Cuando suena “La chica de ayer” respiras hondo y enciendes un cigarro. Significa que te vas. La función ha terminado, y tanto si ha salido bien como si la ginebra estaba aguada, no se admiten reclamaciones, amigos. Suena la canción y la cantas con las únicas fuerzas que te quedan. Te sorprende que todavía estés en pie y no te hayas desmayado de puro sueño y cansancio. Observas a la gente y buscas alguien con quien tomarte una última copa al salir. Una chica a la que dejar en casa cuando amanezca.
No encuentras a la chica del brugal con limón y observas cómo aquella del pelo corto que te atravesó con su sonrisa mientras le aceptabas el dinero, se besa largamente con el tipo alto y tatuado de la gorra. Un tipo con suerte piensas. Un tipo con demasiada suerte. Sigues buscando alguien a quien ofrecerle el último chupito antes del cierre, pero las gemelas ya se han ido y te irás solo a casa.
“La chica de ayer” suena con la ternura de las canciones que ya estaban escritas antes de haberlas escrito. Recuerdas que mañana será un día duro, que apenas te quedan horas para dormir, que tienes hambre y una carta de rechazo por abrir encima de la cama. Entonces sientes esa ligera depresión que te da la barra en noches como esa.
El próximo viernes dedicaré “La chica de ayer” a todos esos chicos que guardan un sueño detrás de la barra. A los que te sirven el cortado, amables y sencillos, después de haber sido vapuleados en un casting horas antes. A todos aquellos que no pueden evitar pensar en ese guión a medio terminar mientras te toman nota de la comida. A las chicas que esconden sus zapatillas de ballet detrás del friega platos. A todos los que tienen ganas de salir corriendo y buscar algo mejor ahí fuera, lejos de la cafetera y la máquina de hielo. A los que se sienten viudos si no le presentas a la chica de las pecas, los que al salir siempre tienen algo que hacer, los que lucen ojeras antes del examen, los que olvidan el número de la mesa pero no el nombre de su personaje, los que caminan con los mismos zapatos desde que aprendieron a caminar, los que saben rimar la palabra oscuridad, los que miran las copas de vino antes de servirte el Ribera, los que coleccionan cicatrices orgullosos y sobre todo a los que les resuenan todavía en los tímpanos el portazo que les dieron en Abril. Cantaré la canción y me acordaré de ellos, de vosotros, de los camareros pluriempleados que duermen planchando el curriculum bajo la manta.
"Un día cualquiera no sabes qué hora es…”
No existe mejor final para el principio de una canción.
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Uno de mis textos favoritos de Algunas ideas buenísimas que el mundo se va a perder. Obra de David Capón / Supercrisis.
Antonio Vega murió hoy.
No encuentras a la chica del brugal con limón y observas cómo aquella del pelo corto que te atravesó con su sonrisa mientras le aceptabas el dinero, se besa largamente con el tipo alto y tatuado de la gorra. Un tipo con suerte piensas. Un tipo con demasiada suerte. Sigues buscando alguien a quien ofrecerle el último chupito antes del cierre, pero las gemelas ya se han ido y te irás solo a casa.
“La chica de ayer” suena con la ternura de las canciones que ya estaban escritas antes de haberlas escrito. Recuerdas que mañana será un día duro, que apenas te quedan horas para dormir, que tienes hambre y una carta de rechazo por abrir encima de la cama. Entonces sientes esa ligera depresión que te da la barra en noches como esa.
El próximo viernes dedicaré “La chica de ayer” a todos esos chicos que guardan un sueño detrás de la barra. A los que te sirven el cortado, amables y sencillos, después de haber sido vapuleados en un casting horas antes. A todos aquellos que no pueden evitar pensar en ese guión a medio terminar mientras te toman nota de la comida. A las chicas que esconden sus zapatillas de ballet detrás del friega platos. A todos los que tienen ganas de salir corriendo y buscar algo mejor ahí fuera, lejos de la cafetera y la máquina de hielo. A los que se sienten viudos si no le presentas a la chica de las pecas, los que al salir siempre tienen algo que hacer, los que lucen ojeras antes del examen, los que olvidan el número de la mesa pero no el nombre de su personaje, los que caminan con los mismos zapatos desde que aprendieron a caminar, los que saben rimar la palabra oscuridad, los que miran las copas de vino antes de servirte el Ribera, los que coleccionan cicatrices orgullosos y sobre todo a los que les resuenan todavía en los tímpanos el portazo que les dieron en Abril. Cantaré la canción y me acordaré de ellos, de vosotros, de los camareros pluriempleados que duermen planchando el curriculum bajo la manta.
"Un día cualquiera no sabes qué hora es…”
No existe mejor final para el principio de una canción.
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Uno de mis textos favoritos de Algunas ideas buenísimas que el mundo se va a perder. Obra de David Capón / Supercrisis.
Antonio Vega murió hoy.
Vaya, el viernes curro en el bar. Estaré imaginando lo que nos dedicas mientras amonesto a la peña por fumar porros dentro del local. Gracias.
ResponderEliminarOche.
Qué bajón.
ResponderEliminarEl dia de hoy se ha acabado a la mitad.
ResponderEliminarEs muy raro que este muerto pero tambien era raro que estuviera vivo.
Ahora hay algo que encaja. Como cuando se apagan las luces del bar y todos se van con su pareja, o solos.
Hoy llueve estupidamente.
me da miedo la enormidad
ResponderEliminardonde nadie oye mi voz
Hoy ha muerto Antonio Vega y el mundo es un asco.
ResponderEliminarSiempre echo de menos alguna mención a esos trabajos aburridísimos, no relacionados con la hostelería, en estos homenajes a la frustración. El mío es uno, y no trino.
ResponderEliminar¿Qué trabajo es?
ResponderEliminarAbrumado estoy. Gracias.
ResponderEliminarAlberto, precisamente estos días he leído tu libro "Algunas ideas buenísimas..." y, a través de él, descubrí también tu blog y el de David. El libro me ha parecido muy interesante y original, al igual que esos escondrijos llamados Hikikimori y Supercrisis. Con la excusa del texto sobre "La chica de ayer" he escrito en mi blog una entrada. Te dejo enlazado a mi bitácora. Un abrazo y enhorabuena por ese libro.
ResponderEliminarP.D. Por cierto, en el blog he escrito algunas cosas sobre los hikikimoris, a ver qué te parecen:
http://blogs.lavozdegalicia.es/luispousa/tag/hikikomori/
Luis Pousa
Pues un curro de oficina, donde nadie más tiene vis "artística", hay mujeres con hijos y maridos que "ayudan en casa", y se habla de lo que pusieron ayer en la tele. Un curro para poder vivir solo, sin parasitar a nadie, y sin ratear con las copas. Suficientemente cómodo y pagado para no molar lo más mínimo.
ResponderEliminarLo digo con frustración y cierto orgullo... No sé si me explico.
Te explicas estupendamente.
ResponderEliminar---
Gracias, Luis, ahora le echo un ojo.
Como secretaria, secretaria, la perfecta subalterna. Feliz de no tener que mezclarme con tantos mediocres.
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