martes, 4 de mayo de 2010

Mark and the market

Hace tiempo ubiqué en el margen de este blog la letra de una canción de Eels, titulada Agony. Traducida al castellano, decía algo tan sombrío como esto: ¿Voy a estar bien? No, no voy a estar bien. Nada está bien ahora. No decía mucho más la letra, sólo veo edad, rabia y angustia, no parecía necesario decir mucho más.

Mark Oliver Everett, alma y voz de Eels, ha escrito una autobiografía bajo el título Cosas que los nietos deberían saber, y en ella da cuenta de una existencia jalonada por las muertes y los discos, que son como vidas creadas para no morir y sólo dar vueltas hasta la eternidad. A mí me gustan mucho.

Recuerdo que un amigo, hace muchos años, me habló de la pose de Mark Oliver Everett: va de perdedor, se hace el acabado, es un agonías...

Supongo que este amigo no sabía, como yo tampoco lo sabía, que Mark Everett era el último miembro de su familia, tras el suicidio de su hermana, y la muerte de sus padres, él de forma prematura, ella de cáncer, modalidad quimiotenebrosa. Tampoco sabríamos ninguno que una prima de Mark Oliver Everett murió en accidente de avión (para ser más espectaculares: el avión del 11 de septiembre que se estrelló contra el Pentágono; su marido iba con ella), ni que un miembro de la banda fue encontrado muerto en el hotel, cuando estaban de gira. Además, diversas caseras, amigos, vecinos y conocidos laborales del cantante de Eels han ido muriendo casi a sus pies, con puntualidad estudiada, como si una funeraria le pidiera a Mark muertos al mismo ritmo que la discográfica le pide los discos.

La vida de E., como se hace llamar (también Milkyman), ha dado para muchas canciones, y no son buenas porque al hablar de hermanas muertas tenga efectivamente una hermana muerta, sino porque son buenas. Porque Mark es un gran artista. Que además lo parezca, y que ese parecerlo pueda confundirse con algún tipo de pose, es inevitable en un mundo donde tantos creadores entienden que sus coetáneos son todos imbéciles y que pueden colarles sus patéticos productos culturales (libros, discos, pintura, películas) si los envuelven con el celofán falso de una personalidad borderline.

Mark es así, y en su autobiografía no traza el retrato de una estrella de la música alternativa, sino el de una persona sin glamour, sin caprichos, sin altanería. Por ello, nos ofrece una visión tan realista sobre dar conciertos como esta: "sufro constantemente catarros de tanto sudar en el escenario y pelarme de frío en el autobús", "me paso medio año ronco y pierdo registro y potencia vocal".

Porque no en vano, su imagen de la auténtica estrella de la música difiere considerablemente de la que se proyecta desde los medios de comunicación: "Lo que me encanta de John Lennon (y de Elvis Prestley, ya que estamos) es que era gente muy insegura, y eso para mí es lo que los hace artistas absolutamente humanos. (...) Pon cualquier disco de Elvis, incluso uno de los peores (especialmente uno de los peores) y oirás cómo cada inflexión rezuma inseguridad. Eso es algo que los artistas de hoy ya no transmiten. Están ocupadísimos dándoselas de duros."

De duros, de modernos, de torturados, de punks, de...

Mark Oliver vivió en Virginia hasta los 18 años. Después fue a Los Ángeles, donde desempeñó numerosos oficios miserables. Su oportunidad le llegó cuando conoció a un productor y le puso en la mano una cinta de casette de esas que llevaba siempre consigo con su trabajo dentro. El productor le sacó un par de discos, firmados como Mark Oliver Everett. Después surgió el proyecto Eels y su primer disco, Beautiful Freaks, alcanzó los primeros puestos en las listas independientes y fue el niño mimado de la MTV. Mark descubrió el éxito absoluto. Hablamos de los años 90, cuando todavía alguien se creía que "alternativo" era "alternativo" y bandas como Nirvana zozobraban en la contradicción de estar contra el sistema siendo millonarios y apareciendo en portadas de Rolling Stone.

Mark tardó algo más en ver las ruedas dentadas del sistema. Su segundo disco con Eels, Electroshock blues, fue muy bien recibido por los ejecutivos de su discográfica, y sólo con el siguiente trabajo, Daisies of the galaxy, tuvo que enfrentarse al dilema moral, que es de lo que va todo este post.

Si antes, con Novocaine for the soul, había resultado vagamente excéntrico por negarse a que esa canción acompañara un spot de Volkswagen, ahora ese tipo de remilgos contra el mercado se veían como una sandez y un escollo para seguir contando con él en cualquier discográfica. Mark estaba en esto por la música; los demás, por la pasta.

Daisies of the galaxy era poco comercial, así que pensaron en vitaminarla con un single nuevo de E. que era más marchoso. Mark se esforzó en reescribir su disco, pero la canción no encajaba de ninguna manera. Aceptó finalmente ponerla como bonus track, pero con diez segundos de silencio entre el bonus track y el último corte del disco; después llamó por teléfono para pedir que fueron 20 segundos de silencio entre su disco y la caja registradora.

Al mismo tiempo, ese single marchoso resultó ideal para los productores de una película sobre univesitarios zumbados, y propusieron incorporarla a la banda sonora del filme y hacer además un videoclip en el que saldría el propio E. Mark se negó. La discográfica le amenazó con que su carrera musical acabaría ahí mismo si no aceptaba, de modo que el cantante de Eels se vio haciendo el payaso en la pista principal del capitalismo, justo al lado de los leones.

"Sé que no era lo que quería hacer como artista en aquel momento y es algo de lo que todavía me arrepiento."

Eels no renegaba de ganar dinero vendiendo sus canciones a los productos audiovisuales que normalmente emplean este tipo de absorción del talento ajeno, como el cine. Pero Mark quería que su canción fuera sonido de algo serio, como American Beauty o El final de la violencia. Sin embargo, en sus propias palabras, "había empezado a aportar canciones a cualquier película en la que apareciese un monstruo verde." Como El grinch.

Para su siguiente disco, Mark conoció el infierno más temido por un artista: que no te dejen serlo. Nadie quería editar Souljacker. "Me fui reuniendo con diferentes managers para supervisar la publicación del disco". No fue bien. "Creí que me volvería loco. (...) Después de perder a mi familia, la música era para mí más importante que nunca. Era ahora mi familia. Había puesto mi vida entera en ella."

Aquí conviene reflexionar sobre cómo un artista que con su primer disco como Eels logró el éxito absoluto y, por tanto, hacer ganar dinero a varios cientos de personas (quizá miles: conciertos, películas, discográfica), estaba ahora a punto de ver negado su derecho fundamental de crear porque lo que ahora creaba no iba a dar, no dinero, sino tanto dinero como antes. Me irrita considerablemente la falta de respeto que puede llegar a tenerse por las pesonas que han conseguido concluir (y, por tanto, legar) una obra buena alguna vez en sus vidas.

"Para entonces, las cosas estaban tan jodidas en el negocio de la música que un artista de los grandes como Johnny Cash tenía que grabar versiones de canciones de jovenzuelos de moda para tener algún tipo de relevancia y atraer a nuevos oyentes."

Finalmente, Souljacker vio la luz. Y el resultado fue irónico: "La revista Time lo escogió como el mejor disco de rock del año hasta la fecha. (...) Me sentí muy bien (...) y eso sin contar la cantidad de veces que nos han levantado la portada del disco en otras portadas, e incluso en un videojuego muy popular. Vamos, que me da igual. A tomar todos por culo."

Blinking lights and other revelations costó aún más esfuerzo verlo publicado. Después, Shootenanny! y sus siguientes LPs aparecieron (es mi impresión) con muchísima menos publicidad que los anteriores. A día de hoy, en España, Eels goza de cierta popularidad recalentada, gracias, entre otras cosas, a la publicación de este libro.

Como es lógico suponer, he proyectado constantemente mi propio panorama creativo sobre la experiencia, mucho más amplia en todos los sentidos, de Mark Oliver Everett. Un libro como un disco, un escritor como un cantante, una editorial como una discográfica. Ahora resulta cada vez más habitual ver a los escritores como estrellas de la música, con su look, su pose, su videoclip y su leyenda espuria. Sin duda, eso favorece las ventas, y, por tanto, las editoriales verán con buenos ojos a todo autor que aporte, con su manuscrito, un buen puñado de ideas promocionales.

No me inspira demasiada confianza la obra de un autor que, paralelamente, tiene que pensar también en qué hacer para que esa obra se venda. Desde luego, yo soy incapaz de alcanzar esa condición de pluriempleado, y admiraré a quien, haciéndolo todo, lo haga todo bien, sobre todo su novela. Sin embargo, no hay forma humana de que yo algún día me dedique a tareas que no atañen directamente a la escritura, lo cual no significa que mis novelas vayan a ser mejores, como creo que estoy dejando claro.

Es una cuestión identitaria. Como canta el propio Mark: "No salgo mucho de casa, no me gusta estar rodeado de gente, me pone nervioso, me hace sentir raro, no me gusta ir a espectáculos tampoco, es mejor que me quede en casa, hay quien piensa que eso significa que odio a la gente, pero no es del todo cierto."

Por eso nunca entenderé la admiración hacia J.D. Salinger por parte de algunos autores que, al contrario que Jerome David, quieren salir en todas las fotos. A no ser que lo que en verdad admiren de Salinger no sea su apuesta por vivir una vida normal, lejos de los medios (es absurdo entender esto como "reclusión" o "vida de incógnito": las cajeras de los supermercados, los conductores de autobús, los ofinistas también viven de incógnito), sino su imagen de marca, verdaderamente exitosa si lo pensamos un poco.

"Uno de mis pasatiempos favoritos consiste en imaginar cuánto tiempo pasará entre que muera y encuentren mi cuerpo."

No mucho, espero.