A raíz de la concesión a mi novela El estatus del Premio Ojo Crítico, fui convocado a una entrevista en un programa de Radio Nacional de España, un programa llamado Un idioma sin fronteras. Durante la entrevista (telefónica y matutina: aspectos ambos desaconsejables) la locutora quiso leerme lo que "la crítica" había dicho sobre El estatus, dato este que había sacado de la errónea nota de prensa emitida por Ojo Crítico. La locutora leyó lo siguiente: "Intensa como un drama de Beckett, dura como las mejores historias de William Faulkner, esta novela atemporal y deslocalizada, insólitamente aterradora y al mismo tiempo sutil, nos devuelve el goce de la narrativa pura, del personaje complejo y del idioma puesto al servicio de vivir."
Eran palabras de la contracubierta de El estatus. Eran palabras que escribí yo.
¿Qué te parece, estás de acuerdo con "la crítica"?, me preguntó la locutora. Durante un segundo, pensé en desvelar que esas palabras eran, en principio, palabras de la editorial, en modo alguno de "la crítica" (amén de: eran palabras mías), pero me pareció feísimo introducir esa distorsión en la rutinaria labor de la periodista, de modo que opté por un falso y estomagante: Sí, claro, estoy de acuerdo; y pasamos a la siguiente pregunta.
Estaba de acuerdo conmigo mismo, lógicamente.
Últimamente he pensado bastante sobre esta anécdota, y al hilo de algunas lecturas y encuentros con el anecdotario ajeno, he concluido en la pasmosa evidencia (como tantas, obvia para todo el mundo después de que alguien la nombre) de que la crítica, casi siempre, dice de una obra lo que el escritor quiere que diga. Esto, considero, se debe a tres factores: uno de ellos es la amistad entre un escritor y su crítico; otro es la pereza/miedo del crítico ante determinadas sedicentes obras maestras; otro es, sí, la telepatía.
Entre los hechos que han configurado la inclusión de la telepatía dentro de los mecanismos de la crítica literaria ha estado la lectura en diagonal del blog de Javier Marías. En él, como en tantos otros blogs de escritores, se deja constancia, mediante un simple copiar y pegar, de la recepción, internacional sobre todo, que ha tenido la obra de uno; en este caso, de Tu rostro mañana. Los críticos anglosajones, europeos, consideran Tu rostro mañana como una obra cumbre del siglo XXI, un trabajo magistral, un empeño artístico a la altura de Proust y Joyce y Cervantes. Una novela del copón. O sea sé: exactamente lo que Javier Marías quería que dijeran de su libro antes incluso de poner siquiera la primera palabra de la obra.
Otro hecho más, otra pista telepática. Leí en su día Cosas que pasan, del futuro Premio Nobel Luis Goytisolo. En estas memorias ligeras y cortitas, Goytisolo hace auto-crítica, auto-alabanza mejor, de sus obras mejores, y sus palabras, amén de necesariamente egocéntricas, suenan especialmente exactas, como si realmente nadie en el mundo pudiera decir de sus novelas lo que el propio autor dice; como si el único crítico válido fuera uno mismo.
Movido por el infinito aprecio que Luis Goytisolo mostraba por su tetralogía Antagonía, me acerqué a la biblioteca a echarle un ojo. En uno de los volúmenes, no recuerdo cuál, pero sí que la edición era de hace 30 años (aquellos deliciosos libros de la Alfaguara de Jaime Salinas), aparecía la consabida descripción de la obra "por parte de la editorial". Las palabras qué allí encontré, palabras de hace 30 años, sin firma, eran, casi letra a letra, las mismas que ahora se dedicaba Luis Goytisolo a sí mismo, por lo que no es aventurado suponer que entonces fue también él el que las escribió para su propia solapa.
Esto de que los escritores describamos nuestros propios libros no deja de ser un secreto que habría que descerrajar para contribuir de manera definitiva al sentido del humor mundial. Cuántos libros, cuántos, no incluyen entre sus auto-descripciones afirmaciones del tipo: "la mejor novela del año", "el mejor autor de su generación", "uno de los autores más importantes de Europa", "una obra llamada a marcar época", "un título ya fundamental", "un clásico instantáneo"... Etcétera, etcétera.
Resulta gracioso, pero también obvio, que si a uno le obligan o se obliga a escribir su propia cuarta de cubierta, su propia solapa, lo mínimo que va a querer poner es que su novela es una obra maestra. En Lengua de Trapo, confieso, hubo discrepancias serias respecto a que Faulkner y Beckett fueran convocados a acompañar mi último empeño literario, discrepancias que me vi forzado a sofocar con el siguiente argumento: Es que yo pienso en Faulkner cuando escribo, no pienso en Mortaledo y Filemón. Sorry.
Cuando una obra resulta alabada por "la crítica", me da a mí que en un 90% ese halago coincide punto por punto con lo que el propio autor piensa de su obra. Esto se debe a algo tan sencillo como que el autor queda con un crítico y le dice: Jo, yo creo que he cambiado el paradigma estructural de la novela negra española de las últimas cuatro décadas. Y luego el crítico escribe: Fulanito de tal, con esta nueva obra, ha cambiado el paradigma estructural de la novela negra española de las últimas cuatro décadas.
Yo no he vivido aún un caso similar, dado que no tengo amigos que ejerzan la crítica literaria. Pero sí he visto confirmado el poder telepático con El estatus. Desde hacía algún tiempo, valoraba yo de mi propia trayectoria el que, siendo malo o bueno como escritor, al menos no hacía siempre la misma novela, el mismo personaje, la misma voz. Cuál no ha sido mi sorpresa cuando en un post sobre El estatus, su autor hacía constar precisamente este aspecto: Olmos (con perdón) rompe el cliché de que un escritor escribe siempre el mismo libro. Y en el Ojo Crítico: se ha valorado su afán por reinventarse en cada obra. Telepatía pura, interpreto.
Este extraño mecanismo de reconocimiento de la calidad de las obras tiene que ver, en su pico más importante, con algo sumamente delicado para un escritor: la trascendencia y perdurabilidad de su obra. A fin de cuentas, alguien tiene que decidir (las jodidas listas) quién pasa pantalla y quién se queda con el Game Over, y ese alguien, para un escritor, es siempre un ignorante al que le tienes que decir, eh, por si no lo habías notado, esta novela rompe el paradigma estructural de...
Por ello, nada tan alineado con nuestros días absurdos en lo que al Arte se refiere, que este concepto: explicar la obra. Porque me he dado cuenta de que, al igual que sucede con la cocina moderna o "creativa", que no se puede comer, pero se puede explicar durante horas, hay bastantes novelas a día de hoy que no se pueden leer, pero que su autor puede explicarnos epatadoramente, con lo que a lo mejor la novela no nos gusta, pero la explicación de la novela nos encanta.
Sería, cuando menos, espectacular, encontrar una sociedad, un país, una lengua, que editara los libros sin otra marca que su título, todos en idénticos volúmenes sosísimos, sin diseño, sin paratexto, sin autor, sin contexto, solamente el libro, de modo que el lector, todos, entráramos en él, en palabras de Neruda, "como con una espada entre indefensos", y pudiéramos disfrutar o denostar a gusto, sin márketing, sin presión, sin el idiota del autor citando a Faulkner, sin edulcorantes.
Nunca será así, pero pensarlo relaja un poco, cuando nieva.
...Don Alberto, me quito el sombrero, y no sólo porque me haya gustado mucho la entrada, sino porque me ha dado usted que pensar con la dichosa telepatía y los críticos, y nada mejor para pensar que rascarse la coronilla con rostro circunspecto...
ResponderEliminar...Un abrazo...
Ya que vamos a calzón quitado, te confieso que también hice lo mismo en el único libro que he publicado. Reconozco, jeje, que no tuve el valor de compararme nada menos que con Beckett y con Faulkner... Pero la idea de que la gente de la editorial escribiera aquel textillo, más cuando no habían leído el libro y dudo de que tuvieran tiempo/ganas para hacerlo, esa idea, digo, me parecía absurda.
ResponderEliminarAsi que claro, ya puestos, me puse de bien para arriba.
Si quieres leer buenas críticas, te recomiendo las mías en Ojos de Papel. je-je.
saludos
Pero si lo más divertido es escribir las solapas y la contraportada.
ResponderEliminarAlguns veces pienso que algunos escriben primero (y sólo)esta parte de los libros. Dentro las llenan con palabras.
Para eso tendríamos que renunciar a la valoración de la "cultura" del escritor, es decir, de su conciencia de "la tradición" y de su asunción del tipo de conocimiento considerado superior en occidente (enciclopédico, basado en la razón y la acumulación). Los primeros, los escritores. No creo que los periodistas vayan a hacerlo primero; mucho menos el Power.
ResponderEliminarNietzsche ya habló de esto con respecto a los tres grandes de la tragedia (o comedia ática, creo). Cagándose en Sócrates, claro.
D.
Veo que estás algo rayado con el control social, y el escritor como parte o instrumento de ello.
ResponderEliminarD.
No sé, muy bien lo que cuentas, lo hecho de menos, el Estatus digo, lo tengo en la lista de mis mejores, y entre mis mejores no hay más de diez.
ResponderEliminarEl estatus, claro, es una de las mejores novelas de la década, según todas las listas que hacemos yo y mis amigos. El problema no es que no sepamos elegir "la mejor novela de la década", sino que no sabe uno elegir los amigos convenientes.
ResponderEliminarNo me raya el control social: me raya no ser Faulkner. Digo mucho, estos días, cito, a Cirilo y su concepto de "menopausia" literaria: a los 35 se da: significa que uno empieza a darse cuenta de que no es Faulkner, y si quería serlo, entonces se hace duro seguir escribiendo para ser uno más. Apuntar alto, ese consejo de Vicenczy, puede volverse contra uno, inopinadamente.
En todo caso, como dice Juan Madrid, la crítica literaria es lo más bajo que existe dentro de la literatura. Yo añadiría: si exceptuamos la novela negra.
Es un chiste.
Tú no puedes saber si eres más, menos o igual que Faulkner. No puedes controlarlo. Y en ese punto cigo está, probablemente, lo que se llama "genio".
ResponderEliminarD.
Si, tienes que elegir mejor a los amigos que te ponen en sus listas. Yo puse a "El talento ..." entre mis mejores 12, pero eso a quién le importa?, quién soy yo? qué lista es esa?
ResponderEliminar¿Has leído a Mario Bellatin?
Besitos
He leído un par de libros de Bellatín. Desgraciadamente, no está en mi lista. Es frío y exacto: no me dice nada.
ResponderEliminarMe encanta que vuelvas a escribir estos posts tan largos y sesudos. Te hacen chiribitas los ojos cuando acabas de leerlos.
ResponderEliminarEs lo que tiene aburrirse, Rubén.
ResponderEliminarOtra cita para el tema de la menopausia literaria:
ResponderEliminar"De niño, a la edad en que otros se proponen ser Chateaubriand o nada, yo había escrito que sería yo mismo o nada. Lo que ciertamente no había previsto es que algún día me iba a encontrar en la situación de ser yo mismo y nada al mismo tiempo".
Marcel Bénabou, "Por qué no he escrito ninguno de mis libros"
Adorable cita. Creo que fue Barral o uno de estos el que decía: proponerse ser Musil no te hace Musil, pero serás mejor que si te propones ser Corín Tellado.
ResponderEliminarVaya, que te contradices. Como no te vayas a trabajar a una casa de putas me parece que lo de ser Faulkner lo tienes dificil. Y mira que de hijos de puta está lleno el mundo.
ResponderEliminarY yo tambien quiero ser una axel rose.
a mí más que telepatía me parece que hay cansancio e ignorancia.
ResponderEliminarLa crítica es profesión y como todas busca sus atajos para tener tiempo e irse al supermercado.
La crítica vive de las notas de prensa y si se las da el autor mejor que mejor.
El pasado mes de Marzo estuve en Varsovia. Nevaba ( eso es irrelevante pero quería ponerlo) Buscando lo que había sido el guetto judio ( iba yo sola) me desorienté, me meti por la calle equivocada, vi un edificio pequeño, con una especie de escaparate con libros?. Era una biblioteca de barrio. Entré para curiosear un poco. Me quedé helada ( más todavía) !Los libros! eran todos del mismo tamaño, del mismo color, forrados de un carton verdoso, con el titulo escrito en rotulador grueso en el lomo. No habia resumen, no podias saber de qué iba la obra a no ser que la abrieras y la hojearas. La biblioteca muy pequeña, estaba llena de mujeres con botas militares y gorros de lana, todas examinando en silencio las estanterias cargadas de libros verdes, como criptonita. Conclusión: El comunismo en los libros es posible.
ResponderEliminarY en las drogas. Y para de contar.
ResponderEliminarQuiero estar en esa libería.
ResponderEliminarYa!
D.
D., eso de olvidar una letra, y sólo una, en cada comentario que haces, ¿es algún tipo de "contrainte"?
ResponderEliminarMola.
:-)
¿Y ha leído "Testo yonqui" de Beatriz Preciado?
ResponderEliminar¿Estás en campaña promocional o qué?
ResponderEliminarEs el geni (de mi teclado; es catalá).
ResponderEliminarD.
No se preocupe, señor Olmos. No le vuelvo a preguntar nada.
ResponderEliminarGracias, y adiós.
Bueno, ese comunismo libresco es al que aspira Bértolo en su sobria colección Caballo de Troya..
ResponderEliminarSin fotos en la solapa, con unas tapas (¿pastas?) color carne completamente asépticas y resumencillo ni sé si tiene..
ResponderEliminarEcho de menos una entrevista tuya en condiciones, en medio escrito me refiero. Supongo que no existe porque en ese caso estoy seguro de que hubiera sido, al menos, referenciada en este blog. Creo que es una de las razones por las que "miran" en tu propio blog a la hora de establecer "opiniones" acerca de tu obra.
ResponderEliminarUna proposición: mandarte algunas preguntas y, entre unos cuantos lectores, intentan armar una entrevista decente. Nada que ver con esos chats horripilantes de lectores de última hora, me gustaría que fuese algo distinto, original, profundo y divertido al mismo tiempo. Creo que se puede hacer.
Sí, hemos pensado y hasta dicho o escrito en algún lugar, aunque solo sea una servilleta, cosas semejantes aunque no tan bien formuladas. Cuando pensaba en ese hecho lo hacía con una mezcla de indignación y desencanto: en una solapa de libro "una amiga" escribió, traducido a castellano: " este libro se acerca con torpeza humana a las relaciones...entre texto y vida" y patatín patatán seguía la cosa. Quería comprobar si la gente [la crítica] sólo se fijaba en la palabra más atrayente de todas: torpeza [un libro que dice de sí mismo que es torpe?]. Ahora la tienen por experimental.
ResponderEliminarSucede igual con las biografías de solapa, los textos que se eligen para una antología, las entradas en enciclopedias, wikipedias... El mismo mecanismo oculto. Uno se da cuenta de que los que escriben más pomposidades o clichés esperables son los que reciben mayores elogios. Hay una relación directa. Una línea directa. Un teléfono rojo, sí, entre la mente del escritor y la del crítico. Quizás porque no da tiempo, en el vertigo editorial en que vivimos, a forjarse opiniones propias. Para ello haría falta un silencio antártico. Y hay demasiadas convocatorias, premios, congresos, encuentros con el autor, comentarios en el blog... para eso. Las veces que uno se condena al silencio antártico para escribirse a sí mismo se encuentra de repente fuera de un mercado que devora y defeca solapas autocríticas.
Me consuela que hayas incluído esa característica del mundo editorial, que yo consideraba una aberración, entre las humoradas que contribuirán a afianzar aún más la ironía que mueve este mundo. Ahora me siento parte de un inconsciente festival del humor y eso, desde luego, me alegra mucho más que sentirme parte de una siniestra comitiva de hipócritas. Lo caricaturiza un poco. Le quita hierro. Lo has escrito sin retóricas, con llaneza, como creo que debía hacerse.
Me siento un poco mejor. Y me siento un poco peor.
http://www.rtve.es/radio/20091123/alberto-olmos-premio-ojo-critico-narrativa/302173.shtml
ResponderEliminarUna entrevista interesante. Voy por el min 12.
Me ha encantado :)
ResponderEliminar*Coñonauta*
pd. No sabía que iba a dejar tantos comentarios en este blog, si lo sé elijo otro pseudónimo.Qué gran descubrimiento, Alberto Olmos.
En los próximos comentarios, si los hubiere, me llamaré simplemente C.
Gracias, muchas.
Un beso.
Supongo que eso ya existe. Descargar libros por paquetes. Todos los que hay con la letra A. A pelo. Bumba. Ya está. Archivos asépticos que vas leyendo en un ebook de tinta electrónica, con su fondo crudo, amarillento, de color de papel reciclado, tan sedante frente al blanco dañino de la pantalla del ordenador. Abres el primero. Empiezas, no te gusta, lo dejas, pasas al número dos, o lo acabas por tus pelotas, porque te da la gana, pero no porque haya una cubierta chillona que nos grite que este libro nos encantará, que todo el mundo lo lee, que lo tiene el que se sienta enfrente en el metro, beeee. Sin solapas que digan que el autor ganó el premio Perico el de los Palotes. Sin fajas publicitarias. Sin frases autocomplacientes que rujan que "esta novela hará temblar los cimientos del siglo XXI". Sin añadidos. Sin foto con la mano al mentón, qué guapo eres o qué feo o que calvo estás o qué joven promesa pareces con tu cabellera al viento como en un anuncio de champú. Sólo el texto. Archivos. Todos iguales. Todos uniformes. Letritas. Una tras otra. Con el mismo aspecto y la misma primera impresión, gratificante o no, la tía Paqui, Kafka y tú.
ResponderEliminarAcojona, ¿eh?
Es ilegal, lo sé. Desgraciadamente no se tiran a la piscina de ese tipo de distribución los que valen. Por los que yo pagaría. Ni las editoriales, por descontado.
Claro, aquí el editor sobra. El editor comercial, me refiero. El buen editor, el que yo creo que no existe, entra perfectamente. No sólo entra, sino que se hace imprescindible. Y el corrector, también.
Salud.