domingo, 15 de julio de 2007

Aventura es el dolor

1.

“Movistar te lleva a lo más alto. Envía SC al 7212 y vive una experiencia única. Coste SMS 0,30 CENT + IVA”.

“Acceso denegado con pulsera rota”

“SUMMERCASE”

2.

Ahora estoy leyendo El factor humano. Me puse a leer las leyendas de la pulsera porque no sabía cómo iba a entrar hoy en el festival. ¿Necesitaba la entrada? ¿Podía quitarme la pulsera? ¿Por qué coño me he tenido que duchar con la pulsera? ¿Por qué voy por el Metro de Madrid haciendo promoción de Movistar? ¿Y de Summercase? Me siento como esos halcones anillados, que vuelven al punto donde les colocaron el precinto.

El factor humano es una mica rollo. Va de espías y un poco de Londres. Se lee fácil. Como es una obra maestra me voy convenciendo de que es una obra maestra. Los personajes comen chocolatinas Kit kat y malteesers. Es una obra maestra.

Leo mientras camino por el andén. Leo mientras espero el tren. Leo mientras me subo al vagón. Una mano me toca. A., dice. Levanto la vista.

-¡Miguel!

3.

No me gusta reencontrarme. Me pregunto si será posible reencontrarse alguna vez con uno mismo. Toda esta continuidad que somos me crea adicción. Me aguanto especialmente por lo poco que me pierdo de vista. Soy insoportable. Si pasara un sólo día sin mí mismo a mi lado, estoy seguro de que me perdería el respeto. Pero continúo, siendo, por la inercia de la sangre y la inercia del cuerpo que me aloja. Si no, me escupiría en la cara.

Pero los demás son discontinuos. Aunque vivas con alguien, lo anulas a menudo: cuando trabaja, cuando queda, cuando duerme. Te reencuentras con los otros todo el tiempo, revalidando el gusto que te da tratarlos, sintiendo casi un vértigo excitante: ¿seguirán siendo los mismos? ¿Te reconocerán? ¿Se acordarán de que te quieren un poquito?

Sin embargo, hay discontinuidades de abismo, casi insalvables. Me apura reecontrarme porque no quiero que me exijan seguir siendo. Me gusta soñar que cambio y hasta que soy mejor persona; o al menos otra persona; que todos estos años sin vernos me han servido para reinventarme y cambiar de peinado, de estilo de vestir o de vocabulario.

Me apura reencontrarme porque es sencillo, como cuando dejas de ver una serie de televisón en el capítulo 45 y la retomas en el 92. No voy a entender nada, temes; pero lo entiendes todo; y la serie, que es la vida, te envenena de previsibilidad.



4.

-Tío, no has cambiado nada –yo.

-Tú tampoco, A. –Miguel me mira de arriba abajo.

-¿Vas al Summercase?

-Sí; tú también, claro –me señala la pulsera, en mi muñeca izquierda.

-Sí. ¿Vas solo?

Miguel vuelve la cabeza un instante.

-Voy con unos amigos. Por cierto, compré tu libro.

-¿Ah, sí?

-En el Corte Inglés de Castellana. Era la última edición.

-Sería el último ejemplar; de dos que habría.

-Lo que sea.

5.

Hemos subido al autobús. Miguel ha perdido de vista a sus amigos. Seguimos hablando.

-Te va de puta madre, ¿no?

-No –yo-. No sé.

-Me gustó el libro, aunque, nada más empezar me dije, ya está este tío con lo de siempre. ¡No sabes hablar más que de ti mismo!

-Bueno... En mi novela sobre el talento ya no hablo de mí mismo...

-Ah, sí; ese libro de autoayuda que has escrito...

-¿Perdón? ¿Qué cojones dices?

-Jajajajaja. Nada, tío. Sales mucho en google. He leído algunas entrevistas que te han hecho...

-Guay.

-Pensaba que me ibas a sacar en el libro, por cierto.

-No, pero no te preocupes. Sales en el siguiente. Salís todos. Me vas a odiar –sonrío.

-Lo leeré. ¿Sabes? Ahora trabajo...

-Qué novedad.

-Estoy hasta los huevos.

-Lo último que supe de ti es que estabas con un master... Otro master.

-Sí, fue el definitivo. Muy duro.

-¿Un master duro? Sorprendente.

-Casi me echan. Eran muy exigentes. Pero antes de hacerlo estuve viviendo en Oxford.

Miguel me cuenta su vida en Oxford. Tenía una novia, japonesa. Él trabajaba en una librería y su novia estudiaba. Eran felices. Volaron a Japón una vez. Me llamaron pero no tenía ganas de verle.

-¿Tan lejos estabas de Tokio?

-Bueno, no tanto. A hora y pico en tren. Pero no pude ir. ¿Te gustó Tokio?

-Sí, me gustó mucho. Pero son putos chinos, tío; los japoneses. Tanto dárselas de superiores y no son más que putos chinos.

Miguel volvió a España a hacer su master definitivo. La novia nipona se quedó en Oxford. Iban a volver a vivir juntos, finalmente.

-No me esperó –Miguel-, no quiso esperarme. Le gustaba un chico muy guapo, un sueco...

-Bueno.

-No me esperó.

Le miro.

-Tío, ya sabes que los amores internacionales son meramente lúdicos... Parece que te lo tomaste muy en serio...

-Me veía con ella, la verdad. En el futuro.

-¿Te afectó mucho?

-Sí. Me compré 3.000 DVD´s.

-Jajajajaja. Muy propio de ti. Ya verás en mi novela sobre el talento cosas tuyas en varios personajes. Seguro que no has quitado el celofán a la mayoría de los DVD´s.

-Bueno, ya he visto 300. No está mal.


6.

Bajamos del autobús. Caminamos hacia la entrada del festival. Hace mucho calor y pasan chicas tan sexies que dan ganas de llamar a la puerta de sus vientres con los nudillos.

-¿Sigues viendo a David? –yo.

-No, no. He perdido contacto con mucha gente.

-Sí, a mí también me pasó. Tres años en Japón. Se produce una selección
natural.
-Sí.

-Aunque a mí me mandaste a la mierda –recuerdo.

-No, no...

-Sí. No sé cómo lo dijiste...

-Era una frase de Lorca a Buñuel. “Tú y yo hemos terminado.”

-¿Ah, sí? No me di cuenta de la referencia; la próxima vez pon comillas por favor. Me lo tomé super en serio.

-No era para tanto –Miguel-. En general me gusta hacerlo como Frank Sinatra, irme sin dar portazos.

Enciendo un cigarrillo.

-Fumas un montón,¿eh?

-¡Todo el mundo dice lo mismo! No es verdad.

-Lo pones en el libro....

-¿Dónde?

Doy un par de caladas profundas. No fumo tanto.

-¿Te enfadaste conmigo porque te llamé “pijo de mierda”?

-No, no. No me llamaste “pijo de mierda”. Textualmente me dijiste: “clasista hijo de la gran puta”.

-¡Jo!


7.

-¿Te vienes con nosotros? –Miguel.

-Ummm. No, gracias... Me encantaría. Pero prefiero ir a mi bola. Dame tu móvil en todo caso.

Intercambiamos números de teléfono.

-Nosotros vamos a Sr. Chinarro.

-Yo, a Lilly Allen.

-Hasta luego.

-Nos vemos.


8.

Lilly Allen mola. Pj Harvey mola. La cantante de Scissors Sister mola. La cantante de Gossip mola.

Hay un montón de chicas malas subidas a los escenarios. Salto de una chica mala a otra chica mala. Salto de “una amiga mía decía que yo era una mierda, pero ahora ella es una drogota y yo una estrella del pop” (Lilly Allen) a “este mundo está bien jodido y no hay más que putas miserias por todas partes, la mayoría de ellas por culpa de nuestro país, os pedimos perdón por eso” (la cantante de Scissors Sisters). Salto de una gorda vestida de negro (Gossip) a una flacucha vestida de blanco comunión (PJ Harvey).

Oh, my lover, canta PJ Harvey.

9.

Vagabundeo. Es de noche. Camino mirándome los pies, que se me han cubierto por completo de polvo de grava. No dejo de cruzarme con desconocidos, de golpearme los hombros con los hombros de los demás, de pedir perdón absurdamente, de dejar paso, de oler a porros, de escuchar frases sueltas, “necesito una raya”, “esto es mejor que ir al gimnasio”, “ayer estaba colocado de verdad”, de escuchar música cruzada de escenarios diferentes, de pisar vasos de plástico. Vagabundeo. Platos de plástico. Vagabundeo. Pequeños pedazos de piedra.

-¡Alberto!

Vagabundeo.

-¡¡Alberto!!

Me giro.

-Ah, Miguel. ¿Qué tal?

Me siento orgulloso de haber anulado el automatismo que hace que te gires en cuanto oyes tu nombre.

-¿Te vienes con nosotros?

-No.


10.

Acabo de verla.

Creo que acabo de verla. De verde.

¿Eres tú?

¿Eres todo eso que duele?

Acabo de verla.

Creo.

Pero no me gusta reencontrarme.


11.

Estoy sentado al fondo. Suena 2manydjs. Acabo de verla. No es posible. Creo que acabo de verla. Estoy sentado al fondo. Ni siquiera estoy ya aquí.

Me mando un mensaje de texto a mí mismo.

“Aventura es el dolor.”

Pero yo ya no estoy aquí.