A Olmos le gusta jugar. Ya hace tiempo jugó al vomito suicida, después a la novela fría con excusa exótica, después a la novela coral pero ordenada y, más recientemente, a la novela-situación que no situacionista. Ponerle vosotros los nombres a las novelas, anda… googlear un rato.
En esta ocasión juega a ser un escritor centroeuropeo al que no le molesta que se le reconozcan las costuras: las de sus influencias, no las de su tejido narrativo. Faulkner y Beckett son sustantivos que en la sinopsis se pueden leer porque el escritor quiere que el que lector comedido los lea. Atención, no se amarra a cualquier cosa: nada más y nada menos que FAULKNER y BECKETT. Para los no iniciados esto es un aviso de que Olmos VA EN SERIO, es decir, Olmos no es un escritor que se conforme con entretener, con hacernos soñar, hacernos sentir, recrearnos en la excusa cultural de que un leer un libro es bueno, per se. No. Olmos quiere que sepamos que es un escritor COJONUDO: lo demás, no le importa. En cierto sentido, es lo único a lo que debería dedicarse un escritor: a hablar solo con su obra, a decir: soy único, y pienso que todo lo demás es basura, (excepto, por supuesto, Faulkner y Beckett, de los cuales he recogido el TESTIGO de aupar el nombre de la literatura a su punto más álgido, y aquí lo hago como en otras pasadas y acertadas ocasiones).
Ya puestos a leer la obra en cuestión queda claro que el autor ha leído a Faulkner, y lo ha leído bien, es decir, ha aprendido la importancia de la voz narrativa y lo exprime al máximo. De hecho la lectura de la novela es una delicia tan sólo por dicha superposición de voces, enigmática en un principio pero cada vez más cómplice con el lector conforme va avanzando la trama. Clarita, la niña, Clara, la madre y Jesualdo, el portero son algunos de los personajes que recorren las habitaciones de una casa que se me antoja gris, de techos altos y escaleras anchas y empinadas. La casa no deja de ser otro personaje más, la estructura movediza que hace que las motivaciones y deseos de las personitas que viven dentro se deslicen hasta un final que le da la mano al comienzo. Por otro lado, lo de Beckett no lo veo tan claro, quizás porque yo asocio Beckett claramente con un uso del lenguaje muy personal, más que con situaciones minimalistas, enigmáticas o claustrofóbicas (el eterno malentendido con Beckett), y aquí el uso de la prosa es mucho más narrativo y fluido. No obstante, agradezco que hayan utilizado el nombre de Beckett como coartada oscura y abismal y no el de Kafka que, como todos ustedes saben o deben saber, es el referente preferido de todos aquellos con pereza mental congénita.
Resumiendo: la novela se lee rápido, con interés creciente y termina cuando tiene que terminar y de la mejor manera posible. Los ecos que dicha historia puedan haber tenido dentro de los cráneos de otras personas… lo ignoro. En mi caso no ha sido un relato que haya sufrido reverberaciones futuras, aunque en el momento de la lectura la haya disfrutado como un niño idiota con paperas. Y es que uno de los aspectos a agradecer de la narrativa de Olmos es el carácter diferenciador de cada una de sus obras, su negación a repetirse y destrozar aquello de “todos los escritores escriben una y otra vez el mismo libro”. A Olmos no le valen las fotocopias ni las segundas oportunidades. Cuando Olmos apunta un objetivo, quiere acertar y dejar el resto de balas en el cargador... porque sabe que, sin duda, algún día le harán falta.
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Nota: Las negritas son del autor/a.
Nota2: Me ha encantado esta reseña.
Nota3: Mucho.
A mí también me ha encantado.
ResponderEliminarNo me extraña que te haya gustado.
ResponderEliminarMuy cierto lo de los parrafos finales, el no escribir el mismo libro y etcetera.
Hasta en el talento... escribías tres libros diferenciados en un mismo chasis.
A mi me gusta el Olmos Bernhard de su primera novela, de la demoledora ABDN.
ResponderEliminarSi algún día me lo encuentro se lo diría, se lo preguntaría: ¿quién consideras que te influyó más en tu primera novela? No, no es esa la pregunta. Sería esta otra: ¿A qué Olmos reconoces en la primera novela, por quién se reconoce influenciado?
No capto lo de Beckett, la verdad.
He leído a Beckett y no, no lo
veo.
Aceptamos a Faulkner, cómo no. Faulkner es un dios para Olmos. Y bien que hace, joder.
Ya me callo.
Olvidé añadir que Olmos se curo a sí mismo con su primera novela. Por eso sigue destilando...
ResponderEliminarTambién olvidé comentarlo antes. Sí, la reseña es muy buena. Me ha gustado, sí.
A mi me gusta A.
ResponderEliminarMucho.
Para mí, las obras maestras de AO son los posts que dieron lugar a Trenes hacia Tokio y los de la serie de los ceros, los unos y los doses.
ResponderEliminarNo sé si es mi temperamento demasiado atraído a lo por entregas.
Los posts que originaron "Trenes hacia Tokio" siguen en la web? O tengo que comprar el libro...
ResponderEliminarTambién hay bibliotecas, amigo.
ResponderEliminar¿Vas a las bibliotecas de Madrid?
ResponderEliminarAy, amigo.
Ppp... pp... pero... HAS QUITADO LA SERIE DE LOS CEROS, LOS UNOS Y LOS DOSES!!!???
ResponderEliminar(Espero que sea para encerrarla en un libro, porque yo NECESITO esa serie).
Enhorabuena.
ResponderEliminarQue bien que escribe el condenao.
ResponderEliminarEl que hace la reseña, digo.
¿Y quién demonios es Alberto Álamos?