domingo, 6 de octubre de 2013

raudo #12

En una cena, una de tantas, una con patrocinio, una para todos, una a la que hay que ir, una a la que nos llevan, a todos, por tandas, en camionetas (SUV), en autobuses demediados, en esa cena, esto: ir con alguien (ella) y esperar al resto para tomar el transporte y cenar juntos, los españoles, los amigos, los conocidos, los reciénconocidos, y no ver venir al resto, pero sí a uno, poco conocido, que se acerca se une se monta en la camioneta con nosotros dos y nos sigue luego por los pasillos del restaurante, donde elegimos una mesa larga medio vacía a cuyo extremo nos colocamos para hacer sitio a los que tienen que venir, los españoles, los conocidos, los semiconocidos, que no llegan nunca, y habla, el apegado, el unido, el incorporado por sus propias razones, y pedimos de beber y hasta cubrimos una parte del mantel respectivo, del trozo de mantel de cada uno, de miguitas de pan, así es el uso que hacemos ya del espacio, cómo nos los apropiamos, entonces, él, autor latinoamericano joven, ve llegar al fondo a alguien, alguien mayor, un editor, Alguien, y convenimos en que vaya a buscarlo y lo traiga a nuestro amplio espacio vacío, todas esas sillas que reservamos ferozmente, mientras las demás mesas se van llenando, y la nuestra misma también se va llenando, se va acercando a nosotros el desconocido, el otro, otros grupos de conocidos o de amigos, de españoles, y el escritor latinoamericano joven se levanta y va hacia el editor, hacia Alguien, y lo veo hablar con él, campanudamente, cachazudamente, así, y veo también como ese editor toma asiento en otra mesa, allá al fondo, y cómo, enseguida, el escritor joven latinoamericano toma también asiento, a su lado, y sigue hablando, mientras su vaso de cerveza con limón (o lima: no sé) se va desgasificando sobre la mesa, a mi lado, junto al vino tinto de ella, y ambos seguimos mirando hacia el final de la sala, hacia las cabezas móviles del editor Alguien y del escritor joven latinoamericano, que no vuelve nunca la cara hacia nosotros, que no vuelve él mismo nunca a nosotros, a su silla, su mantel migoso, su limón en la cerveza, sino que resiste allí su posición, su posicionamiento, consciente de haber encontrado ya el mejor sitio posible para sus intereses.
Y el asco.