Mi relación con el teatro, como la de tantos otros, se remonta a los montajes navideños que se preparaban en la escuela. Uno siempre hacía de pastorcillo, con la cazadora vaquera puesta del revés, para que el forro, oh imaginación escénica, simulara un chaleco bucólico. Luego, hubo algunas representaciones más, por motivos que mi memoria no acaba de rescatar, pero supongo que tenían que ver con concursos interprovinciales de teatro o festivales de estudiantes de EGB. Finalmente, en el origen, el teatro fue una cosa que nos llevaban a ver a veces, y que siempre era de Lorca, con mujeres que daban gritos, mientras los niños comían pipas, que era un poco más entretenido.
Todo lo que rodea al teatro, para mí, para tantos otros, remite al concepto de obligación. Tus padres estaban obligados a ir a verte al colegio, bajo la amenaza emocional de devenir pésimos progenitores, y tú mismo estabas obligado a llenar teatros con tus granos y tus pipas, bajo la amenaza de dejar en la indigencia a los profesionales de ese arte milenario.
Cuando llegué a Madrid, el teatro me estaba esperando. En la universidad gusta mucho, sobre todo a las estudiantes, y la que te gustaba a ti siempre andaba sobre unas tablas, declamando a Buero Vallejo o a Bertolt Brech. Vi algunas obras, claro, obligado de amor (oh). Lisístrita, por ejemplo, con todas esas mujeres esquivas; alguien que estaba debajo de un almendro, también. Y la de Buero Vallejo, que no recuerdo cómo se titulaba, pero que creo que iba de suecos amargados, nórdicos en todo caso.
Durante la Universidad, y después, acudí a algunas representaciones "serias". Luces de bohemia y La vida es sueño. Recuerdo Calígula, de Albert Camus, con Luis Merlo en el papel protagonista. Recuerdo que Merlo rompía un espejo con un taburete, y que eso me impresionó bastante, porque nunca había pagado por ver a la gente romper espejos. Pensé que, cada vez que hacían la obra, cada día de hecho, Merlo quebraba un espejo, y quién sabe si no acababa semanalmente con un taburete. Pensé si los que estábamos allí en el teatro dábamos para pagar tantos espejos, y no tantos taburetes.
Luego vi Arte, en su primera representación. Recuerdo que la comenté con una chica, amiga de un amigo. Le dije que me parecía una estupidez armar una obra en torno a algo tan anodino como un cuadro en blanco, que a lo mejor no estaba tan en blanco. La chica me dijo que la obra no iba de eso. Yo, incauto aún ante la retórica snob, le pregunté de qué iba. Por supuesto la chica no me lo dijo.
También vi, en su día, una obra de Josep María Flotats haciendo de judío. No recuerdo nada de la obra, salvo que, justo antes de que se iniciara, Cayetana Guillén Cuervo entró en el patio de butacas con una abrigo espectacular, blanco o rojo, o ambos, y se sentó en las primeras filas. Ahí entendí que el teatro daba mucha importancia a llegar tarde y vestir bien, o, en su defecto, a localizar entre los espectadores a las Cayetanas varias, tardías y coquetas.
Mi problema con el teatro, como el de tantos otros, tiene algo que ver con la competencia de las demás artes. Hay libros que me han marcado, películas de cuyo visionado he salido tóxico de emoción, drogado; canciones que me hacen llorar o que me ponen los pelos de punta. Poco más. No sé muy bien qué tengo que sentir en una exposición, por ejemplo. Fotografías, esculturas, pinturas: las miro y aún cuando me gustan (Juan Muñoz, por ejemplo; García Alix, por ejemplo) no dejan en mí un poso que me sirva.
El teatro tampoco. Sólo Calígula, de toda la lista anterior, me alimentó un poco, y no porque me sorprendiera pagar por ver romper espejos. Había en el texto frases bastante violentas, recuerdo. Calígula era un hijo de puta muy interesante.
(También, nobleza obliga, vi mi propia novela, Tatami, vuelta teatro, y debo decir que su recuerdo, muy digno, me resulta cada vez más grato, sobre todo después de confrontar su representación con las que he ido padeciendo.)
De las cuatro obras que he visto estos días, sólo Glengarry Glen Rose me ha gustado. Su autor, David Mamet, vio esta obra llevada al cine, y yo vi ese cine llevadero, hace años, y me gustó mucho, sobre todo la famosa escena de Alec Baldwin humillando a sus subordinados. Curiosamente, en la adaptación teatral madrileña, esa escena fue eliminada.
Antes vi Drácula. Me aburrió mucho. Según yo lo veo, la adaptación no fue otra cosa que darle a cada actor un ejemplar de la obra de Bram Stoker y encargarles la lectura de las líneas de diálogo de un personaje en concreto. Los actores leyeron esas líneas ante nosotros (sin el libro en las manos, menos mal) y nosotros asumimos que a)sabían leer, b)tenían buena memoria (sin el libro en las manos) y c)nosotros también la teníamos. Nos sabemos Drácula entero todos, aunque sólo sea por los cromos de los Phoskitos, y ver esa historia recalentada sobre un escenario no puede en ningún caso revivir su nervio narrativo, su originalidad ni sus resonancias atávicas.
Con Drácula entendí, quise entender, el teatro de "vanguardia". Realmente hubiera preferido ver a una mujer haciéndose incisiones con un vidrio roto en un muslo, o a un tipo vomitando, antes que a un grupo de personas disfrazadas y leyendo en voz alta (sin el libro).
De Drácula pasamos a El corazón, la boca, los hechos y la vida, en la Sala Triángulo, no muy lejos (Centro Dramático Nacional sito en Lavapiés). (Eso de decir dónde es la obra de teatro tiene su miga: nadie dice que leyó tal libro en el metro o vio tal película en tal cine: es irrelevante; sin embargo, en el teatro, que es un acto social de cierto snobismo, parece imprescindible anexar al título de la obra y al nombre de su autor, el nombre del teatro donde lo hemos ido a ver.) La obra era de David Fernández. Iba de Bach.
Iba de Bach un poco, así como por ensalmo. Consistió en el tal David saliendo a escena con todas los gadgets que tiene en su casa: ipod, iphone, playstation portable, wii, portátil, violonchelo eléctrico y teléfono móvil. Al final de la obra, llamó a su padre.
Antes hizo malabarismos con un LED. En él aparecían mensajes y el actor y autor los movía por el escenario, simulaba que salían de su boca, de su culo; se metía con la ministra de Cultura, González Sinde, daba instrucciones al público para que accionaran los mandos de la wii... y más cosas que no recuerdo.
David Fernández cantó ópera, danzó, gesticuló lo indecible, tocó el chelo, rapeó y se bajó los pantalones. Todo consecutivamente sin que uno llegara a entender la razón última del salpicón de habilidades, aparte de demostrar quizá la inscripción de esas habilidades en su Currículum Vitae.
Drácula no me gustó nada, pero me sería complicado calibrar si esta obra me gustó menos, un poco menos o, quizá, un poquito más.
En todo caso, encontré en ella (siempre saca uno provecho de todo) cierta similitud con algunas novelas actuales (en realidad: con algunas novelas de todos los tiempos). Se trata, a mi juicio, de disfrazar la incapacidad de elaborar un discurso artístico mediante una supuesta ruptura del propio concepto clásico de discurso artístico. Todo vale, a condición de que el material utilizado en las obra resulte clamorosamente contemporáneo. La herida de no tener nada que decir viene suturada por la costura del No hace falta tener nada que decir, sólo la desvergüenza de subirse a un escenario y encender algunos ordenadores.
Fue irritante y aleccionador. Bueno, de hecho, ni siquiera fue irritante.
Después de ver Glengarry pensé que me gustó únicamente esta obra porque en ella había algo que no tenían las demás: literatura. Algunos monólogos de los personajes eran brillantes, graciosos o iluminadores. Esto me llevó a pensar en por qué el teatro, el drama, se cuenta entre lo géneros literarios, y no, por ejemplo, el cine. Quizá, pensé, o quiero pensar ahora como si lo pensase entonces, sólo puede ser teatro aquello que es también literatura. O a mí sólo me gustará un teatro eminentemente literario. Porque entiendo que el teatro puede prescindir de la palabra, y ser otra cosa, del mismo modo que el cine (aquí disiento de Fernando Fernán Gómez, que afirmaba que el cine que le gustaba era el que tenía, precisamente, literatura) que más me atrae es el cine "de imágenes", aquel que, siguiendo a Billy Wilder, trata de seguir al dictado el mandamiento "cómo contarlo sólo con imágenes", y no abusa de la voz en off o de los diálogos. De ahí, entiendo, que a día de hoy el cine asiático sea el más estimulante del mundo.
Sin embargo, un teatro que no establece su cimiento en la palabra, ya sea dialógica, ya en forma de monólogos o imprecaciones al público, siempre será para mí no-teatro, y, por tanto, la entrada donde dice Teatro constituirá una suerte de engaño, dado que si quisiera ver mimo, danza, circo o boxeo o rap, hubiera ido a verlos, como de hecho voy, en el último caso.
La mezcla de géneros, expresiones y disciplinas es loable como exploración de nuevas formas artísticas, pero del mismo modo que cuando toma uno una copa con ginebra algo de ginebra tiene que haber en la copa, en el "teatro", bajo mi inocente punto de vista, siempre debería haber algo de literatura.
Y en estas llega el imparable (unstoppable) Stoppard.
Me hace gracia que, cuando se muere una gran figura creativa, o, como es el caso, cuando alguien simplemente lo decide, todos incorporamos, por culpa de los medios, esa figura creativa a nuestro iconostasio artístico o enciclopédico, a pesar de que nunca habíamos oído hablar de ella, y además sin tomarnos la molestia de esperar a que esa figura nos demuestre su condición canónica. Quiero decir que yo fui a ver la obra de Tom Stoppard como sí ya supiera que era "uno de los grandes dramaturgos de la segunda mitad del siglo XX", etiqueta que recibí de El Cultural, y no, como era el caso, sin saber quién era y esperando a saberlo para considerarlo "uno de los grandes..." etcétera.
Realidad, la obra que vi, resultó tan mediocre, tan insulsa, tan torpe y tan ridícula que debería uno encontrarse por la calle a varias decenas de personas con la cara roja de vergüenza, indeleblemente roja, como castigo menor por sucumbir a la tentación de, deprisa y corriendo, crear genios vivos para no otra cosa que poder darles la mano y sentirse parte de la Historia.
Hace tiempo que un par de matrimonios tomando ginfizz en sus espaciosas casas y preguntándose si no le estará siendo infiel su cónyuge dejó de tener el más mínimo interés. Y hace mucho más tiempo que Woody Allen consiguió la medalla de oro del "humor inteligente". Lo que nos da Realidad es una sucesión de tópicos dañinos para el paladar a medio camino entre Escenas de matrimonio (de José Luis Moreno) y cualquier comedia romántica de Sandra Bullock.
Nuevamente, entiende uno que, casi como salto al vacío, salten a las salas personas que gritan y se echan chocolate por sobre la cabeza, o que follan delante de los espectadores o se tuercen un tobillo dándole patadas a un yunque. Cualquier cosa para que el teatro no muera de muermo.
Pero yo ya no tendré nada más que decir sobre este tema, mañana.
Dime por favor si piensas publicar algún día estos en una autobiografía o algo parecido, porque si es así dejo de leer el blog y espero a disfrutar el libro con sus hojas acartonadas y mojadas por mi bañador.
ResponderEliminarPor otro lado, me preocupa que me disponía a producirme placer físico justo antes de pillar tu post y justo después de leerlo, ya no tengo ganas. ¿Esto es bueno o malo?
Un saludo.
A mí lo que más me ha marcado en teatro fue ver tres obras de Beckett en el teatro de la puerta estrecha, en Madrid. En especial "Boca" me pareció una obra maestra. Eso sí "Esperando a Godot" no deja de ser un truño en cierto modo: prefiero las obras cortas como "boca" o "pasos".
ResponderEliminarNo tendrás nada que decir hasta que te topes con una representación de Rodrigo García.
ResponderEliminarSuerte, para ese momento te deseo suerte.
Si Rodrigo García es el hijo de García Márquez, mira la serie dirigida por él, "In treatment", muy interesante.
ResponderEliminarTe van a llover recomendaciones, lo siento, aquí van las mías: las compañías Cheek by jowl y Complicite. Hace años que rezo para que aparezcan en mi ciudad o aledaños. Van por Madrid de pascuas a Ramos, no te las pierdas.
O las obras de Javier Daute.
No has visto nada de Alfonso Sastre?
ResponderEliminarBultos lejanos sudando, salpicando saliva, soltando lastres de frases o tropezando con algo que no debería estar ahí. El teatro es anciano.
ResponderEliminarCreo que tu crítica apunta más hacia la consideración actual del teatro [snobbing, públicos, práctica roja universitaria, espacio de aplauso fácil, gadgetismo cool] que hacia el recurso escénico en sí. Yo también conozco a un espectador de cine comercial que no soporta a Haneke porque no soporta a los espectadores de Haneke, el humo que a su paso levanta Haneke, pero no ha visto más de dos películas de Haneke.
Coincido en mucho contigo [entre otras cosas, Merlo en Calígula también me evisceró, aunque lo recuerde sólo como un bulto lejanísimo de entrada barata que decía que quería la luna]. Como es habitual en ti, te molestas en redactar claramente opiniones a contrapelo del vox populi cultural, esperable y estúpido [el vox populi cultural]. Y si te leemos es porque en buena medida estamos de acuerdo contigo y nos gusta que te manifiestes [cual alma del más allá].Con todo, un juicio similar puede obtenerlo alguien que no lea libros contemporáneos y escoja cuatro al azar. Es el estilo de vida que crea la cultura [la kultura, con k de kapital, como valor supremo] lo que lleva un tiempo pudriéndose.
Con un poco de suerte, fermentando.
Hola a todos: ahora me acuerdo de que también vi en su día Esperando a Godot (o no, porque de lo que me acuerdo es de palabras escritas). Y también vi en su día algo de Alfonso Sastre, de hecho, la de los suecos es de Alfonso Sastre. A lo mejor no eran suecos, pero iba de un señor al que le dicen si aprietas este botón muere alguien en algún lugar, algo así.
ResponderEliminar(Espero que la Fundación Alberto O. publique hasta mis sms. Si no, lo hará la fundación Ángel González, al paso que van.)
De Alfonso Paso a lo mejor también he visto algo.
Curiosamente, Estíbaliz, no tengo la impresión de ir contra el vox populi, sino contra el vox media; de hecho tengo la paranoica seguridad de que todo el mundo piensa como yo (sobre todo en esto del cine y el teatro: se ve en la sala que a nadie le ha gustado).
Rodrigo García es un empleado de Ikea.
Bueno, vox media. Anyway.Poca gente dice algo distinto a lo que se supone que dicen los media.
ResponderEliminarNo voy a recomendarte nada. Creo recordar que no sé gran cosa de nada. Hay teatro gestual que me parece fabuloso. Por añadidura, todo lo que tiene -o debería tener- de anciano, de voz, sudor y carraspeo, de no tener las cosas bien atadas, de no manejar nunca un producto final, acabado y estandarizado, ni siquiera bonito y mucho menos creíble, por todo eso el teatro tomado como cosa expresiva en general tiene su punch. Punch todo lo snobizado y olvidable que uno quiera.
Que para eso somos olvidadizos y snobs.
reconciliate con el teatro yendo a ver alguna obra en el teatro pavon.
ResponderEliminares teatro clasico, son obras divertidas, maravillosamente montadas.
hay dos rodrigo garcia.
ResponderEliminarel hijo de marquez y el empleado de ikea.
Lo cierto es que tampoco hay mucho más qué añadir: si el prejuicio ya lo tenías condensado desde la infancia y existe poca disposición a librarse de él, (como eso de ir al teatro porque las tías buenas iban, eres un pagafantas),
ResponderEliminarpues sí, tiene mucha significación la sentencia "Mi problema con el teatro, como el de tantos otros, tiene algo que ver con la competencia de las demás artes." El teatro - cualquier arte - no entra en competencia con nada: no es un partido de fútbol, menuda idiotez. Que la chica no te contestara quizá fuese debido más a esa actitud de fijarse en la parafernalia de vodevil alrededor del espectáculo ("Ahí entendí que el teatro daba mucha importancia a llegar tarde y vestir bien") que a la ignorancia: Al, pasaba de tu culo. Pero ¡ups! lo que ocurre en el teatro, ocurre ídem con los novelistos y los poetas o con el puto golf: a ti también te la han chupado, amigo.
Y con respecto a Tom Stoppard, en fin, la obra es de 1982, que luego se haya explotado lo que él y Woody Allen, no es culpa suya, la culpa es de ellas, que se visten como putas. De todas formas tampoco te enteraste muy bien de la obra, me temo.
Y la Estíbaliz esta, ¿qué le pasa en la boca? "Me evisceró..." Me cago en la hostia, ¿es que te la has tirado o qué? Está buena, pero prefiero a la Castaño.
ResponderEliminarYo, por ejemplo, cada vez que voy al auditorio nacional a un concierto de chelo y veo a esos viejos con pieles de animalajos, me dan ganas de vomitar, qué asco, ¡cómo es concebible que la gente tenga estómago para ir a un concierto de chelo!
Y no hablas del que se mueve en tu misma fila haciendo vibrar las cinco butacas clavadas con la misma barra de anclaje. Y no hablas de la pareja que hace comentarios detrás (incluso repitiendo las frases de la obra, como si el otro estuviera sordo). Y no hablas de las risas exageradas fuera de lugar y de las toses que se expanden como una ola. Ni de los actores que recitan más que interpretan. Ni de las frases huecas y con retintín. Ni de las conversaciones que tienes que escuchar sin querer antes y después de la función. Y no hablas de esa programación de teatros con obras de hace un siglo, antiguas pero con vestuario de gabardinas y zapatos de tacón. Ni del precio de las entradas,
ResponderEliminarni de la poca importancia que se da a los temas de la sociedad de hoy.
Sí, el teatro debería estar prohibido por decreto ley, porque hace daño a la salud.
He estado pensando (sin querer) en eso de "No sé muy bien qué tengo que sentir en una exposición, por ejemplo. Fotografías, esculturas, pinturas: las miro y aún cuando me gustan (Juan Muñoz, por ejemplo; García Alix, por ejemplo) no dejan en mí un poso que me sirva" y me ha dado por pensar en el carácter estático de estas "artes". Fotografía, escultura, pintura. Todas ellas estáticas, a diferencia de la naturaleza en movimiento de la música, la literatura o el cine: narran al mismo ritmo que tu cabeza.
ResponderEliminarNo sé, me ha dado por pensar eso. Quizá debería pensar menos.
http://zobrinviyer.blogspot.com/2010/03/rocknroll.html
ResponderEliminarDescorazonador. Más para los que amamos profundamente la escena....
Desde luego, tienes que reconocer (creo que en parte lo reconoces) que te has despachado con este arte tan antiguo desde el puro desconocimiento. Admiro muchos de tus post, a menudo dices cosas interesantes, pero otras veces conectas con gran habilidad opiniones muy poco fundadas. El tema merecía un esfuerzo, la verdad.
ResponderEliminarJosé Serrano