martes, 31 de diciembre de 2013

raudo # 98

La magia matemática, el misterio en la cifra, contar hasta diez (dice un amigo que las cosas las contamos -necesitamos contarlas- sólo a partir de 4: gente, coches, paraguas), ese abismo inmensamente diminuto (y no sé por qué, recuerdo: No hay extensión más grande que mi herida) entre un número y el siguiente, entre determinado número y el siguiente, por ejemplo, entre el 99 y el 100, pues pensé hace días, sin echar las cuentas, que sería bonito que el número 100 de estos escritores volanderos y digitales y públicos por íntimos coincidiera con el final del año, con el 31 -menudo número no redondo, cubista, narigón- de diciembre: si esa coincidencia se hubiera dado -pensé- pues lo dejaba, o me daba un respiro (por azares así de menores decidimos una vida, la decantamos), pero veo ahora -vi hace tres, cuatro días- que no llegaba, que no se encontraban la escritura y la nochevieja, el año nuevo y el silencio, así que habré de apañármelas para publicar algo, escribirlo, el 1 de enero, y el 2, así hasta que una confluencia de hechos, nociones y supersticiones me diga cállate, algo de lo que uno nunca está muy lejos, porque callarse es una tentación, un alivio, dejar de decir, dejar de emitir, cesar en la vitalidad del verbo, pero no es el caso, así que aquí van las palabras, más grandes que mi herida, del último día del año 2013, un año que no sabe uno pensar, del que cuesta hacer un balance, porque cualquier cosa sucedida hace más de cuatro meses me parece de hace más de cuatro años, o de cualquier año anterior a 2013, y sólo recuerda uno, ahora, los meses inmediatos, con sus conflictos, sus tiras y aflojas, de modo que qué balance va a hacer uno, apenas un almanaque de escozores, como si fuera tan importante: lo difícil es acordarse de la feliz nada, del hueco alegre, de tardes que pasaron sin que nos diéramos cuenta, entre amigos, entre libros, entre el césped infinito de las televisiones, cuántos partidos ha visto uno, madre de dios, y cuántos cafés y cuántas cañas, y cuántos libros, y eso fue el año 2013, poca cosa en los hechos, o todo él un hecho anodino, usual, de vida vivida en dirección única, hacia el remanso.

lunes, 30 de diciembre de 2013

domingo, 29 de diciembre de 2013

raudo # 96

Capitalismo: una historia de amor, del simpático panfletario Michael Moore -que pasó de la fama al canon (el olvido) en el transcurso de dos o tres años-, filme que veo ahora casi por casualidad -nada tan escasamente navideño como un documental contra el capitalismo: de hecho, la Navidad es el éxtasis del capitalismo- y que disfruto y asumo y aplaudo, amén de verme absolutamente en shock por el milimétrico retrato que ofrece de la degradación social española actual hace cinco años, cuando esa misma degradación cumplía sus lúgubres plazos en Estados Unidos, pues todo lo que pasó allí pasó aquí, y sólo cambia el nombre del banco y la dirección del domicilio desahuciado, las caras y los nombres de los ladrones, el idioma en el que se ejecutan las atrocidades, a lo sumo las cantidades que se manejan, siempre más obscenas que las de nuestro pequeño país paralelo, mimético, clónico, patético, como el loro de un psicópata o la sombra de una gran hucha resquebrajada.

sábado, 28 de diciembre de 2013

raudo # 95

Me quedo algo sorprendido al ver en la parte de arriba del portátil que hoy es 28 de diciembre, una fecha que siempre significó algo -bromas, titulares en los periódicos aún más ridículos de lo habitual, pero casi más verosímiles, algún correo electrónico delirante y, claro, la resurrección -la no muerte- de Elvis Prestley-, sin embargo, no sé si no estamos para bromas, o si yo mismo vivo ya del otro lado de las fronteras infantiles -los Reyes, ahora Papá Noel, la propia Navidad: apenas me importan-, el caso es que, quizá por primera vez, el 28 de diciembre es otro día más, otro día menos, una fecha transparente y casi anónima, como el cumpleaños de un amigo que ya no es tu amigo, y del que de pronto recuerdas que cumplía años en esa fecha, el día de hoy, pero no puedes hacer nada para que sepa que lo has recordado; todo el tiempo es una broma.

jueves, 26 de diciembre de 2013

raudo # 93

Sin saber cómo -no hay conversación precedente e incitadora, no hay link previo, ni siquiera un aniversario-, me encuentro viendo de nuevo JFK, aquella película de los años noventa, de Oliver Stone, cuando Kevin Costner era una gran estrella -y una gran persona, nuestro héroe romántico-político-, cuando tantos otros actores no eran nadie -luego lo fueron, lo dejaron de ser, lo siguen siendo: según casos-, y uno no sabía ni sus nombres -que Gary Oldman hacía de Lee Harvey Oswald; que Vincent D'Onofrio aparece treinta segundos; aparte: que está Jack Lemmon-, y, como entonces, las tres horas se me hacen cortas -cliché- y exactamente igual de intensas, de fascinantes, y, ahora, con la Red, hasta dejo de ver la película -la pauso- unos instantes para mirar en la Wikipedia quién es Garrison y qué cara real tenía Ferrie -las cejas de Joe Pesci, madre de dios-, y, luego, piensa uno en lo inconcebible que puede llegar a considerarse que se haga una superproducción para decir -entre otras cosas- que el presidente de los Estados Unidos número 36 estuvo detrás -o, al menos, informado, al tanto, en el ajo- del asesinato del presidente número 35: que uno tenga el valor de rodar o de intervenir en una película así, que esa película -que fue un gran éxito- se distribuyera por todo el mundo con su desolador mensaje y su inçómoda -esta sí- verdad, además: que en toda la historia del cine español no haya una sola película tan valiente, tan informada, sobre ningún tema histórico fundamental, ni sobre la Guerra Civil, ni sobre el franquismo, ni sobre ETA, ni sobre los GAL, una película documentada y espectacular, partidaria pero inteligente; amén de sopesar cómo, ante la realidad, tratamos siempre de hilvanar un relato racional y en el cual todas las piezas encajen, cuando la realidad, por principio, es desbarajuste y cabos sueltos: y entonces el malvado, el criminal, acaba siendo un creador genial de hechos y de las consecuencias de esos hechos, que obedecen milimétricamente a sus designios, algo no sólo difícil, sino realmente imposible: lo único que echa por tierra las tesis conspiratorias sobre el asesinato de JFK es que presupondrían que los asesinos, los "autores intelectuales", son, en rigor, las mayores inteligencias de la Historia: "La política es el campo de acción de cerebros mediocres", nos dice Nietzsche, sin embargo.

martes, 24 de diciembre de 2013

raudo # 91

A menudo -por simple resonancia (o sea, "sonido producido por repercusión de otro")- me acuerdo de un comentario que hizo un escritor joven -autor de un libro de carácter social que obtuvo cierto éxito- en la revista cultural donde uno colaboraba sin remuneración alguna y, por más señas, a un artículo mío donde hablaba de la demagogia de cierta izquierda, de esa cala o calita puramente monetaria que encontraron algunos (o algunas) en hipertrofiar las demandas sociales más evidentes en burda aspiración al beneficio propio, y decía el tal comentario algo parecido a esto: cómo se nota que tú no tienes problemas para vivir, o, quizá -podría buscarlo, pero esto lo escribo sobre lo que me queda en la memoria, y seguramente es más honesto hacerlo así-, o quizá (digo) decía algo del estilo a: cómo se nota que no tienes problemas para llegar a fin de mes: creo que ésta es una cita más exacta del comentario, al que, por otro lado, no respondí, pues no podía responder sin caerme de bruces en el victimismo, esa demagogia hacia dentro, sin embargo, como esa experiencia dolorosísima de verse acusado con palabras a las que uno no puede responder se ha repetido un par de veces en las últimas semanas, no me queda otra que volver a pensar, día sí día no, en ese callejón sin salida de la calumnia, y pienso, en primer lugar, en que ésta puede ser fruto de la estupidez o de la ignorancia, además, puede serlo de la falsedad consciente, y, al cabo, puede serlo de la pura vileza; creo que el joven del "no tienes problemas para llegar a fin de mes" ha de colocarse claramente en la primera categoría, pues qué sabe él lo que yo gano a fin de mes y qué comprensible resulta que se dejara llevar por una militancia mal modulada y empezara a disparar a todo lo que se movía; otros, justamente los más recientes, sí son ya falsarios o villanos, pues a buen seguro saben que lo que dicen no tiene fundamento, pero también conocen la poca necesidad que hay de tener fundamento alguno a la hora de cargar a alguien con el peso de la calumnia: anda y que lo niegue, pensarán, pensarían, pensaron el falsario y el villano, porque -y es lo que me tiene loco estos días- a uno lo puedes acusar de cualquier cosa y sentarte tranquilamente a ver que dice, porque, diga lo que diga, te estará enalteciendo: es esa expresión, tan bonita en realidad, que dice "tu palabra contra la mía", secuencia verbal extraordinariamente democrática, porque da a entender que tu palabra y la mía valen lo mismo; sin embargo, no pueden valer lo mismo -y dejarse el juicio final a la interpretación o al capricho del oyente, incluso a su tasado de la retórica de cada cual-, no pueden valer lo mismo la basura y la verdad, siendo basura que el joven autor diga "se nota que no tienes problemas para llegar a fin de mes", porque, si viera mi declaración de la renta -sin ir más lejos-, no daría crédito, y si viera mi domicilio y el modo en el que vivo, no daría crédito y sus palabras, estúpidas o ignorantes, se le volverían estiércol en las manos, y habría de pedirme perdón: pero uno no puede decir esto en público -siendo aquí un lugar público que entiendo íntimo: ya dije- porque llorar es poca cosa como argumentario; los otros, falsarios y viles, ya saben que sus palabras son escoria, y frente a la escoria de poco valen las palabras opuestas, y muy escaso consuelo es el silencio, qué le vamos a hacer; de modo que tiene uno que asumir que hay gente así, tan increíblemente miserable, tan hipócrita, tan autoindulgente, y esperar a que pase el tiempo, por ver si acierta -aunque sólo sea de chiripa- a darle a cada uno lo que se merece.

lunes, 23 de diciembre de 2013

raudo # 90

La, así llamada, "defensa de tesis", denominación bastante absurda -o, al menos, anticuada- toda vez que la tesis, mientras se defiende, no es en absoluto atacada por nadie del tribunal.

domingo, 22 de diciembre de 2013

raudo # 89

En España, si no eres de la izquierda blanda, necesariamente tienes que ser de la derecha dura. Dicen.

sábado, 21 de diciembre de 2013

raudo # 88

90.000 mujeres, más o menos, de las que abortaron en cualquiera de los años inmediatamente anteriores al actual no podrían haberlo hecho según la nueva ley (cito) de protección de la vida del concebido y los derechos de la embarazada (fin de la cita: y uno se pregunta quién le escribe las cosas al gobierno (a veces me he preguntado quién redacta -muy bien- los carteles de los autobuses urbanos), y más en este caso, no tan esmerado, pues chirría -sintácticamente- que un concebido tenga vida -como rechinaría que una carrera tuviera hacia la mitad una meta- y falta (considero) una preposición delante de "los derechos de la embarazada", para que fueran también efectivamente protegidos, aunque desactivar una de las opciones (sí/no) que posee una mujer encinta no parezca, desde luego, una ampliación de sus derechos, ni aun de su libertad), esto es, que 90.000 mujeres, muy previsiblemente, se verán en el año 2014, y en el año 2015, y en el año 2016, acorraladas por su propio vientre, obligadas a tomar una decisión siempre difícil -la frivolización del aborto que acometió el anterior gobierno también tuvo lo suyo- que además, ahora, es ilegal y, por tanto, debe ejecutarse en otro país, o en la cladestinidad más intolerable, pues practicar abortos ilegales es el nuevo negocio (no-ven-ta-mil-mu-je-res) que ha inventado el ministro de Justicia, al cosificar a la mujer, condenándola a jaula de sí, cadena de montaje y destino de otro, pues uno entendería, en personas con una radical conciencia de la inviolabilidad de la vida, todo tipo de medidas disuasorias respecto a la interrupción del embarazado, y hasta otras tantas ocurrencias en favor de la castidad e incluso de  la virginidad: cualquier campaña, cualquier discurso, cualquier mensaje, pero no, desde luego, esta conversión de 90.000 mujeres (no-ven-ta-mil-al-año), por ley, en esclavas natales.

viernes, 20 de diciembre de 2013

jueves, 19 de diciembre de 2013

raudo # 86

Esa gente que usa paraguas y camina arrimada a la pared, donde la lluvia, por tramos -por portales, marquesinas, toldos, voladizos, cornisas-, apenas empapa, y que no se aparta cuando alguien que no utiliza paraguas -y que también camina por la calle rozando edificios- se cruza en su camino -de hecho, en el cruce se producen pequeñas puñaladas a la dignidad: esas varillas que amenazan la integridad de un ojo, los peinados, el paño de los abrigos-: esa gente, digo, esa gente, que ni siquiera comparte la lluvia.

miércoles, 18 de diciembre de 2013

raudo # 85

Y llegar a preguntarse si hay alguna posibilidad ahora mismo de que alguien cuyo nombre aparezca en un titular de periódico pueda ser un hombre honrado, persona de bien, no tanto porque abunden los encabezados que emparejan nombres y delitos, patronímico y condena, sino porque aquellos mismos titulares que nos hablaban de deportes o de espectáculos, o de acciones solidarias, se transformaron de pronto en enunciados delincuentes, con el mismo sujeto y un predicado menos festivo, por lo que uno puede leer ya la prensa desde el futuro, encontrar sórdidos significados venideros, y donde dice que Fulano gana tal campeonato sobre-leer que Fulano comete tal delito, donde dice que Mengano dona tal cantidad de dinero a tal ONG proto-leer que Fulano y tal ONG están ahora mismo robándonos a todos; y donde dice que se hacen cosas infra-leer que no se hace nada, que ya nos contarán dentro de diez años lo que de verdad estaban haciendo nuestros héroes, nuestros modelos, todos estos grandes hombres sonrientes.

martes, 17 de diciembre de 2013

raudo # 84

Codificar lo evidente: así puede entenderse que ahora mismo vaya a escribir determinadas palabras, cierta frase demoledora, pues no constituye la frase un punto de partida -tampoco de llegada-, ni un mandamiento personal, sino la cristalización verbal de una tendencia que ya es norma en mí, censura en mí, desatención; y es: que a partir del 1 de enero de 2014 no leeré ninguna novedad literaria española -ni en español- salvo con clamor de fondo, al albur de recomendaciones masivas y apasionadas, porque morirse sin leer tal o cual libro sea intolerable, pues ya gasté los ojos sobre la efímera actualidad de nuestras letras durantes muchos años, un poco para nada -que eso es lo de menos-, con sensaciones tantas veces ridículas: de desagradecimiento, de animadversión, de falta de respeto (los que votan y juzgan las mejores novelas del año apenas si leyeron el 10% de lo que yo leí), amén de por imperativos intelectuales cada vez más aplastantes: Chateaubriand, Juvenal, un tal Trollope; que todo lo que sé empieza a olvidárseme, que escribís muy mal; que es la hora.

lunes, 16 de diciembre de 2013

raudo # 83

Lo importante, pensar -a veces, un rato, no te marees- en lo importante, qué es lo importante, lo importante de la vida, lo importante de ser-en-el-mundo, qué pesa y que quedará, qué trasciende, a cuánto está el kilo de trascendencia, cómo vamos de un punto a otro sin ser sólo eso que une un punto con otro, esa línea escrita en el agua -epitafio-, tanta nimiedad inmensa no me deja ver lo importante; es tan pequeño lo importante; y detenerse enseguida no sea que acabemos fundando sectas.

domingo, 15 de diciembre de 2013

raudo # 82

Que se acaba el día y no escribe uno nada, con lo fácil que es teclear, hundir botones, hundir quince botones y dejar una frase de tres palabras, hoy es domingo, la luna llena, el mar avanza, Quevedo escribió un poema, un soneto, en el que todas las palabras empezaban por A, así algunos articulan aforismos; por ejemplo, decir, ya que encadeno, que me dejo ir, decir que tengo pendiente un escrito sobre librerías y bibliotecas, sobre esos hermanastros del almacenaje, sobre el Caín y Abel de los libros, la cainita librería, interesada y escaparate, donde gozo de la tentación del consumo, del glamour de la novedad, pero nunca de los libros en sí mismos -en la librería comienza el comercio del signo, dice Barthes-, frente a la generosa biblioteca, donde todo es bufé libre y hallazgo, posibilismo, amor, libros que quiero leer pero no tener, libros que no he de elegir por su precio -en la librería, cuando compro un libro, dejo de comprar todos los demás; en la biblioteca, cuando saco un libro en préstamo, instauro una infinita cola de lectura: todos llegan, todo llega-, las bibliotecas están llenas de ciudadanos -y algunas, tan modernas, amontonan ciudadanos de todas las edades, adolescentes despatarrados por el suelo, ancianos adictos al tacto de la tinta (sus periódicos de siempre), adultos con vídeos o cedés, señoritas reunidas en salas multiuso-, las librerías están llenas de clientes, indistinguibles, mironeros, abusivamente conscientes de su poder de clientes, de su autoridad monetaria, que incluye el privilegio del grito, de la queja tronante, también; en la biblioteca, sin embargo, se guarda silencio, no sólo porque alguien está leyendo, estudiando, no sólo porque un cartel pide ese silencio, sino porque la institución nos convierte en comunidad de respeto.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

raudo # 78

Recordar para narrar -para desfigurar- aquel día, lunes, no hace mucho, en que iba en el tren en dirección a Sol y empezó a sonar un pitido molesto, quizá procedente del baño público del vagón colindante -de su puerta mal cerrada, mal abierta, mal tratada-, pitido que se impuso sobre el pasaje numeroso, al punto que algunos -una chica muy guapa, noté- se cambiaban de asiento, se iban hacia el fondo -el fondo doble: puede ser hacia la cabecera, puede ser hacia la cola- del tren, por no oírlo más, el pitido cadencioso, picajoso, nada grave, nada que a mí me afectara demasiado, con los cascos, con mi lectura, las rodillas apretadas y reunidas con otras rodillas en el hueco entre los asientos enfrentados, mirar un poco la estación que cae, el viajero que entra, el que sale, seguir leyendo y oyendo -más que escuchando- mi propia música desatendida, volver la vista, un segundo, hacia una piernas en medias negras, falda corta de volantes, morada, seguir leyendo (y todo lo demás) hasta que Sol cartelea por las ventanas y salgo, en masa y en manada, fluyendo con mansedumbre de rebaño, hacia unas escaleras mecánicas, de las tantas que hay en Sol, de las tantas que ha de utilizar uno para tocar techo y suelo, ver el cielo, ver la falda morada, de volantes, las piernas negras, por la licra -¿será licra?, será seda; será algo, materiales de la estética-, delante de mí, a unos escalones por delante, y mirarlas ahora (entonces) -mirar las piernas, mirar la falda- con una mayor intención, pero no excesiva, casi solamente inevitable: las escaleras, su pendiente, los ojos, su simple apertura y recepción de lo real, y nuevas escaleras mecánicas, y nueva mecánica de la mirada: uno ve o mira muchas veces sin tanta premeditación, unas piernas, un culo, unas rastas, un abrigo desflecado, lo que te ponga delante el mundo y el aburrimiento de andar el mundo, y, sin querer tampoco, pero por una competencia de peatones y de pasos, voy dando alcance -o me van dejando dar alcance- a las falda violeta y sus volantes y sus piernas de seda o licra -o quién sabe-, hasta que, en un descansillo, el que se haya entre la segunda escalera mecánica y la tercera escalera mecánica, la mujer -que ya ha crecido indumentaria, pues lleva abrigo rojo, de paño, y es pelirroja, y tendrá 30 o 30 y muchos años- camina más o menos a mi lado, un poco por delante aún, de modo que tomamos las escalera mecánica al mismo tiempo, ella -hay dos escaleras mecánicas paralelas que suben y dos que bajan- la de la derecha, yo la de la izquierda, y ahora, en mi ascender automático, nada tengo que mirar más arriba, y miro los dientes de los escalones engrasados y engrasarse contra otros dientes metálicos, desaparecer en lo alto, algunos zapatos, nada muy excitante, así que vuelvo la cabeza, hacia mi derecha, indolente y sin saber por qué -quizá me llaman, me convocan; quizá uno sabe que lo miran- y ella me está mirando, falda violeta, violenta, volantes, medias y abrigo rojo de paño, pelirroja, con mirada inocente y sabia, con ojos de Hola, con una serenidad devastadora, y bajo la vista, yo, bajo las manos, bajo un peldaño y me quedo atrás, cohibido por la sinceridad de la comunicación, y no levanto la vista mientras la escalera me levanta hasta la calle, ni tampoco cuando la siguiente escalera, la cuarta, me levanta hasta la calle, sólo sigo siendo subido hacia la calle, con una mirada en la memoria y no sé, no miro, si  también en el cuerpo, activa, hasta dar en los torniquetes -así llamados- de salida, y tirar mi billete inútil en una papelera concreta -la papelera de siempre- y tomar otra escalera mecánica, la última y definitiva, aún sonrojado por la mirada de una mujer pelirroja, peligrosa, y hasta cuando llego a la calle noto que ando deprisa, que huyo -y hasta pienso chistes para llegar a casa: vengo huyendo de una mujer guapa y joven, no te creas-, hasta andando por mi calle tengo la sensación de acoso, de sofoco, de violencia violeta, paño rojo, pelo rojo; cuando meto la llave en la cerradura del portal también; antes de entrar -antes de abrir-, vuelvo la cabeza, miro hacia el final curvo y oscuro y promisorio de la calle, y no sé lo que veo.

lunes, 9 de diciembre de 2013

raudo # 76

Un apunte técnico, no habiendo nada mejor -o competencia intelectual mejor, a mano- que decir: que aquí se muestran los escritos de veinticinco en veinticinco, aunque quería uno dejarlos todos seguidos en tumulto incontenible, pero algo en blogger me disuadió de plantearlo finalmente así, o algo en el estorbo de un scroll infinito, y fue el 25 -sin mayores méritos que su redondez- el valor elegido para el corte, el capítulo, la parcela.

domingo, 8 de diciembre de 2013

raudo # 75

Pensar en el misterio de que uno, a veces, con todas las palabras hábiles en su cabeza, y tantas líneas de pensamiento abiertas -así sean bagatelas, asuntos domésticos, preocupaciones de mesa camilla-, pueda llegar a no tener nada que decir, por escrito, durante 24 horas.

sábado, 7 de diciembre de 2013

raudo # 74

Después de tantos ratos mal gastados,
tantas obscuras noches mal dormidas;
después de tantas quejas repetidas,
tantos suspiros tristes derramados;

después de tantos gustos mal logrados
y tantas justas penas merecidas;
después de tantas lágrimas perdidas
y tantos pasos sin concierto dados,

sólo se queda entre las manos mías
de un engaño tan vil conocimiento,
acompañado de esperanzas frías.

Y vengo a conocer que, en el contento
del mundo, compra el alma en tales días,
con gran trabajo, su arrepentimiento.

viernes, 6 de diciembre de 2013

raudo # 73

Una estampa de Málaga -casi un cuadro, una fotografía, incluso un fotograma para película española- que recuerdo estos días: caminaba por una calle y me encontré con un bar en obras, todo polvo de yeso, cables sueltos, martillos, goterones de pintura sobre la futura barra del local y sobre las baldosas y sillas y mesas, y plástico cubriendo algunas máquinas: era la hora de comer, y en una de las mesas manchadas, toda una familia, moteada de arriba abajo -de pies a cabeza, digo, pero, también, de padre a hijo, de hija a madre, de abuelo a abuela- por la pintura y el escombro y el esfuerzo, comía con normalidad onírica, en mitad de la batalla de la construcción, como si no compareciera todo el apocalipsis alrededor de su mesa, feliz.

jueves, 5 de diciembre de 2013

raudo # 72

Que en la calle Mayor los coches circulan en un sentido y las bicicletas en otro, de modo que el peatón puede ser atropellado en ambos, motivo por el cual el Ayuntamiento ha ordenado escribir sobre el asfalto, escribir una nota, un aviso, una comanda, que dice: "mire->", con flechita (si no recuerdo mal), y luego de la flechita (recordada o inventada), el símbolo del carril-bici, que viene, que fluye, que amenaza en sentido opuesto al del taxi o el del bus turístico, el del camión de la basura (los atropelladores habituales), pero ese "mire->", flechado, no se entiende bien en una primera lectura -ese "mire->" es una novela de Beckett por sí solo-, pues nadie -ningún español- ha dicho nunca "mire", se ha puesto imperativo con usted (¿cómo te vas a poner imperativo con un señor, un anciano, un gran jefe, un ministro?), así que, entre que te aclaras el vocabulario y los tiempos verbales, es casi seguro que una bicicleta te pasa por encima; ese "mire->", traducción acomplejada del inglés, del "look->" londinense, también con flechita -la flechita es lo único bien traducido-, no nos vale, no nos cuadra, mejor hubiera sido tirar de naturalidad y de madres: "cuidado", sólo "cuidado", y la flechita (->), nos venía valiendo; o, ya puestos: "ojo" -y, sí, la flechita-, "ojo", tan corto, útil y, curiosamente, parecido -más parecido, más inglés, más redondito- al "look" que importamos para avisar, y los siniestros.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

raudo # 71

El malestar, el mal cuerpo, la desazón de la trifulca, mayormente si es cara a cara, cuerpo a cuerpo, con las palabras vivas volando -atizando- a tu alrededor, esa disciplina de la lucha -la discusión, el desplante- que queda tantas veces a un paso de la pelea real, los puñetazos, los mordiscos, sólo impedidos, casi siempre, por un hálito de sentido común, de madurez, o por la intercesión -incluso, la presencia- ajena, como en Málaga, de copas, de conocimientos, personas nuevas que uno saluda inocentemente, y luego acaban -una o dos personas- deponiendo su copa, su cortesía, su transigencia, insultando, mirando para otro lado, por algo que uno dice o les dice, unas pocas palabras maltomadas: qué tensión incomprensible, la del desencuentro, qué violencia la de no estar de acuerdo o no ser dado en razón, cuánto odio, acumulado y acumulándose sobre el lomo de tu conciencia, y todos son nombres que sumo o resto, y saludos mañana que tendré que negar, oscuridades.

martes, 3 de diciembre de 2013

raudo # 70

He conseguido que mi madre tenga miedo a volar (o bien: he conseguido que mi madre tenga miedo a volar; o: he conseguido que mi madre tenga miedo a volar; o: he conseguido que mi madre tenga miedo a volar).

lunes, 2 de diciembre de 2013

raudo # 69

Agradecer o agradecerse que la dinámica de estos escritos -uno al día, haya o no algo que decir, sean breves o largos, reflexiones, citas o efemérides- me obligue a seguir adelante, a dejar atrás, a entender que todo lo que pueda preocuparle a uno dura exactamente 24 horas.

domingo, 1 de diciembre de 2013

raudo # 68

Me acuerdo a menudo, estos días, de una cita, o medio cita, de una apreciación (un consejo) de Charles Bukowski (que quería copiar aquí, pero que no sé si guardé o no en algún documento, ni en cuál), se trata de unos versos de (y este título casi equivale a la cita perdida) lo más importante es saber atravesar el fuego, dicen algo como: si quieres dedicarte a los libros, a escribir, has de saber que te atacarán (dice Hank) por dónde más te duela (seguramente no era tan ramplón, el verso), consejo (apreciación) que uno entiende (cursiva), pero que va entendiendo de verdad (en-carne-propia) estos días, estos sábados, estos viernes de reseñas y légamo pues, lo último -y como lo tengo en la cabeza lo escribo, aunque luego sea posible que este post íntimo y público quede como una respuesta que no es, un ataque que, bueno, sí es, un debate que no, pues aquí venimos con la sintaxis culebreante y la experimentación para uso propio: a santo de qué explicar nada-, digo, lo último, es la reseña de un tal Fernando Valls, cuyos méritos (de ahí el tal) desconozco, salvo, justamente, su labor de antólogo de cuentos y seguidor del género en un blog que blablablá, y el caso es que la reseña dice cosas, muchas, variadas, y con algunas está uno de acuerdo (ciertamente la "voluntad de estilo" no es la característica más destacada de los autores de Última temporada, libro al que atañe la recensión de Valls, y ciertamente hay altibajos entre los firmantes, unos mejores, otros peores, dentro, claro, de que en eso, por gustos y simpatías estéticas, nunca nos pondríamos todos de acuerdo) y con otras, obviamente, no, de tan disparatadas y hasta patéticas que resultan; pero hay, también, nuevamente, una afirmación que me causa pasmo -como al otro estupor-, desasosiego, incluso una definitiva tristeza (y sólo esas siete palabras justifican este escrito: todo lo demás, siendo discutible, es legítimo), ya que, como aquel otro con lo del Monopoly, y aquellos otros con lo de mi afán promocional, Valls afirma gratuitamente -aunque cobrando, de Babelia-, sin más argumentos que aquellos propios de la bilis y de la mala fe, que yo (cito) vivo "obsesionado con los premios y los adelantos", y se queda -dios lo bendiga- tan pancho, de modo que he de buscar un símil nuevo, pues aquel de la infidelidad ya lo gasté, y encuentro éste: que vivo, también, obsesionado con la cocaína, veo mucha cocaína a mi alrededor, a veces no veo más que cocaína a mi alrededor, por lo que, quizá a menudo, comento cuánta cocaína hay a mi alrededor, lo que llevaría a un Fernando Valls -o sea, a un tipo sin escrúpulos ni sentido ético, por lo que se ve- a afirmar -cobrando-, con alevosía, gratuidad y cachaza: Alberto Olmos vive obsesionado con la cocaína, o séase, que de no haber probado nunca la cocaína -virgninidad de la que estoy satisfecho pero en modo alguno orgulloso- paso a ser un cocainómano reconocido, y así "obsesionado con los premios y los adelantos", dicho en tan alto foro, y con tal displicencia, significa -tachán- que en efecto vivo obnubilado por los galardones y los dineros, y, sin embargo -pobre de mí-, si se piensa un poco -incluso no siendo yo, no siendo juez y parte-, ¿cómo puede afirmarse que un autor sin premios está obsesionado con los premios?, pues ahí está mi biografía, mi wikipedia, finalista de algo en 1998 (!), ganador de algo local en 2006, y para de contar, cuando justamente Valls es experto en cuentos, o sea, en cuentistas, o sea, en gente que gana 23 premios provinciales al año, autores a los que no les importa escribir de frutos secos gallegos si el concurso de tal pueblo de Pontevedra especifica dicho asunto como obligado tema del relato: pero soy yo, que ni siquiera participo en concursos, el que vive obsesionado con los premios -pobre de mí-; y luego, en segundo término, tenemos otra calumnia igualmente aleatoria -bien podría Valls, el tal, decir: vive obsesionado con el sistema métrico decimal, la factura de la luz y el color amarillo: tanto daba- y es: "obsesionado con los adelantos", y, claro, te tienes que reír, y ponerte triste, pero mejor será reír, cuando uno, de nueve o diez libros que ha publicado, no ha cobrado adelanto en casi la mitad de ellos, y apenas nada en los restantes títulos, y, además, ningún editor de los varios que ha tenido (uno) podrá decir que el aquí presente le dio la brasa, la barrila, el santo coñazo con el dinero, que negoció siquiera lo que le ofrecían, pues siempre pasé de largo sobre este asunto e incluso en un libro (Tatami) fui yo, chulísimo, el que dijo: no quiero cobrar adelanto, quiero cobrar lo que se venda, todo lo cual Valls no tiene por qué saber, pero parte sí, por puro sentido común y, claro, algo de honradez e intuición: quien ha publicado cuatro novelas en Lengua de Trapo muy obsesionado con los adelantos no puede estar; quien se pasa la vida escribiendo y publicando sin remuneración alguna tanta importancia no le debe de dar al dinero literario; pero ¿y qué más da?, "obsesionado con los premios y los adelantos" dice de mí, consigna de mí, cincela de mí, dictamina; calumnia; algo que no dice de tantos de sus autores favoritos, que cuentan sus novelas por premios y alguno de los cuales ha llegado a preguntarme a mí -no yo a él- cuánto te dan, cuánto te han dado, ay; te tienes que reír; soy cocainómano porque no pruebo la cocaína, también; qué risa todo.Qué pena.