viernes, 29 de noviembre de 2013

raudo # 66

La hijoputez, nuevamente, justificada, impune, la misma avilantez de siempre (me suena más exacto que maldad, avilantez), ese estilete de la ofensa que parece buscar clavaduras, los puntos ciegos de lo políticamente correcto -los homosexuales, no; los calvos, sí; las mujeres, no; los gordos y las gordas, sí- como sucede, ay, en esa foto que me envían (y por qué me la envían: ¿para compartir bilis, risas infames?), la imagen de un escritor nacido en los 70 y columnista de un periódico de derechas, muy de derechas el periódico y muy de derechas y catolicón el aún joven articulista, tomada subrepticiamente en un transporte público: el damnificado no aparece con su mejor planta, y su obesidad queda de manifiesto en cada rincón del (digamos) fotograma, y el autor de la foto ya lo califica, en su línea descriptiva, como "el gordo ese", dando pie en la sección de comentarios a más "gordo" y más "barriga" y hasta a varios "hijo de puta" (hijo de puta por ser gordo, se entiende), y tanto el fotógrafo subrepticio como sus palmeros no parecen temer por la imagen que ellos mismos (de hecho, más que la propia persona fotografiada) están ofreciendo al mundo (pues si la foto me ha llegado a mí, a cuántos no habrá llegado), sedadas sus conciencias porque, en definitiva, es de un reaccionario de quien nos estamos riendo (no tendrían cojones para hacer esto con una ministra socialista, una lesbiana, un portavoz de algún movimiento social: no); sin embargo, lo que la imagen muestra, lo que la fotografía perfila (cuando tantos opinadores y escritores progresistas ha conocido uno que no han tomado nunca el autobús o el metro, pues hasta para comprar el pan llaman a un taxi ) es a un hombre que lee buenos libros y usa el transporte público.