viernes, 13 de febrero de 2009

Algunas ideas buenísimas que el mundo se va a perder (nota del editor)

Finalmente, aprovechando que hoy ha salido el libro, copio y pego la Nota del editor que aparece al final de Algunas ideas buenísimas que el mundo se va a perder, nota escrita por mí en calidad de antólogo y autor intelectual del proyecto.

Como puede verse, su redacción responde a un tiempo muy lejano: agosto de 2008.

El tiempo pasa y, a veces, las cosas también pasan.

Suceden.

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NOTA DEL EDITOR

Algunas ideas buenísimas que el mundo se va a perder es una obra colectiva fruto de una impresión personal: en Internet hay mucho porno y mucha libertad, porque quizá la libertad es la pornografía del pensamiento. Esta impresión me llevó a soñar con un libro que recogiera un puñado de voces sin excesiva ambición literaria pero, quizá por eso, cargadas de honestidad. Lo literario, muchas veces, está en el papel donde se imprime.

En un principio, la idea apuntaba exclusivamente a los blogs, esos sites donde tantos y tantos aspirantes a escritor cuelgan sus creaciones para darles mayor difusión y batirse un poco con la opinión ajena. Sin embargo, analizados más en detenimiento, estos blogs netamente literarios me resultaron casi anti-internautas: no había mucha diferencia entre su contenido y el que, tradicionalmente, esperaba su oportunidad (en forma de manuscrito o mecanoscrito) en el cajón de un joven letraherido.

Primeramente, me di cuenta de que para realizar una novela a partir de Internet habría que privilegiar los textos que tuvieran más de documento que de literatura, y que la literatura que haríamos con ellos sería una literatura que no se sabe tal. Era más jugoso el testimonio del hoy (apelaciones a la tecnología y las nuevas formas de comunicación, jeremiadas y quejas sociales varias) que la calidad literaria (cuentos correctos inéditos hay muchos en la Red). Después, comprendí que antologar posts interesantes era demasiado simple, y que una obra que quisiera reflejar “lo que pasa en Internet” tenía que seguir las reglas del medio e incluir todo el paratexto con que habitualmente nos tropezamos al navegar: mails, spam, mensajería instantánea, avisos robóticos...

En esta novela, por tanto, hemos simulado navegar por Internet. Y para ello he recurrido a un gusto instintivo, caprichoso, secuencial a veces y otras arbitrario, en el que se mezclan piezas de blogs y sites que visito a menudo (este libro es, entre otras cosas, una confesión de cookies) con extractos de webs que, de no estar predispuesto a espigarlas, nunca hubiera sido capaz de localizar de nuevo.

Por ello, es interesante comentar que el trabajo de campo para poder armar este volumen había sido ya hecho, dada mi propia y habitual comparecencia en la Red, y que el mayor esfuerzo ha consistido en renunciar a la perfección estructural y lingüística en favor de una sana anarquía cuyo motor muy bien puede definirse como curiosidad emocional.

Después de esta nota incluyo los “créditos” de la novela. Quiero agradecer a los contribuidores principales (María García Abril, David Capón, Diana Nuño y Daniela Franco) su generosa y desinteresada colaboración. También reconocer las aportaciones no sólo autorales, sino sobre todo de localización de textos curiosos, realizadas por Cristina Gil y Luis Rubén León.

Finalmente, el editor de este libro, Constantino Bértolo, con su insólita despreocupación y fe ciega, me hace poder repetir lo que, en la película Ed Wood, le dice Orson Welles al chapucero cineasta sobre Ciudadano Kane: “Sólo en esa película tuve el control total”.

Alberto Olmos

Madrid, 29 de agosto de 2008