viernes, 19 de septiembre de 2008

Al otro lado del tatami

La asimétrica relación entre dos compañeros de vuelo a Tokio urde la novela corta ‘Tatami’, de Alberto Olmos. Olga es depositaria de la voz narrativa: una adusta y competente recién licenciada en Filología Hispánica, virgen, que intenta dar cobertura racional a sus desastrosas capacidades sociales y cuyos grandes pechos son un incómodo lastre para sus aspiraciones de estar por encima de las servidumbres del sexo. ‘Tatami’ es, principalmente, el recuento de su encuentro con Luis, un tarado maduro, empecinado en contar su historia de voyeurismo pederasta ocurrida varios años atrás, cuando huyó a Japón tras la muerte de su única novia después de encontrar un puesto de profesor de español. La fascinación por una vecina adolescente había absorbido su tiempo y toda su capacidad de admiración durante varios años y el recuerdo de aquel enamoramiento había llenado los años de este mirón lenguaraz. Pero el libro no es solo la historia de este compañero de viaje incómodo, que no deja de mirar con descaro los pechos de Olga y que insiste en condenar a su compañera de viaje a escuchar su insólita historia, narrada con inalterable imperturbabilidad. Es también la incapacidad de la muy cabal y muy pacata narradora para ordenar en ninguna coordenada racional el relato que está escuchando, por el cual no puede dejar de sentir un cierto interés morboso. El libro brinda la oportunidad de que se desplieguen ambos caracteres: el de la joven reprimida y el del maduro infortunado.

Tatami’ es una novela erótica sobre el erotismo que, al mismo tiempo, trata las sutilezas de la represión moral. Lo prohibido, que llega incluso a rozar la degeneración, está representado por la actitud de Luis y acaba siendo más sano y más comprensible que la censura moral que trata de ejercer en vano la narradora. Los diálogos son un compendio de tópicos sobre el sexo traídos aquí con cierta originalidad. A pesar de su tono desenfado, es una novela de ideas sobre el rol de los géneros en las relaciones sexuales, el choque de culturas y los límites de lo permisible en el placer y, sobre todo, es una novela de personajes extremos, insólitos, hacia cuyos vicios el lector acaba por suspender su juicio para caer en la placentera degustación de su particularísima personalidad. Hay un despliegue tan afortunado de ironía y humor que lo insólito queda armónicamente integrado en la historia. Incluso el lenguaje engolado e inverosímil entre estos dos pasmarotes posmodernos queda justificado y contribuye al tono un tanto fantástico del encuentro. En pocas páginas y con mucha agudeza, el autor consigue hacer despegar la psique de los dos protagonistas de esta novela y atrae el gusto y la sonrisa del lector. La inteligencia de Olga atempera su cohibición sexual, de la misma manera que la sinceridad de Luis es un lenitivo a su patología afectiva. A pesar del asco moral que él despierta en ella, la conversación entre ambos se plantea en unos términos tan claros y brutalmente sinceros que rara vez parece que ninguno haya podido encontrar mejor interlocutor. Ambos personajes son pretendidamente inverosímiles pero el autor demuestra una apreciable libertad compositiva para darles una interesantísima realidad ficcional.

Notable importancia tiene también el espacio en que se desarrolla la novela. La cabina de un avión y sus limitaciones: la estrechez de los asientos, la prisión de los cinturones de seguridad, la promiscuidad de sus aseos, la endeblez de sus aislamientos... todo condena a Olga a involucrarse en la historia e incluso a aventurar posibles desenlaces. En definitiva, novela alegre, divertida, sencilla, sin pretensiones. A ratos, es incluso fascinante. Alberto Olmos consigue el objetivo de divertirse y divertir al lector, de hacerle comprender y disfrutar de los límites de las personalidades de los personajes, así como desarrollar algunas ideas más o menos ingeniosas en torno a la sensualidad.

Fernando Larraz