domingo, 4 de marzo de 2007

Noruega

La jefe de prensa lleva el mismo abrigo que Elena Anaya y que mi hermana. Es algo que me hace feliz un poco. Yo elegí un abrigo similar para mi hermana y la jefe de prensa ha elegido un abrigo similar para ella misma. Las personas son distintas pero los abrigos, muchas veces, son iguales. Esto me hace pensar en que si juntamos a Elena Anaya, a la jefe de prensa y a mi hermana en una habitación con sus abrigos idénticos puestos, todas serían hermanas mías. Lo malo es que todas se quitarían los abrigos enseguida, para tener personalidad cada una por su parte, y yo de inmediato me convertiría en pariente de un guardarropa.

-Hola, A. –la jefe de prensa.

-Hola, jefe de prensa –yo.

La librería está cuajadita de gente. La librería se llama Tierra de Fuego y vende guías de viaje. También vende novelas pero, sobre todo, merca con guías. Las guías están en sus anaqueles, ordenadas y evidentes. La guía titulada Japón va de Japón. La guía titulada Estados Unidos va de Estados Unidos. La guía titulada China de Portugal no va, claro. No apetece ni hojearlas.

-¿Ha venido el autor? –esta pregunta se la hace una chica a la jefe de prensa.

-No. Todavía no –la jefe de prensa saca su móvil y empieza a ignorarme. Me alejo.

Al fondo de la librería hay un pasillito y una persona con folletos. Es una mujer que sonríe. Me da uno cuando paso a su lado. Superado el pasillito encuentro una sala con sillas de tijera que miran hacia un estrado con mesa y sillas de tijera tras la mesa. En las sillas mayoritarias hay muchos noruegos. En las sillas escasas, tras la mesa, no hay nadie.

Veo a la jefe de prensa ir y venir por la sala con el móvil pegado a su impaciencia. “No sé dónde está...”, oigo que dice.

Veo una silla libre y pido a un señor muy robusto que me deje ocuparla. Me deja. Me siento con el abrigo puesto y enseguida me muero de calor. He colocado mi cartera entre mis piernas y ahora hojeo el folleto que me dio la persona sonriente. Leo el nombre del autor y leo que nació en Noruega, como si eso me fuera a impresionar a estas alturas del atlas. Luego leo el título de su libro y lo que la crítica ha dicho de sus libros anteriores. El autor noruego es un genio, como comprenderán. Luego leo el texto que da inicio a su nueva novela, en cuya presentación me hallo.

Meto el folleto en un bolsillo de mi cartera. Estoy por sacar El buen soldado, de Ford Madox Ford, pero me parece de mal gusto leer en mitad de una presentación literaria. Es como utilizar el ipod en mitad de un concierto. No tengo ipod.

El señor de mi derecha, el que dije que era robusto y sigue siéndolo, huele con intensidad. Debe de tener 50 años. Huele como paternal. Simplemente, en este instante, pienso que no quiero envejecer y que prefiero, de hecho, cabalmente, morirme mañana.

Dejo de oler al señor y empiezo a escucharle. Me habla.

-Yo me voy a ir... Llevo desde... ¡Desde las siete!

-Vaya –me veo obligado a replicar.

-Sí. Se me paró el reloj, es de esos... De esos que... Me lo quité y se retrasó una hora.

-¿De esos que funcionan con el pulso?

-Me lo puse y llegué a las siete. Una hora aquí. Como no venga... ¿Sabe si va a venir? Yo es que me voy.

-El autor parece que se retrasa. Pero supongo que vendrá.
-¿Usted conoce la editorial que lo publica?

El señor me señala en el folleto el nombre de la editorial que también me publica a mí.

-No –digo.

-No la había oído nombrar.

-...

-Pero está bien que publiquen cosas nuevas, ¿verdad? Las de mi tiempo ya no son lo que eran.

-Sí. Ahora sólo publican medianías y liliputienses mentales.

-¿Decía?

-Nada. Mire: un noruego.

El noruego es el autor y camina con decisión hacia la mesa-estrado. Es alto. La gente por aquí es muy alta y muy noruega.

La presentación se inicia con una presentación de la presentación. Esto corre a cargo de alguien de la librería Tierra de fuego. Luego continúa, la presentación, con la presentación de un editor noruego, que presenta en términos generales. Luego, la presentación da paso a un presentador del autor que presenta al autor, al libro nuevo del autor y a Noruega. Este presentador es muy exitoso y dice cosas muy chispeantes. Miro mi reloj y han pasado cincuenta minutos de presentaciones de la presentación. Entonces el escritor noruega se presenta a sí mismo y a su novela y lee un cuento sobre arte contemporáneo y barcas bamboleantes. Aplausos.

-¿Te ha gustado la presentación? –la jefe de prensa, ya en la librería propiamente dicha, donde empiezan a servir salmón y champán en vasos de plástico.

-Sí, me ha gustado mucho.

Una señora empieza a distribuir, con ayuda de una bandeja, los vasos de plástico con champán. Otra provee a los asistentes a la presentación de canapés de salmón noruego cien por cien literario. Se habla mucho y se señalan guías en los estantes.

-¿Me pasas un vaso de champán, A.? –la jefe de prensa.

-Sí –yo.

Tengo a la distribuidora de vasos de plástico con champán a mi lado. Estiro la mano, declino la tentadora cercanía de una vaso con poco champán y me decido por uno lleno hasta arriba. Lo levanto de la bandeja, muevo el brazo horizontalmente para hacerlo llegar a las manos de la jefe de prensa y el hombro de la distribuidora de champán en vasos de plástico intercepta mi servil misión y hace que el vaso caiga al suelo, donde el champán forma un charco enorme, no parecido formalmente a Noruega en lo más mínimo.

-¡Mi puta madre! –pienso.

Me acuclillo para alzar el vaso vacío del suelo. Lo pongo sobre la bandeja.

-Perdón. Lo siento mucho. Le suplico su perdón.

La distribuidora de champán en vasos de plástico no me perdona.

-Ahora habrá que limpiarlo todo... Psché... Ahora... –y mira hacia el fondo de su librería.

La jefe de prensa se ríe de mí mucho.

Me voy.

Me recluyo en el pasillito, donde el autor noruego muy alto y que hace cuentos sobre barcas bamboleantes está firmando ejemplares de su libro a fanáticas de su obra. Me miro los zapatos y los tengo constelados de gotitas de champán.

-Muchas gracias. Muy amable –el autor noruego.

Una nueva fanática le pide la firma.

Yo dejo de mirarle y dirijo mi atención hacia el gentío canapetista. El salmón circula como glóbulos rosas por toda la sala. La distribuidora de champán va y viene. Veo el abrigo de la jefe de prensa colgado del bolso de un hombre que me da la espalda. Entran más personas en la librería y la masa de asistentes se remueve un poco para integrarlos. Todo es ajeno.

Abro una guía titulada Dinamarca. Hojeo la guía durante quince minutos. Juraría que de Dinamarca no va.