jueves, 6 de agosto de 2009

El estatus, en El confidencial

Otra vuelta de tuerca. El estatus. Alberto Olmos.

La nueva novela de Alberto Olmos tiene todos los ingredientes de una convencional narración de misterio. La protagonizan dos mujeres solas, madre e hija, que pasan a habitar un territorio que, para ellas, es inhóspito: el primer piso de Schmelgelme 34, donde aguardan la llegada del marido y padre. Han cambiado su cómoda villa campestre, repleta de criados, por ese retazo urbano y una criada inexperta y deslenguada, indiferente ante las diferencias de clase entre ella y su señora, que sin embargo las tiene muy bien presentes. La hija, Clarita, que está en la edad de las primeras menstruaciones, traba una peregrina amistad con el no menos extraño portero del inmueble, Jesualdo, un gigante discapacitado cuyas inclinaciones se hacen pronto evidentes. Junto a las nuevas inquilinas y su criada, parece ser el único habitante del edificio, en el que sin embargo pronto comienzan a suceder episodios inexplicables.


La apariencia de convencionalidad se disipa pronto. En seguida aparecen dos voces junto a la del narrador: la de las protagonistas, que dialogan desde algún lugar fuera del tiempo, y la del portero, un monólogo interior –recurso que emplea profusamente el autor, especialmente hacia el final del volumen– que evoca al Benjy Compson de Faulkner. Olmos hace, en cada uno de sus proyectos, algo nuevo, pero dentro de sus coordenadas narrativas y estéticas. Aquí emplea esos ingredientes del relato de fantasmas para cocinar un guiso que, conservando la atmósfera inquietante, da una vuelta de tuerca al género, explora la soledad que aqueja a unos personajes que, por mor de su estatus, permanecen aislados, incomunicados, aun madre e hija: “admitámoslo, en nuestra familia nunca ha sido costumbre quererse” (pág. 108). La desolación del edificio, que se va revelando por las excursiones de Clarita –un edificio que “por fuera es un palacio, pero por dentro es la ruina total”– es la extensión física de la propia desolación y descomposición emocional de los personajes. El ordenado piso que habitan no deja de ser un decorado que terminará por ser engullido por la nada circundante.


La novela tiene ese aire de la gran narrativa centroeuropea de principios del siglo XX y hace gala de una complejidad constructiva que, sin embargo, esconde sus andamios, ofreciendo un aspecto pulido, acabado. Es la mejor novela de Olmos hasta ahora, que redunda en sus mejores cualidades, a las que ya se hizo referencia en anteriores ocasiones, perfeccionándose en una progresión casi ininterrumpida que llena de expectación a quienes disfrutamos de su escritura.

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