martes, 26 de agosto de 2008

Miguel Baquero opina (Tatami)

Una de las propuestas literarias más arriesgadas y, por lo tanto, más valiosas de las que circulan actualmente dentro del panorama español es este Tatami, de Alberto Olmos. El juego que propone Olmos es un juego sin concesiones: un espacio cerrado, tan cerrado como el interior de un avión en el que dos personas viajan rumbo hacia Tokio, y tan cerrado asimismo como las 123 páginas que componen esta novela; una única acción, sin salidas tangenciales ni amplias digresiones sobre tal o cual aspecto; y un lenguaje conciso, directo, tajante, hermoso en su efectividad y enemigo de las florituras, un lenguaje que ya dejó un magnífico sabor de boca en otras novelas del autor, como Trenes hacia Tokio o El talento de los demás. En este espacio reducido y despresurizado, Olmos hace coincidir a dos personajes: una mujer y un hombre. Y sin mayores preámbulos (sin ningún preámbulo, de hecho) el avión despega y comienza a volar.

Al lado de una pasajera, un tipo extraño y de modales bruscos. Un tipo, pronto nos damos cuenta, para el que no están hechos los modales ni todas esas pequeñas convenciones. Un personaje crudo, conectado con la esencia de las cosas. Antipático, hosco, grosero, es un tipo que habla de las relaciones de dominio de unas personas sobre otras, de la humillación, de la esperanza, del deseo. Un sujeto poco recomendable que, sin embargo, tiene una historia que contar, y pese a lo desagradable, e incluso asqueroso, que pueda llegar a parecerle, la pasajera acaba escuchando su historia.

Y del mismo modo en que, dicen, las presas de la serpiente quedan fascinadas e inmovilizadas por su mirada, así la protagonista (y los lectores) quedamos suspensos por la historia que nos cuenta el pasajero de al lado. Toda la novela está estructurada en torno a eso: el extraño deseo que nos hace apetecible algo que, en rigor, deberíamos rechazar, estamos educados para rechazarlo. Sin embargo, ese deseo (que va mucho más allá del simple morbo), esa pulsión degenerada, nos lleva a permanecer en el asiento, a seguir pasando páginas, a desear que el avión no aterrice y podamos conocer el final. De igual manera que al pasajero del asiento de al lado ese deseo, hace años, le llevó a dar un paso más allá, todavía un paso más allá, de lo conveniente, de lo permitido, incluso de lo legal. En todos nosotros palpita una rara atracción por el abismo, y es esa atracción lo que a lo largo de estas pocas pero intensas páginas Olmos nos trae una y otra vez a la boca.

Tatami es una magnífica novela en varios sentidos. Magnífica por su argumento pero, sobre todo, magnífica por el ritmo cómo está contada, el modo como el autor se detiene en los momentos culminantes, se acelera en los superfluos, el modo como nos da pista sobre lo que va a suceder y, cuando esto parece que va a llegar, nos mantiene todavía unas páginas en vilo. Olmos se ha sabido retirar a un segundo, seguidísimo plano, pero controla en todo momento el vuelo y el avión, como en una larga travesía transcontinental, se mantiene en todo momento en el aire sin sacudidas ni turbulencias ni caídas de nivel. Y todo ello sin el apoyo impostado de un lenguaje artificial, sino mediante una palabra limpia y unos diálogos naturales y creíbles.

Miguel Baquero, La tormenta en un vaso

domingo, 24 de agosto de 2008

Las noches blancas, mañana 25 de agosto

Parece que mañana se emite el programa de Las noches blancas en el que intervine. Su tema era Literatura e Internet. Junto a Sánchez Dragó, estuvieron Montero Glez, Alberto Torres Blandina, Maximiliano Villarroya, Jorge Eduardo Benavides y Eva Orúe.

La emisión es de madrugada, no sé si hacia la 1 a.m., en Telemadrid.

Sánchez Dragó me cayó muy bien. Retiro todas las veces en las que me metí con él.

miércoles, 20 de agosto de 2008

Nueva estética de la sexualidad... (risas)

Siglo y medio más tarde, Lengua de Trapo publica Tatami, una breve novela firmada por Alberto Olmos, cuya estructura recuerda mucho a la pieza de Tolstoi. Pese a no trascurrir en un tren, sino en un avión (sin accidente de por medio) que traslada a sus dos protagonistas de Madrid a Tokio, Tatami aprovecha el contexto del viaje para justificar el encuentro prolongado de dos personajes antagónicos, obligados a la estrecha convivencia propia de un vuelo de 14 horas en clase turista.

También en este caso, la dinámica del relato se basa en una larga confesión, narrada con estilo literario, sin idiolectos, paulatinamente interrumpida por las protestas, preguntas o imprecaciones del oyente, con algunos momentos ágiles, y hasta teatrales (al comienzo), y otros donde se dinamita cualquier realismo conversacional, tomándose la licencia el autor de hacer hablar subordinadamente a su protagonista durante páginas y páginas. Durante tan largas disquisiciones, Olga, una licenciada virgen de 24 años y enormes pechos, debe soportar la tortura de escuchar las travesuras del adulto Luis, discreto mirón y puntual amante de una adolescente de Tokio, amén de licencioso voyeur de su abultado escote. Hasta aquí podría parecer el argumento de una viñeta de El Jueves, picantona y hasta cachonda por su falta de pretensiones. Por el contrario, Olmos opta por un tono muy serio que recuerda en sus momentos más álgidos a esa sexualidad delicada de Tokio Blues (algo nada casual dada la influencia nipona explícita ya desde el título), pero que en general desemboca en escandalizadas intervenciones de la pacata Olga, asqueada por todo cuanto oye, tal es el profundo rechazo moral que le producen las pajillas de Luis.

No ayuda al disfrute de la novela que Olga sea la voz narradora, de quien se nos trasladan sus ruborosos pensamientos -sin un gramo de sentido del humor- sobre cuanto confiesa Luis, siendo ella más pedante (ergo parodiable) que el hijo del panadero de Aída. Tampoco lo hace el tono general del que Olmos se vale para hablar de sexo, aparatoso como antaño y lleno de revuelos eufemísticos, envarado y sordo a la nueva estética de la sexualidad, promovida desde las alturas artísticas por creadores como Calixto Bieito (Plataforma), Kendell Geers (Irrespektiv), y por fenómenos más pachangueros como Sex in the city, las reuniones tupper-sex y las despedidas de treintañeras que recorren los centros urbanos con pollas de goma plantadas en la frente. Un escritor experimentado como Olmos debería estar más prevenido sobre los tremendos riesgos de la escritura moralizante en los tiempos que corren.

Tatami es además buen ejemplo de la vuelta a la normalidad de la experiencia aérea, definitivamente alejada del romanticismo iniciático y los conflictos límite inherentes al desastre. El avión del siglo XXI es el tren de Tolstoi, un medio de transporte que ya ha perdido todo protagonismo per se. Sus pasajeros han dejado de maravillarse del milagro del movimiento; ahora se miran entre ellos, o bien se aíslan con su gadget audiovisual, como hace Olga y los post-humanos de la Axiom, la nave nodriza de la recién estrenada Wall-e. Sin peligro, dramatismo o espectacularidad, la dinámica colectiva pasa a un primer plano; el avión se convierte en laboratorio social que permite al autor provocar la convivencia obligada entre una gazmoña con estudios y un pederasta de baja intensidad, siempre bajo el férreo control del ambiente enrarecido de cabina. Si son las prohibiciones y las normas lo que nos vuelve civilizados, ¿será el avión post 11s el lugar más civilizado del mundo? Siendo el sexo nuestro instinto por antonomasia, no deja de haber un interesante cruce de sentidos. En el entorno más controlado, dos personajes hablan del control de lo más incontrolable. Ahora imagínese en un asiento de la clase turista, inmovilizado por el cinturón de seguridad, la cabina completamente iluminada, su asiento reducido y la incómoda proximidad del individuo contiguo, el ambiente de malestar tibio, de miedo y vigilancia, y por todas partes instrucciones sobre lo que no debe hacer. Le quedan catorce horas por delante. Entonces el de al lado comienza a mirarle las tetas, y luego a hablarle, con flema de gentleman, de sus perversiones sexuales. Si usted se llama Olga y es virgen, no lo dude: vive dentro de Tatami, la última de Olmos.

MIGUEL ESPIGADO

Podéis ver el artículo completo (muy interesante) aquí.
Nota al autor: Soy una de las pocas personas del planeta que no ve series de televisión.

jueves, 14 de agosto de 2008

Las chicas se están duchando

Como ya me has visto desnudo, probablemente una cantidad considerable de veces...

Así empieza el relato que he escrito (en 45 minutos, la verdad) para Público.

Lo publican el domingo 17 de agosto.

Se titula: Las chicas se están duchando.

Puedo hacerlo mejor, pero no me da la gana.

martes, 12 de agosto de 2008

Escritor segoviano

“El avión como escenario me pareció sugerente”

Olmos trata en su libro ‘Tatami’ un tema erótico con sutileza y elegancia, lo que le aleja de ser pornográfico o explícito. / ICAL

El escritor segoviano Alberto Olmos publica ‘Tatami’, la historia de un mirón contada “con sutileza y elegancia”
ICAL - Valladolid

La nueva novela del escritor y periodista Alberto Olmos (Segovia, 1975) es, en palabras del propio autor, un relato corto donde se cuenta “un jugueteo con el morbo, la excitación y el deseo”. En sus poco más de 130 páginas, ‘Tatami’ (Editorial Lengua de Trapo) narra el diálogo entre un voyeur y una joven de 23 años, durante el viaje, en avión, entre Madrid y Tokio.

“Tenía intención de hacer una novela breve, canónica, que no fuera un cuento alargado”, aclara Olmos, que ha sido capaz de atrapar a lector a través de la conversación entre un pasajero adulto que cuenta a su compañera de viaje una historia que le ocurrió en 1992, cuando residía en Japón. Durante el año de estancia en la capital nipona, este profesor de español dedicó todas sus horas de ocio a mirar desde la ventana de su vivienda a una joven colegiala que vivía enfrente.

“El hilo conductor es el deseo y si los deseados quiere a la vez ser deseantes, o si los mirones aspiran a ser mirados, quería jugar con estos conceptos”, asegura el escritor segoviano, quién también residió en este país durante tres años. En su opinión, trece horas de avión dan para mucho: “Siempre me pareció sugerente pensar qué puede ocurrir en un espacio cerrado desde el que no se puede llamar por teléfono, ni salir; es un buen lugar donde se pueden entablar conversaciones a veces muy profundas y extensas, como la que cuento en mi uinta novela”.

En ‘Tatami’, el escritor segoviano realiza nuevas incursiones literarias al escoger a una mujer como narradora de “esta fantasía morbosa”, como ya la han definido algunos lectores, apunta Olmos. “Me interesaba plantear la historia desde el punto de vista femenino y, además, comprobar mi capacidad para hilar un relato dramático a través de los diálogos y con apenas dos personajes”, prosigue.

Sin embargo, no es una novela porno “para nada”, rechaza el escritor asegurando que trata “un tema erótico, con sutileza y elegancia”, porque el sexo explícito, tal como lo describe Michel Houellebecq en ‘Plataforma’, donde ofrece una visión desencantada y herrumbrosa del hombre, el miedo, el sexo o la decadencia vital, “no entra dentro de mis planteamientos literarios, en estos momentos”.

Alberto Olmos comenzó a publicar con apenas 23 años. Su primera novela ‘A bordo del naufragio’, consiguió ser finalista del Premio Herralde. Le siguió ‘Así de loco te puedes volver’ y ‘Trenes hacia Tokio’, por la que recibió el Premio de Arte Joven de Novela de la Comunidad de Madrid. En su cuarta novela, ‘El talento de los demás’, según algunos críticos literarios consiguió que las pasiones aparezcan matizadas, porque la intriga tiene un cuerpo más vigoroso, o porque el engranaje de la historia principal y de las subtramas es nítido y, en algunos momentos, sorprendente.

El Adelantado de Segovia