jueves, 17 de mayo de 2007

Cuatro pisos con una sola pierna

Realmente me acabo de bajar los pantalones y los calzoncillos y me acabo de sentar sobre la taza del wáter y, realmente, estoy iniciando la servil labor natural de la excrecencia.

Realmente ha sonado el timbre de la puerta de mi casa.

-Joder –yo, realmente.

El timbre ha vuelto a sonar. Dos veces más. Tres veces más.

-Me cagüen...

He detenido el proyecto defecatorio en un punto en el que a ciencia cierta resulta casi imposible hacerlo. Todo por el timbre.

Camino hacia la puerta subiéndome los pantalones y no me abrocho sino que solamente me ajusto el cinto. Miro por la mirilla y veo una cabellera blanca, femenina. Debe de ser la vecina que se encarga de la comunidad, que hoy no se peinó: todo esto lo pienso sin palabras. Es decir, lo pienso.

Abro.

No es la vecina. Es: una señora menuda, de pelo sucio y gris, de ropa sucia y gris, con una muleta bajo la axila izquierda y sin pierna izquierda.

-¿Sí? –digo, atónito, y miro por la barandilla de la escalera interior del edificio, los escalones.

La mujer muestra ahora un portafolio negro y dice:

-Estoy recaudando dinero para una pierna...

-Por favor –yo, sin piedad-, mire el barrio donde vivimos, por favor... –y empiezo a cerrar la puerta.

Veo cómo la señora, sin inmutarse, se gira sobre su única pierna y se encamina hacia la puerta frontera, la de mi vecino, en el Cuarto Dcha.

Cerré la puerta y ahora vuelvo al baño. Me quito toda la ropa. Ya no me apetece servir a mi organismo su alivio mingitorio. Me ducho.

Mientras el agua cae sobre mi cuerpo (me veo las dos piernas cubrirse de afluentes cálidos) me empiezo a irritar.

Estoy extraordinariamente enfadado. Con esa mujer. Porque enseguida he pensado que la pobre mutilada ha subido a pie (no hay ascensor) hasta mi casa, para pedirme dinero para una pierna. Pienso, primero, que hace falta ser gilipollas, con la cantidad de puertas bajas que hay en Madrid, con la cantidad de peticiones que podría realizar sólo en puertas bajas, en primeros, en, como mucho, segundos pisos, subir cuatro pisos en mi barrio para pedirme a mí dinero. ¿A qué subir al cuarto, sin ascensor? No pidas dinero para una pierna, jodida retardada, pide dinero para un cerebro.

Pero me irrito aún más al entender. Entender que esta tía hace eso precisamente para despertar la caridad. Para hacerme pensar, jo, pobrecita de mi alma que ha subido cuatro pisos con una sola pierna, cuando ya yo, más joven y bípedo, me fatigo considerablemente cada día que tengo que subir de vuelta a casa.

Entonces la mujer deja de ser gilipollas y empieza a serme detestable. Hija de la gran puta. Vete a tomar por el culo con tu pierna única: vete a pedir dinero a la gente que tiene dinero; vete a tomar por el culo con tu puta pierna única.

Vete a pedir dinero en el barrio de Salamanca. Vete a la calle José Abascal. Vete al Palacio de la Moncloa.

Vete a tomar por el culo con tu puta pierna. Única.

Vete al Banco Bilbao Vizcaya. Vete a Banesto. Vete a tomar por el culo.

Vete a Rafa Nadal, vete a Fernando Alonso, vete al presidente del Real Madrid.

Vete a tomar por el culo.

Joder.

Luego pienso que he quedado. Para comer. En un restaurante en Lavapiés. Y luego esta noche tengo una fiesta y compraré un regalo, si tengo tiempo e inspiración. No me estoy muriendo de hambre. Tengo trabajo y todo eso. Realmente estoy mejor que esta hija de la gran puta y por eso empiezo a sentirme mal. Y eso sí me jode: que me haga sentir mal.

Que me haga sentir culpable.

A mí.

Esta hija de puta.

Estoy hasta los huevos de toda esta mierda.