Cuando tenía 32 años me di cuenta de que no había estado atento: habían pasado los años como ejercicios de matemáticas en una pizarra. No es 24, es 26; no es 28, es 31. La clase continuaba con normalidad.
Con el 32 en el encerado vi que la edad no se escribe con tiza, sino con sangre. El 32 era rojo, dominical, día de fiesta para pensar un poco la vida. No sé por qué 32.
Me vi viejo, mayor. De pronto comprendí los años que había vivido desde la última vez que comprendí los años que había vivido. Creo que con 16 o 17 supe que iba a morir, no como los malos en las películas, sino como las películas mismas en mi memoria, como el perro de la casa y las abuelas. Supe que iba a morir con pavor. Estaba tumbado en la cama, miraba el techo y me dije: voy a morir. Pavor.
Luego seguí viviendo.
Como si nada. No es 16, es 22.
Con 23 años, quizá por acabar la carrera, también me di cuenta de que había vivido. La facultad, ese infierno, quedaba atrás; el trabajo, ese infierno, quedaba delante. Puse un pie en un infierno nuevo.
Con 32 me dio duro: me di cuenta de mi edad al darme cuenta de que personas con diez años menos eran iguales a mí. Mismas pretensiones, mismos problemas, misma copa en el bar y mismas chicas con las que follar. Dice un amigo que todas las ideas las tiene uno antes de los 30, y que luego se vive de ese almacén de provisiones intelectuales. Yo voy más allá: todo lo aprende uno en ese periodo, todo lo funde uno en ese periodo, toda tu aportación al mundo la haces con 20 años. Después no aportas nada, y te conviertes en un pelmazo.
Tener 32 (y no sé por qué 32 y no 33 o 30) fue asumir que no eres el último en llegar, el más joven de la empresa o el más joven del catálogo de una editorial. Ni el más joven de la filmoteca. Ni el más joven del autobús. Percibir esto es como percibirse rodeado: creías ir a dar caza pero de pronto te sientes tú la presa. El mundo no se acababa contigo, sino que acabará sin ti en un nuevo comienzo de los que aún no acabaron de nacer.
Comprendí entonces, 32, que mi vida iba a ser de digestiones bruscas. Que algunos números de la pizarra saldrían en sangre, que no en tiza, rojos de desasosiego. Quizá con 39 vuelva a pasarme; con 45. Con 78. Me daré cuenta, de pronto, de que pasó el tiempo.
Hoy cumplo 35 años, número de tiza, en la metáfora escolar. No me dice nada 35, 35 años. Nada. La tiza es tonta.
Sin embargo sé que me atragantaré de tiza dentro de unos años, si antes no me atraganto de tierra. Morir.
Porque morir, ese fin de curso, esa última lección, dejará un número temblando en la pizarra, quiza trazado en ceniza. Siendo optimistas, 89, por ejemplo.
Nadie me avisará de que no habrá 90 ni 120, moriré con 89, siendo, sí, optimistas; y si pude darme cuenta de lo que pasó a los 16, a los 23 y a los 32; y si pude darme cuenta de lo que pasó a, estimemos, a los 39, a los 51 y a los 68 (el tiempo pasó, a trompicones soy otro) y si mientras, a los 11, 35, 43, 67, no me enteré de nada por la inopia de la tiza, me pregunto para cuando muera, 89, si alguna vez me enteraré de que he muerto, si hay un momento en el que lo sabes, allá en la muerte, una oportunidad de digerirlo, y si es también un número, y cuál, más o menos, raíz cuadrada de qué otro número o cadáver, solución de qué infinito, cero patatero o máximo exponente, y si no me convendría por una vez suspender las matemáticas.
Siempre he suspendido las matemáticas, aunque al final las aprobase, pero los números nunca me dicen nada.
ResponderEliminarDe todos modos felicidades. Supongo que con tus 89 seré nada, procuraré aguantar, para ver si también ese día te felicito.
Felicidades Alberto
ResponderEliminarBesos
Mi abuela tiene 89 y por las noches grita, yo la he oido, es porque tiene miedo a la muerte. Yo no sé como curarle el miedo y me da miedo de que se muera con miedo. La vida es una mierda.
ResponderEliminarLuego, creo que eso que has dicho de las mejores ideas que son las que tienes a los 20 o algo así, creo que eso no es cierto. Yo con 20 vivia pero no sabia que estaba viviendo. Con 35 vivo sabiendo que vivo y es todo diferente, no mas bonito pero diferente. Y claro, prefiero tener 35.
ah, felicidades!
ResponderEliminarfeliz cumpleaños
ResponderEliminarFeliz cumpleaños, Alberto.
ResponderEliminarCarpe diem, carpe noctem.
Grandísimo texto.
Gracias.
Con amor,
C.
Felicidades Alberto!
ResponderEliminarHeliogábalo.
¿Todo eso para decir que es tu cumpleaños?
ResponderEliminarBueeeno... Vaaale...
Felicidades.
Y que cumplas muchos más.
D.
Como vendrán muchos, me adelanto;
ResponderEliminarCuánta puta y yo que viejo.
Felicidades A.
Y.
Los años han pasado, 2005 desde que comenzé a leerte y en verdad ha sido un placer.
ResponderEliminarPude verte una vez. 2007 en Tokio y fui feliz y te sigo a diario y me gustan tus ideas con todo y la parte "mala" "insana", quizas más.
Me has hecho ver mi alrededor de otra manera, me ha marcado y te lo agradezco.
Felicidades Al, a ti que te encantan las fechas dejame decirte que el 14 me parece el día perfecto para que llegaras a esta vida.
Besos enormes.
Felicidades!!!!! 35 es número de tiza, no te preocupes... que te lo digo yo, a punto de cumplir un número de sangre. Cuando lo cumpla, decidiré teñirme el pelo cada dos semanas y ya!
ResponderEliminar35 besos!
Ejem, ¿felicidades?
ResponderEliminarLo peor, para mí, fueron los 23. El resto es muerte rutinaria.
Perdón por la imagen, pero la menopausia sí que se debe de escribir con sangre.
ResponderEliminarMi más sentidas felicitaciones, Mr. Olmos. O muchos pésames. O bueno, las dos cosas y una tarta de chocolate.
ResponderEliminarGracias a todos!
ResponderEliminarMe gustas en este texto.
ResponderEliminartambien cumples el 14?! ya van cuatro personas cercanas espiritualmente que nacieron un 14 de enero.
ResponderEliminarFELICIDADES!
llego tarde, tampoco es para felicitarte porque no te conozco, pero me ha gustado mucho este texto; yo tengo 32 y llevo con esa carga casi un año, así que horror, pavor.no creo que haya hecho lo más interesante a los 20, pero es lo que tiene el ser una escritora frustrada, y aún así, sigo, por eso sé que lo mejor está por escribr; supongo que también es tu caso, aunque hayas publicado. sé que a veces publicar es peor, las presiones, el cambio de vida, el alejamiento de la "normalidad", pero bueno, tampoco eres antonio gala, no?de todas formas no creo que escribir nuestro mejor libro de la felicidad, sin embargo las cosas que pasan a los 20 sí que la dan, por lo menos a mi, ahora soy más madura, tengo muchas ideas(nuevas), vale, genial, eso me mantendrá despierta mientras no me trague la tierra...yo he descubierto también que los números son diabólicos y que no hay que mirarles a la cara.
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