lunes, 14 de mayo de 2012

El pinchadiscos

Hace unas semanas, al jubilar algunos muebles de la casa, me encontré, dentro de un pequeño armario, con una pila de ejemplares del suplemento El Cultural. Databan todos del año 1999/2000. Por aquel entonces, yo acababa de publicar mi primera novela y era lo suficientemente joven como para interesarme por lo que decían acerca de ella, y por lo que decían acerca de las novelas de los demás, y por quién decía todo eso y por los gustos sucesivos de uno que otro crítico.

Hojeé los viejos ejemplares de El Cultural, repartidos antaño con La razón. El efecto que me produjo esta prospección era previsible: sic transit gloria mundi. Decenas de escritores vieron en El Cultural alabadas sus novelas, y hasta recibían maldiciones como estas: “un escritor a tener en cuenta”, “seguiremos con suma atención la trayectoria de este autor”, “un novelista que dará que hablar”. Casi sin excepción, todos estos escritores desaparecieron.

Los críticos que echaron aquellas maldiciones, sin embargo, siguen a día de hoy escribiendo en El Cultural; escribiendo exactamente las mismas palabras fatales y los mismos elogios, idénticos vaticinios y condenaciones.

Yo ahora atiendo poco a la prensa literaria; apenas la hojeo. Me interesa con frecuencia saber cómo es recibida una novela, pero para saberlo me limito a leer el último párrafo de las reseñas que se le dedican. Normalmente es en ese punto donde el crítico se permite un juicio contundente, portátil. Sin embargo, muchas veces, ni leyendo la crítica entera me acabo de enterar de si la novela que se comenta le ha gustado o no a un señor.

Así las cosas, el único motivo por el que, ocasionalmente, llego a leer entera una reseña literaria tiene que ver con su propia escritura: me recreo con lo que el crítico tiene que decir, y con cómo lo expresa, y no tanto con el modo en que acomete la rutina de inflar un me gusta / no me gusta / no sé si me gusta para cumplir con el expediente, y ganarse el jornal.

En estos momentos, no sería capaz de nombrar a muchos críticos a cuyas reseñas recurra para una lectura íntegra, en verdad. Esto se debe a que el ejercicio de la crítica, si bien no requiere de invención, sí necesita creatividad, y en ese punto el texto crítico se asemeja al texto literario, pues ambos se enfrentan de continuo al reto de seducir a sus lectores, que ya han visto muchas veces expresiones como “rostro surcado de arrugas” o “la musculatura de la prosa”, y demandan algo más.

El crítico, el viejo crítico, fatigado tras tantos años de veredictos y degollamientos, asiste entre resignado y dignísimo al declive de la propia inspiración, a la fosilización de su vocabulario y a la suficiencia de su saber hacer, que le permitiría, si así lo deseara, escribir una reseña sobre una novela después de leer tan solo las solapas, tropelía intelectual que su férreo sentido moral le impide cometer, empero.

La crítica tradicional, qué duda cabe, se encuentra estos días en proceso de consunción, si no de extinción, y sobre ello se ha escrito y debatido ya mucho en los propios periódicos. Sin embargo, recientemente, un par de voces ganosas de resistencia han redirigido las lamentaciones del gremio hacia los nuevos soportes de opinión, los blogs o bitácotas personales, en la creencia de que, si acaso no fueran los culpables de esta merma en la atención que la sociedad ha asestado a los zoilos y a sus veredictos, al menos sí sirven como un cómodo saco de arena sobre el que desahogarse.

Los agresivos vocales a que me refiero son, lógicamente, Alberto Santamaría e Ignacio Echevarría. Ambos, de aquella manera, me han mencionado en sus escritos. Echevarría, concretamente, me menciona con frecuencia.

La primera de esas menciones fue hace bastante tiempo. Al parecer, Ignacio Echevarría no podía dejar de afearme que, en una entrevista, yo afirmara que ser leído por 500 personas me desalentaba enormemente. Él, si no lo entendí mal, echó mano de ese código de pureza estética que asiste a las mentes más rigurosamente entregadas a la vigilancia del trabajo ajeno y me instruyó en los protocolos literarios dignos de tener en cuenta por un escritor genuino, frente a las preocupaciones banales y de todo punto irrisorias de un simple escribidor. El asunto, a mi juicio muy ridículo, lo dejé estar prácticamente, sobre todo a sabiendas de que Ignacio Echevarría, justo después de escribir su artículo, iría a comer con algún escritor amigo, y que de lo único de lo que hablarían sería de ventas.

Sin embargo, esta lección que me dio don Ignacio sirve ahora como irregular piedra de toque para sus propias tribulaciones. Si el escritor ha de escribir con la única expectativa de que el crítico Ignacio Echevarría lea su libro, y nos diga lo bueno que es, quizá el crítico debería escribir con el único anhelo de que el escritor cuya novela reseña lea dicha reseña y le dé las gracias, una tarde que se crucen en la calle. Me pregunto por qué un crítico puede defender para sus reseñas o comentarios la necesidad o conveniencia de un público amplio, y el escritor para sus libros no, y por qué ahora 500 personas leyendo crítica literaria no son suficientes, y sí lo eran para la novela de un fulano. Al menos ese fulano ha escrito trescientas páginas, y no folio y medio.

Bueno, pues el lío ahora es, como dije más arriba, el enfrentamiento con los blogs literarios que inició desde la universidad de Salamanca Alberto Santamaría y que, desde hace unas semanas, viene secundando don Ignacio. Parece obvio que estas andanadas contra la red surgen de la evidencia de que determinados blogs literarios son masivamente leídos -desde la generosidad semántica de considerar masa a los lectores que queden en nuestro país-. Por darles un dato, un blog sobre libros que alcance cierta popularidad puede tener unas mil visitas al día; a veces dos mil; a veces, incluso tres mil. Eso hace un total anual de más de trescientas mil visitas, que no son trescientas mil personas diferentes, pero sí, desde luego, más de 500.

No sé ustedes, pero yo dudo mucho que Alberto e Ignacio se hubieran preocupado de desprestigiar a determinados blogs literarios –los más leídos- si estos no tuvieran a día de hoy una influencia real; esto es, más lectores que ellos.

El descrédito lo troquela Santamaría con dos palabras: conservador y kitsch. Se trata de estigmatizar a estas bitácoras con los apelativos más apestados: ¿quién quiere ser conservador; quién, hortera? Echevarría reproduce buena parte del post de Santamaría en su artículo De la crítica en internet, con lo que nos encontramos a un profesor de la inveterada Universidad de Salamanca y a un crítico literario con treinta años de reseñas pagadas en los periódicos de papel acusando a ciudadanos ociosos que escriben gratis en Internet, que a nadie le rinden cuentas ni le deben pleitesía, de conservadores. No sé a ustedes qué perfil se les hace más conservador; más, en puridad, establecido.

A mi juicio, de algo tan natural como la frustración personal de no ser leído surge, en el caso de Santamaría –y no en vano hace pie su virulencia en una encuesta de El Cultural sobre mejores blogs literarios, donde el suyo no figuraba, y sí el de esos blogueros conservadores y kitsch-, una maquinaria de trituración conceptual que, contrachapada de Walter Benjamin, oculta lo mejor que puede su propio mecanismo motivador. Es ahí, además, donde encontramos precisamente las razones por las cuales los textos de crítica literaria tal como le gustan a Ignacio Echevarría se leen cada vez menos: son, simplemente, aburridos.

Walter Benjamin, tan solícito, también es mencionado a menudo en los artículos de Ignacio Echevarría y, no siendo esta la única concordancia textual con los post de Santamaría -como veremos-, me lleva a cuestionarme si resulta adecuado y no digamos ético hacerse eco –y pega- de decenas de renglones de Benjamin –o de otros- cuando a uno sólo se le pide en el periódico rellenar por sí mismo unas cien líneas. Si de un largo ensayo –o uno corto- se tratara, la herramienta del argumento de autoridad sería comprensible; pero, en folio y medio, parece incluida de matute.

Como digo, no sólo cuentan con los mismos teutones tutelares, don Ignacio y don Alberto, sino que también disponen de un estilo, para más inri, indistinguible: el estilo estándar del intelectual de toda la vida.

En este estilo, la frase ha de ser larga y enrevesada, concienzudamente conceptual, hasta lindar en la aporía; el vocabulario, excluyente; y, sobre todo, no ha de darse cabida al humor.

Con un ejemplo lo vemos más claro: "Intenet ha desarrollado, en el marco de la literatura y de las artes, un modelo de crítica kitsch. Lo kitsch lo tomamos aquí en su sentido primitivo: como aquello que se asienta en su ser efecto puro; como aquello que disfruta (de sí mismo) en el darse como efecto. De esta forma, lo kitsch lo entendemos como el proceso por el cual se acepta como normal en la política literaria del momento elementos que aparecen únicamente con el afán de su efectividad.Dicho de otro modo: lo kitsch es la cultura conservadora del efecto sin contenido, que llevado al territorio de la crítica supone, precisamente, la retirada de lo crítico." (A.S.)

Seguramente, cambiando kitsch por pulp, trash o camp el párrafo simularía de manera parecida su solvencia; quizá, si trocáramos kitsch por punk, el párrafo tendría algún sentido. Pero ni pulp ni punk son extranjerismos que socaven la imagen de los blogs que se trata de estigmatizar –pulp y punk molan-; sólo kitsch cumplía ese objetivo.

El post de Santamaría, en primera instancia, generó varios comentarios desafectos con su tesis; a estos comentarios, Ignacio Echevarría los ha calificado, en efecto, de imbéciles.

Veamos por tanto un comentario que no es imbécil, sino que está de acuerdo con Alberto Santamaría e Ignacio Echevarría. Atiendan al tono: "Me parece que ninguno [de los comentaristas anteriores] ha leído muy bien el texto de Alberto. Ni siquiera Javier Calvo, que lo malinterpreta desde el inicio –los demás se limitan a hacer eco del malentendido-. El texto NO va de crear una separación entre crítica académica y crítica amateur (popular, bloguera, etc.). El texto NO va de hacer un control policial de la crítica, por favor. El texto simplemente describe una práctica de banalización del ejercicio de la crítica a través de una gestualidad del efecto puro cuya apariencia rompedora sirve de maquillaje a una estrategia conservadora y cínica. Para decirlo con más sencillez: esta gente es a la crítica lo que Jeff Koons es al arte contemporáneo."

El tono: altivo, soberbio, engreído, despectivo, excluyente, aleccionador, irrespetuoso, sobrado, redicho, mayúsculo (NO; NO).

Noten la mímesis: El correligionario le explica el post a los comentaristas que discrepan de él –incluso a Javier Calvo; noten el trato preferencial- con las mismas palabras con las que está escrito. Al parecer, estas figurillas de porcelana de la inteligencia apenas aceptan otra forma que aquella en la que se fraguan, pues, como estilemas recocidos que son -y al igual que las piezas de Lladró- sólo encierran aire.

Echevarría, después de glosar este texto de Santamaría, escribió otro artículo sobre el asunto. Su título era El crítico como disc-jokey, encabezado algo confuso si atendemos a que sus tutores de ahora le susurran las ideas desde 1936 y desde 1968; quizá El crítico como pinchadiscos hubiera despistado menos.

Si bien apuntalar una opinión acerca de las bitácoras personales on line en textos anteriores a la propia creación de internet se me antoja algo estrambótico, llama aún más la atención que buena parte de esas ideas adoptadas y manipuladas para armar el discurso propio exuden semejante viscosidad aristocrática; en resumidas cuentas, interpreta uno que Echevarría está muy disgustado porque cualquier “imbécil” pueda opinar libremente en internet, y encima sobre libros; y encima, en ocasiones, con influencia.

Aquí a don Ignacio se le escapan muchos matices, fruto sin duda de su desconocimiento del medio. El primero de ellos lo encontramos en el dato de que actualmente en todo el mundo hay unos quinientos millones de blogs, por lo que abrirse un blog –y más acerca de literatura- no deja precisamente a las puertas de la gloria intelectual, sino en la mesa camilla de la tertulia con amigos. A diferencia de firmar artículos en El País o en El Mundo, la firma en un blog no adjudica un público previo, no se da uno por leído sólo por estar ahí, como es el caso de las tribunas periodísticas tradicionales, sino que se genera ese público con el propio trabajo, que requiere de constancia y de ciertas dotes de gestión.

Además, no cuenta el bloguero con editores o correctores, ni mucho menos con consejeros, por lo que si escribe “inflinge” (como Luis Goytisolo en la página 915 de Antagonía, edición a cargo de Ignacio Echevarría, 2012) numerosos lectores le afearán públicamente el estropicio, y no harán la vista gorda como ha sucedido en los últimos treinta años en tres ediciones distintas –Seix Barral, Teoría del conocimiento, 1981, pág. 18; Alfaguara, Tomo II, pag. 360- con la falta de ortografía que indico entre comillas.

Es probable, en definitiva, que los tiempos que corren no sean los más adecuados para la prosa apretujada y displicente que practica Ignacio Echevarría, toda vez que, tanto sus textos como los de Alberto Santamaría, uno puede llegar a disfrutarlos si se los toma con calma. Porque los blogs literarios que ambos se han molestado en avillanar son antes que nada simpáticos, vivaces e inmediatos, y mucho más atentos a las novedades editoriales de lo que parecen estarlo los mismos críticos literarios oficiales. Esta simpatía, y esa atención a lo que ahora mismo propone la industria editorial española, nos da las claves de por qué el lector curioso los visita y de por qué los sellos literarios han acabado por enviarles sus libros y por citar sus reseñas en sus notas de prensa, amén de difundirlas en facebook.

No hay más misterio.

A pesar de ello, Ignacio Echevarría plantaba un “1” a su artículo del pasado viernes, por lo que habremos de esperar al viernes que viene -a ese “2” incontinente- para conocer con precisión los extremos a los que puede llegar la visión estamental de la libre lectura.

martes, 8 de mayo de 2012

Todas las proposiciones valen lo mismo

Soy escritor.

Soy un buen escritor.

Soy un mal escritor.

En realidad, no soy escritor.

No me siento orgulloso de mi obra.

Me siento muy orgulloso de mi obra.

Escribo este post para autopromocionarme.

Gestiono este blog para autopromocionarme.

No gestiono este blog para autopromocionarme.

No escribo este post para autopromocionarme.

No soy famoso.

Soy famoso.

Ejército enemigo es un gran libro.

Ejército enemigo es un mal libro.

Me gusta tu libro.

No me gusta tu libro.

Admiro el 15M.

Detesto el 15M.

Soy un héroe literario español.

No soy un héroe literario español.

Me gusta tu libro.

No me gusta tu libro.

Eres un escritor honesto.

No eres un escritor honesto.

Eres pobre.

Eres rico.

La crítica te ha puesto muy bien.

La crítica te ha puesto muy mal.

El Adelantado de Segovia es el diario de referencia de España.

El Adelantado de Segovia no es el diario de referencia de España.

Daría un brazo por escribir un best seller.

No daría un brazo por escribir un best seller.

Es escritor, ha escrito 40 folios.

Es escritor, ha escrito 60 folios.

Es escritor, ha escrito 8 novelas.

Es escritor, no ha escrito ningún libro.

Es escritor.

No es escritor.

No es escritor, ha escrito 8 novelas.

No es escritor, no tiene 500 lectores.

Tengo 500 lectores.

No tengo 500 lectores.

Tengo 501 lectores.

No tengo 501 lectores.

Soy un muerto de hambre.

No soy un muerto de hambre.

Es editor.

No es editor.

Es crítica literaria.

No es kitsch.

No es crítica literaria.

Es kitsch.

Nicanor Parra es poeta.

Nicanor Parra es un payaso.

Es un buen poema.

No es un buen poema.

No es poeta.

Es poeta.

Es premio Cervantes.

Es premio Cervantes.

Son las 14.11 horas.

No son las 14.11 horas.

Esto es un post.

Esto no es un post.

Soy un paleto.

No soy un paleto.

Soy de Segovia.

Eres de Madrid.

Soy escritor.

Eres escritor.

No eres escritor.

Yo me he hecho a mí mismo.

Yo no me he hecho a mí mismo.

Tú te has hecho a ti mismo.

Tú no te has hecho a ti mismo.

Yo dije eso.

Todas las proposiciones valen lo mismo.

Yo no dije eso.

Todas las personas valen lo mismo.

Todas las personas no valen lo mismo.

Todas las proposiciones valen lo mismo.

Lo mismo valen todas las proposiciones.

No se admiten comentarios.

No se admiten comentarios.

Todos los comentarios que no se admiten valen lo mismo.