domingo, 9 de septiembre de 2007

Lucía Etxebarría

Mi televisión no sintoniza Antena 3. En la primera hay una película y en la 2 hay una película y en Telemadrid hay una película y en la Sexta hay una película y en Localia hay un película y en los pequeños canales emiten películas pequeñas de actores muy conocidos que cuando rodaron esas películas pequeñas no eran nada conocidos.

En Cuatro hay una película.

Sigo sin sintonizar Antena 3. Me intriga qué pueden estar emitiendo. Le doy algunos golpes a la televisión pero sólo consigo barajar rayas grises, rearmar el caos. Si tuviera un periódico, si tuviera internet, saldría de dudas: en Antena 3 emiten una película. Pero como no tengo periódico ni internet, el tercer canal es el único canal que me entiende. No me da entretenimiento, me da que pensar.

¿Qué coño están poniendo en Antena 3? Y, sobre todo, ¿cómo se llama el director de esa película?

Apago la tele.

Abro un libro. Leo veinte páginas y luego me asomo programáticamente por todas las ventanas de la casa para ver las ventanas de las casas vecinas, casi siempre cerradas o demasiado pequeñas para que quepan grandes coitos o abiertas e iluminadas a cocinas anodinas donde lo más interesante que puede suceder es que a alguien se le vaya la mano con la sal.

Leo otras veinte páginas. Recibo un sms.

“¿Algún vecino que pueda darme alcohol? Me dejó colgada este pavo. Primo, ¿bajas? Muy borracha.”

Estoy en pantalón corto, uno de hacer deporte, negro, y descalzo y sin camiseta. Contesto que bajo. Me pongo los vaqueros sobre el pantalón corto, localizo las llaves de la casa, me enfundo una camiseta blanca bastante sobada que dice Nasty y Born to be number on en el pecho. Meto los pies en los zapatos y salgo sin atarme los cordones. Voy al rescate.

En la calle hay muchos hombres solos y algunas parejas de masculinidad doble. De un local llamado The Paso entran y salen música y muertos, la danza de la noche. Doblo una esquina y me siento un blanco fácil para el camión de la basura y el asesino sin víctima. Doblo otra esquina y la calle es toda barbas y barrigas. Las barbas se besan y las barrigas llevan más tiempo que yo en el barrio: están cómodas y llevan dinero y si te fijas bien puedes ver sus zapatos de marca con los cordones bien atados. Yo tengo una llave para volver a casa y no tengo dinero y salí sin atarme los cordones porque no sabía que toda esta gente iba a estar ahí esperando mi caída de payaso. La calle está en obras y en mi camiseta dice Nasty.

Suena el móvil. Dónde estás. Calle Pelayo. Voy.

Veo a mi rubia al final de la calle. Alzo el móvil y nos encontramos sobre arena de obra y vallas de hierro y todo va muy deprisa a mi alrededor.

-Toy borracha.

-Yo estoy aterrado. Mira cómo salí. ¿Te vienes a mi casa?

-Vamos a La Fábrica.

-Jo. Salí sin dinero.

-Tengo veinte pavos.

-Mira: no me até los cordones. Qué sustos me das. Estoy incómodo.

-Estás muy guapo, vamos.

Marta se me echa al cuello y me lleva a La Fábrica de pan. Doblar esquinas es como abrir puertas. Ahora hay muchas chicas guapas y esos flequillos que llevan los que usan Parking de pago. La Fábrica de pan tiene portero y Marta le dice hola y yo voy a prometerle que nunca más volveré a entrar en su bar sin atarme los zapatos, pero él tiene cosas más importantes que considerar.

La Fábrica de pan está llena de gente. La gente que hornean aquí, que se hornea aquí, que, ummmm, se amasa aquí, tiene más de treinta años y una casa superbonita. La mujeres llevan el pelo largo, brillante, moreno o rubio pero siempre listo para desparramarse sobre el hombro cuando Iñigo las llame desde una mesa libre. Hay tipos con camisas impecablemente planchadas y el cutis color tabaco, en la muñeca un reloj de esfera máxima y algunas pulseras de colorines. Hablan mucho todos estos y la música casi no se oye. Yo creo que hablan de negocios y del dinero que les deben en algún país pintado de rojo en el mapamundi. Cuando la gente habla de su trabajo en un bar la música siempre se acompleja. Yo soy la música, anyway.

-Estoy enamorada de la camarera de aquí –Marta, la cara vuelta hacia mí, el cuerpo empotrado en la barra, sus rodillas en parada atlética –Es tan guapa...

-¿Cuála camarera?

-Esa, esa que está ...

-Ah, qué mona.

Las camareras siempre son monas.

-Es preciosa... Qué carita...

-Sí, sí...

Se me pasó la timidez y ahora escucho los halagos de Marta a la camarera con indisimulada pereza.

-Es...

-¡Que si, coño!

Marta ha pedido dos cervezas y nos vamos con las cervezas al fondo del local, donde hay una sala más amplia que la sala de barra y unos sillones y unas sillas y lamparitas y creo que una chimenea o algo. Hay chicas, chicos, un señor que parece Eduardo Punset por el pelo de felicidad que se mesa, y un tipo en bermudas.

-¿Qué pasó?

Marta quedó con un amigo y el amigo le vino tan borracho que le sacaba cuerpo y medio de ventaja, y el medio ya lo tenía casi encamado y a la botella de vino ya se estaba subiendo el embozo, distancia a casa elidida.

-Cabrón. Tú te crees. Venirme medio borracho. ¿Eso es una amigo, primo?

-No. Muy mal –bebo de mi cerveza, enciendo un cigarrillo-. Yo soy un amigo.

-Joooo, no, primo...

-No podemos ser pareja anymore, darling.

-Hagamos un trío. Tengo muchas ganas de hacer un trío...

-Ummmm, vale.

-Qué bien. Nos falta uno.

Alzamos nuestras barbillas como cazadores en Kenia. En este bar las tías están buenísimas.

-¡Esa! –propongo.

-¿Te gusta?

-Sí... Y ésa...

-¡Anda ya! Yo quiero a la camarera...

-Mira a tu izquierda.

A la izquierda de Marta hay una mujerona rubia, ajadita de tiempo y guapa en sus cuarenta. Sus tetas son enormes.

-Buenas tetas –telepática Marta.

-Y esa...

-Fuuuuu, primo, aquí no haber chicos monos...

-¿Quieres un chico o una chica?

-Un chico.

-Egoísta.

-¿Y tú qué quieres?

-Una chica.

-...

-Bueno, me da igual.

-Te va a dar igual...

-Creo que deberíamos empezar por la chica, no sea que te asustes de ver tantas pollas.

-Con la del otro sólo habría una polla y media en juego...

Me río.

-Puta.

Se acabaron las cervezas, el tabaco nunca se acaba, uno puede fumar todo el tiempo aunque sea de prestado, pero para beber siempre hay que echar cuentas.

-¿Tenemos para otra? –yo.

-Voy.

Vuelve con dos botellas marrones. Las pone sobre la mesa. Se sienta conmigo en el sillón. Me aplasta.

-Qué guapa es la camarera, en serio A, estoy enamorada.

-¿Nos follamos a Eduardo Punset?

-No. No hay chicos guapos. Anda, ve y dile a la camarera que se venga...

-Claro.

-No te atreves. No me atrevo. Fooo, primo, qué depresionante...

-Sí me atrevo. Fácil. Voy y le digo, oyes, te vienes un sec que te quiero decir una cosa... Mira, perdona, ¿cómo es tu nombre?, Laura, mira, Laura...

-No, no, Laura es nombre de frígida...

-¿Cristina?

-Cristina, genial.

-Cristina, mira, somos Marta y A., yo vivo ahí mismito, una buhardilla, justo al lado, me preguntaba, bueno, nos preguntábamos si te apetecía venirte con nosotros, a pasar un rato agradable y tomar algo, cuando acabes, claro, te esperamos. ¿Qué te parece?

-Díselo.

-Sí, si me dice que no, o pone cara rara, digo, ¡era una broma! Podemos probar así con, no
sé, quinientas personas.

-Venga.

-Mmm ¡no me atrevo!

-Mejor probamos con Eduardo Punset.

-Sí, por lo menos es famoso.

-Bah, es super feo el pavo... Me da igual si es famoso.

-A mí no. Ser famoso es muy atractivo...

-¡Qué dices! No tiene nada que ver...

-¿Cómo que no? Vamos a ver, siendo famoso follas más, porque mucha gente se te acerca.
-...

-Jo, Marta, no me digas que no. Lees un libro de alguien, te emociona el libro y enseguida te lo quieres tirar...

-Yo no. No tiene nada que ver.

-¿Cómo que no? Y sin que te guste el libro. Es puro branding. El nombre, el nombre, el nombre. Da morbillo...

-A ver, A., primo, ¿tú te follarías a Lucía Etxebarría?

-Claro.

-¿Claro? –Marta mira para los lados- ¿Y yo me he acostado contigo? ¡Qué asco! Un tipo que follaría con Lucía Etxebarría... Pero si es un horror... ¿No te acuerdas que la vimos, en el cine, con Almodóvar?

-A Almodóvar también me lo follaría.

-¿Estás loco?

-¿No harías un trío con Almodóvar?

-Ni de coña, chaval. Cero sexy.

-A ver, Marta, ES Almodóvar. Tiene derecho a hacerse un trío con todo el mundo.

-Yo no lo veo así. Mira el cantante de Radiohead, me emociona su música que me muero, me pone los pelos... Pero no me lo follaría.

-Mientes.

-¡Que no!

-¿No te follarías a Woody Allen?

-¡Anda ya! ¡Por favor!

-¡¡¡No!!! Pero si ES Woody Allen. ¿Cómo no te lo follarías?

-Es un viejo. No me transmite sexo por ningún lado...

-En serio, Marta, en este debate tan filosófico creo que estoy de parte de la mayoría y que tú eres la excepción. Todas las chicas que conozco, inteligentes y eso, se acostarían con Woody Allen encantadas de la vida.

-Bah.

Callamos. Bebemos. Fumamos. Lo que se conoce como: divertirse.

La clientela varía. Entra un tipo calvo.

-Ese tipo es sexy –yo.

-No.

-¡No nos vamos a poner de acuerdo nunca, joder!

-No. Tú y tu Lucía Etxebarría. Qué asco que me das...

-Jo. No es que esté loco por acostarme con ella, sólo te digo que, en un momento dado, de hecho, muy dado, sería un honor inmiscuirme en su intimidad y poder morirme pensando que me acosté con una escritora que ha cambiado el curso de la literatura en Mozambique. ¿Vale?

-Gilipollas.

Nos levantamos. Marta casi se cae y la tengo que agarrar para justificar ese adverbio en la locomotora de esta frase.

-Que te caes, prima.

Salimos de La fábrica de pan. Vamos abrazados por las calles de Chueca, donde ya se desagua la noche de un viernes más, cuando son las tres y cierran los bares y la gente parece como abandonada por la providencia. Hay una sensación, a esta hora legalmente inhabilitada para beber, de broma pesada, de fiesta a la que queríamos ir con muchas ganas pero que al final alguien canceló sin dar el telefonazo preceptivo, detallista.

Me paro en mitad de Augusto Figueroa.

-¿Qué haces? –dice Marta.

-Me voy a atar los cordones de los zapatos. Vuelvo a casa.