viernes, 21 de enero de 2011

Lo de Juan Mal-herido

Desde el pasado sábado al blog Lector Mal-herido (http://www.lector-malherido.blogspot.com/) se accede tras superar el parapeto que ha puesto Google y en el que advierte de que el contenido del blog es "dudoso", extraña traducción al castellano de la voz inglesa "objectionable" ("desagradable, censurable"). En su filtro Google informa de que "algunos lectores" han denunciado a este blog y de que el propio Google no lo ha leído ni sabe, realmente, de qué va. Sólo ha actuado por decreto-clic.

El decreto-clic (copyright) obedece, según he investigado, a que la bitácora Lector Mal-herido ha recibido "lots of flags", o sea, "montones de avisos". Los avisos no son otra cosa que clickear en la barra superior de blogger, en el botón donde dice "Informar de mal uso"/"Report abuse" y seguir las instrucciones de denuncia.

Pueden ir denunciándome a mí mientras se las explico.

Tras el primer clic furibundo surge un pop-up donde Google afirma fríamente: Report a Terms of Service Violation. Las violaciones que un blogger puede hacer del servicio de blogs de Google son las siguientes: Difamación, Piratería, Spam, Desnudos, Discriminación y violencia, Suplantación de personalidad, Desvelamiento de información privada y Usurpación del propio blog.

Juan Mal-herido ha cometido 5 de estas 8 violaciones. Sin embargo, el formulario de denuncia sólo permite acusar de una cosa cada vez, así que los "montones de avisos" es seguro que habrán estado muy repartidos.

Juan Mal-herido trató de entrar el pasado sábado en su blog y se encontró, después de escribir su nombre y contraseña, con un mensaje del sistema en el que se le advertía de que se había producido "actividad anómala" en su blog. También se le instaba a introducir su número de teléfono móvil en un campo al efecto para recibir una clave que le permitiera seguir gestionando su bitácora.

Así lo hizo.

En un primer momento, Juan Mal-herido sopesó la posibilidad de un sabotaje, dado que son ya muchos los escritores que han visto sus obras vapuleadas sin criterio ni respeto por este sujeto y, aunque normalmente los escritores no saben ni buscar su propio nombre en google, no sería raro que contaran con amigos en los departamentos informáticos de Indra, IBM, Movistar y otras empresas respetables.

Sin embargo, no era un sabotaje, sino una simple advertencia de contenido que Google aplica a los blogs de forma automática para cuidar su propia imagen de compañía entrañable.

Como es lógico, Google no puede supervisar el contenido de varios millones de blogs en varios cientos de idiomas y localizar puntualmente que a Ramoncín le han llamado gilipollas o a Alberto Olmos hijo de puta esta mañana en este post en concreto. Por no hablar de los cientos de millones de comentarios en dichos blogs que podrían incluir denuestos, ofensas, calumnias y barrabasadas diversas contra Ramoncín, Alberto Olmos y un tal Pérez.

Imagínense cómo retrocederían los derechos de los trabajadores si Google tuviera que contratar a cien empleados y obligarlos a leer.

Es así, por tanto, como Google delega en "el pueblo" el derecho de veto, enmienda o afeamiento de conductas. Sin embargo, no nos hemos podido enterar de si los "montones de avisos" que han llevado a Lector Mal-herido a alcanzar el honor de ser "dudoso" alcanzan cifras de tres ceros, de cuatro ceros o de cinco ceros, si son 5.600 personas las que han denunciado el blog, o sólo 24, si las 5.600 denuncias proceden de la misma persona, empeñada cada tarde en su casa en acabar con Juan Mal-herido mientras suena Micah P. Hinson en su salón, o si cada aviso se corresponde a una persona distinta. También será imposible determinar quién ha denunciado y afeado y corregido a Lector Mal-herido, dado que las denuncias son completamente anónimas.

Así las cosas, es de lengua fácil recurrir a la palabra "censura" para etiquetar este curioso asunto. Esa palabra, sin embargo, resulta inapropiada. A riesgo de hablar sin saber, me atrevo a afirmar que la censura real tiene que ver con la negación total y absoluta de manifestarse a través de un medio concreto dentro de un sistema político. Que te denieguen la publicación de un artículo en un periódico (yo, curiosamente, tengo esa experiencia) no es censura; tampoco lo es que te echen porque no les gusta lo que escribes. En el primer caso, uno puede escribir en otra parte (y ahora, en internet); y en el segundo caso, nadie tiene el derecho inalienable de escribir en los periódicos, como es lógico, a no ser que uno se funde su propio periódico y se conceda una o dos columnas diarias para decir lo que le venga en gana.

En el caso de Lector Mal-herido, no ha habido censura, porque Lector Mal-herido puede trasladar sus contenidos fácilmente a Wordpress o a cualquier otro servicio de bitácoras, y hasta puede, en última instancia, abrirse su propio dominio en un servidor sito en las islas Tonga, que nadie sabe dónde quedan.

Es la libertad de expresión la que puede protagonizar todas las reflexiones sobre este, como digo, curioso asunto. ¿Hay límites para lo que uno puede decir? ¿Cuáles? Etcétera.

Sin embargo, entiendo yo que el verdadero problema de fondo no tiene que ver con algo tan importante como los límites de la libertad de expresión, sino con algo de tan escaso interés como los límites de la literatura.

¿Qué es literatura? Y, sobre todo, ¿dónde está?

Lector Mal-herido viene firmado por un sujeto llamado Juan, Juan Mal-herido. Es, obviamente, un nickname. Las cosas que él afirma se sitúan por tanto en la esfera de la ficción, pues no se le puede pedir responsabilidad civil o penal alguna a alguien que no existe por atentar contra personas que no existen en espacios inexistentes y tiempos indeterminables. Esto resulta obvio con Humbert Humbert, pero no con Juan Mal-herido.

El blog es gratuito, carece de sello editor y, por lo que se ve, Juan Mal-herido no concede entrevistas ni participa en el Festival Ñ. Por lo tanto no es un escritor, sino un canalla. Frases como "Alice Munro es una puta mierda" son intolerables; sus comentarios machistas también; su apología de la cocaína también; sus apelaciones rijosas a las niñas (superadas, también hay que decirlo, por la revista Vogue parisina al fotografiar vestidas de mujer sofisticada a niñas de 7 años) execrables. Etcétera.

Sin embargo, en cualquier novela española puede encontrar uno esas mismas palabras en boca de algún pesonaje. El otro día, sin ir más lejos, analizando en un taller los diálogos de José Ángel Mañas en Historias del Kronen, encontramos esta frase: "ese mariconazo de Míchel".

En el caso de Lector Mal-herido, si un conjunto de peritos literarios (!) concluyera que ese blog es literatura, podríamos encontrarnos ante un caso de incomprensión de formato por parte de las fuerzas vivas de nuestra sociedad, gente que, cuando la música pasó a ser grabada en los primeros soportes fonográficos, hubiera afirmado que ese Mozart que sale del disco, a pesar de sonar bastante parecido al que suena en un salón de conciertos, no era ni Mozart ni música, porque no se veían los instrumentos.

También es verdad que esta argumentación puede usarse asimismo para encubrir toda web donde se propaguen ideas peligrosas, se defiendan abusos o se conmine a la discriminación o el asesinato. ¿Cómo diferenciar un texto literario agresivo de un texto simplemente agresivo? ¿Cuál es el matiz, el grado?

Las notas de secuestro o las amenazas de muerte manuscritas, firmadas con seudónimo o enviadas anónimamente, podrían también ser literatura.

Me lo acabo de preguntar para obligarme a saber.

Y mi cerebro ha dicho: el receptor. ¿Alguien en su sano juicio cree que Juan Mal-herido odia realmente a los catalanes, los poetas, los cuentistas y los argentinos? ¿Alguien cree que ha violado niñas o piensa hacerlo o que lo haría si pudiera? ¿Alguien cree que le parece bien el maltrato doméstico? ¿Alguien, en definitiva, va a leer el blog y luego delinquir? Seguramente, no; porque si fuera "sí" habría que empezar a vigilar muy de cerca a los 30.000 visitantes únicos mensuales que tiene, entre los que se incluyen exactamente 30.000 personas que leen, compran libros, decodifican el lenguaje literario, escriben libros, editan libros, publican libros, promocionan libros, reseñan libros y, en fin, hacen esa cosa de la literatura.

Una enorme pandilla de delincuentes.

Si fumar es malo, y poco a poco nos lo van prohibiendo, podemos estimar que, en un futuro lejano (lejano, pero no mucho), leer también se tendrá que ir prohibiendo. Pues si el cigarrillo contiene veneno, la literatura contiene pensamiento, que es casi arsénico en la boca de una sociedad que necesita no pensar demasiado nada de lo que sucede.

La condición de adulto debe ser cuestionada continuamente, porque ser adulto hace daño y muchas veces hay que evitar que la gente se haga daño a sí misma, no sea que sangre en la dirección inadecuada. Fumar es un placer adulto (o una opción, o un vicio: ni os imagináis los cigarrillos que llevo consumidos para escribir esto, dios mío), y también es un placer adulto (opción, vicio, gusto) ver películas donde simulan violar bebés, leer libros donde fusilan a todas las personas ciegas o escuchar canciones que dicen Todos los paletos fuera de Madrid.

Es el discurso una proposición de lo posible, un campo de pruebas de mundos por llegar, una alteración del orden conocido para recapacitar sobre otros órdenes probables y volver al conocido con sentido crítico. En definitiva, el discurso es una inutilidad necesaria.

La negación del discurso, o del discurso que no nos agrada, en defensa de "lo real", que parece incuestionable y, al mismo tiempo, sospechosamente frágil, es básicamente de lo que trata el mundo en el que vivimos.

De evitar el hallazgo.