vaquero sobre el pijama, los zapatos, y he salido corriendo de mi casa. Busco un grifo.

Como he comprado tornillos una vez, recuerdo la ferretería. Está cerca. Camino con rapidez hasta divisarla y veo que tiene luz en su interior. La puerta, sin embargo, está cerrada. Me asomo por el escaparate y veo a unos clientes rezagados esperar junto al mostrador. No veo al dueño, pero aún así empiezo a golpear los cristales con los nudillos, para llamar la atención de alguien y que me abran.

Cuando consigo mi objetivo, el dueño de la ferretería me dice que grifos no tienen, que eso es en “Saneamientos”. Y señala hacia la parte alta de la calle, donde enseguida leo “Saneamientos” en un cartel luminoso, todavía encendido. Corro hacia allá.

Igualmente (son las ocho y media de la noche) la tienda de saneamientos tiene luz, clientes últimos y la puerta cerrada. Igualmente, golpeo con los nudillos el cristal de la puerta para que vengan a abrirme y pueda mendigarles un grifo. El hombre que me abre es gordo, lleva ropa de trabajo y fuma asquerosamente un cigarrillo exhausto.

En el mostrador, la dueña, una ama de casa que vende bidets, hace cuentas con una calculadora.

-Ahora te atiendo –dice.

Yo le doy las gracias y miro los lavabos, las cisternas, los espejos, las bañeras. Veo unos grifos que son como mi grifo y espero ahorrarle trabajo a la dueña de la tienda diciéndole sin más: deme ese.

-Bien, ¿qué querías?

-Un grifo.

Pongo la bolsa sobre la mesa y hago asomar kilo y medio de los dos kilos de mi grifo de bronce de la edad del ídem.

-Dios mío –exclama la dueña de la tienda.

-Creo que con ese me valdría –digo, y señalo el grifo a mi espalda.

-Ése es un grifo de fregadero: lo que tú quieres es un grifo de bañera.

-Ah.
La dueña saca una cinta métrica no especialmente iridiada y mide la distancia entre las dos tomas de agua de mi grifo.

-Quince centímetros. ¿Lo quieres monomando?

-... –no sé de qué me habla.

-Voy a por ellos y los ves.

La dueña se mete en la trastienda y el hombre gordo sigue fumando su cigarrillo y mirándose la barriga en un espejo con las bombillas apagadas. Todo está muy limpio en esta tienda.

-Aquí tienes.

Son dos cajas de carton sin dibujo ni letras. Abre una y veo el grifo monomando y luego abre la otra y veo el grifo que quiero.

-Quiero este. ¿Cuánto cuesta?

Me dice cuanto cuesta y, como siempre que estoy comprando cosas que nunca he comprado ni considerado, me doy cuenta de que podrían cobrarme diez veces más y yo pagaría sin pestañear.
Me llevo mi grifo de dos kilos de bronce en una bolsa y una mano y el grifo nuevo que brilla mucho y viene en bolsitas de plástico y burbujitas en otra bolsa y otra mano.
Llego a mi casa. Tiro el abrigo sobre la cama, me descalzo, me quito los pantalones.
Entro en pijama en el cuarto de baño.

Abro la caja de cartón sin marcas y voy extrayendo las piezas del grifo. La principal es el grifo en sí mismo, que encaja perfectamente en los ojos sucios con que las tuberías me miran desde la pared. Pero antes he de poner una cazoletas de metal para que quede bonito y no se vea la rosca de las tuberías cuando apriete del todo las tuercas. Estoy como loco por ver el grifo nuevo manando agua nueva sobre mi vida nueva y trabajo con histeria, furor, una fontanera felicidad. Entonces me doy un tajo con el filo de una cazoleta y mi dedo empieza a sangrar. Me lo chupo un poco y sigo sin reparar más en la herida. Es pequeña.

Voy aprentando las tuercas con los alicates. Enseguida el grifo consuma el destronamiento de su predecesor y toda la casa brilla sobre la superficie del grifo nuevo. Luego conecto el tubo de la ducha a la parte baja del grifo y a la alcachofa de la ducha. Y coloco el aplique para la alcachofa en la pared, utilizando el agujero en el que estaba el aplique de la otra ducha, la vieja, que no sirve para los nuevos tiempos.

Todo ha terminado. Me sobran algunas tuercas y tornillos y pernos pero me da igual. Los meto en la caja de cartón con los plásticos y las burbujas y cierro la caja de cartón. La bañera está llena de gotas de agua sucia y el suelo del cuarto de baño está empantanado.

Me dirijo, descalzo, a la cocina. Dejo la caja de cartón con los restos del grifo nuevo en un armario y me acuclillo para abrir de nuevo la llave general del agua, la llave de paso.

Se trata de una llave larga, de movimiento simple: si está alineada con la tubería sobre la que surge, está abierta; si está en posición perpendicular a la tubería que corona, está cerrada. Esto me lo enseñó mi padre cuando yo tenía diez años.

Pongo la mano sobre la llave, miro en dirección al cuarto de baño, y la giro deseando que todo esté por fin en su sitio.