miércoles, 2 de febrero de 2011

A veces una voz me dice que despierte

Atrapado en el laberinto de la profesión, uno acaba por olvidar que existen otros laberintos y que al gran laberinto de la Sociedad no le importa si el tuyo, tan pequeño, tiene o no una salida.

Desde hace un par de años me noto inmerso de forma insalvable en el lodazal de la literatura. Digo lodazal como podía decir piélago o tráfago o cualquier otra palabreja, que para eso es, la palabreja, de literatura. Escribo novelas y publico novelas y frecuento a autores y a críticos y a lectores y leo yo mismo muchos libros y muchas reseñas y entrevistas con otros autores, y cada día sé más de edición y de distribución y en mi cabeza ocupan progresivamente más espacio las páginas amarillas, amarillentas, de la literatura, del Libro, del milieu.

Quiero decir que voy a la librería Tipos Infames y hablo con los libreros. Quiero decir que en la librería La independiente me conocen y me invitan a sus cosas y allí me encuentro con Elvira Navarro y hablamos sin parar de lo nuestro. Quiero decir que, a diario, apenas soy consciente de que vivo en un país que, como cualquier otro en realidad, no lee en exceso.

Y a veces una voz me dice que despierte.

El sueño, como se verá más abajo, es precisamente un sueño de nocilla. Es una quimera perfilada a partir de cuatro mails y dos charlas y un viajero del Metro que lee un libro mío. Son 40 comentarios en este blog y uno que me habla del blog y otro que lo linka y otro que dice que mi blog es "imprescindible". Emborracharse con una clara es una definición muy exacta de la vanidad.

Y a veces, sí, una voz me dice que despierte.

No es que tenga yo el sueño muy profundo, porque si de algo me alegro es de conocer casi con exactitud la distancia que me separa del suelo, que es ninguna. Ni mis libros han hecho plusmarcas comerciales ni mi nombre corre de boca en boca por los colegios. Pero el "mundillo" literario solidariamente propone que lo nuestro es estupendo y que, a fin de cuentas, todos los días sale algún escritor en el periódico y no un fontanero o un cultivador de bonsáis o un campeón de esgrima.

Hace meses quedé con un amigo, ex compañero de la facultad de periodismo. Trabaja en una ONG, en el departamento de prensa, y hablamos de su trabajo y mi trabajo y de otros temas predecibles. Cuando llegó el asunto de la lectura, mi amigo dio muestras de conocer muy apasionadamente la obra de Roberto Bolaño. Le pregunté a continuación qué le parecía Enrique Vila-Matas. Me dijo que no sabía quién era. "¿No sabes quién es Vila-Matas?", solté de sopetón. "No..." Mi amigo puso cara de haber cometido una falta extraordinaria. "No, no, tío; me encanta. Me encanta que no sepas quién es Vila-Matas".

Despierta.

El otro día en un taller literario que vengo dando a un grupo de alumnos de considerable nivel lector hablamos de Ray Loriga. Les propuse la lectura de El hombre que inventó Manhattan porque me interesaba debatir sobre los límites entre el cuento y la novela y porque me gusta mucho el estilo de Ray Loriga. Al margen de los comentarios sobre la novela en sí del autor madrileño, les hice una exposición de las particularidades que, a mi juicio, hacían de la obra de Ray Loriga algo pionero, interesante, referencial y meritorio dentro de la literatura española de los años 90. Finalmente di como prueba que la generación Nocilla tenía muchas deudas con Ray.

Se rieron.

Se rieron naturalmente. Se rieron sin derecho a réplica.

"¿Generación Nocilla? ¿Qué es eso?", dijo una.

"Bueno, es... Bueno, joder, son famosos...", me defendí.

"Nosotros tenemos una edad, Alberto, para pensar en la nocilla."

"Sí, sí... Pero, joder, son famosos..."

Me petrifiqué en mis propios argumentos al darme cuenta de que, realmente, no conocían Nocilla Dream ni parecían tomárselo siquiera en serio. Yo llevo dos o tres o cuatro años dialogando con el fenómeno de esta novela de Agustín Fernández Mallo y ya había asimilado que la palabra "Nocilla" era, en efecto, una cosa muy seria; una cosa de la que hablamos los escritores, de la que hablan los críticos, y seguramente de la que hablan los catedráticos de literatura de la universidad. Sólo en ese momento del taller me di cuenta de que llamar Nocilla a una generación literaria puede parecer una ocurrencia de lo más irrisoria.

(Precisamente por estar en el "mundillo" entiendo que esta anécdota que acabo de contar puede resultar lesiva, ácida, minusvalorante (!) y como que me estoy riendo de una serie de autores. Entiendo que este paréntesis deja claro que no es así. Por favor.)

Despierta. Del Nocilla Dream.

Sí. A veces una voz me dice que despierte y que vea la cruda realidad: la literatura no importa mucho más allá del cuadrilátero de los suplementos y de cuatrocientas personas en Madrid y otras tantas en Barcelona. Ser escritor, incluso escritor con prestigio, no es mucho mejor que ser fontanero con prestigio, prestigioso cultivador de bonsáis o prestigiado practicante de esgrima. Que te den un premio, un Ojo Crítico, no es mucho más relevante que recibir un premio a la mejor empresa andaluza de tapones de poliuretano. Seguramente el mejor fabricante de tapones de poliuretano de Andalucía tiene exactamente la misma autoestima que yo: tío, que soy el mejor fabricantes de tapones de Andalucía: respeto.

De ahí que me parezca cada vez más ridícula la obsesión de los autores por la relevancia, la publicidad, la entrevista. Tú le envías a un escritor cualquiera un mail con el asunto "Entrevista" y te contesta en 20 segundos. Nos morimos por una entrevista. Nos enojamos por la entrevistas masivas de los demás. Nos da mucha envidia si durante un mes o dos sólo hablan de Pablo Gutiérrez o Perico de los Palotes o Fernández Mallo.

Pero, en realidad, ¿a quién están diciendo nada? Hablamos de quizá 6.000 personas en España que tienen un interés parecido al mío en qué tal es la nueva novela de Fulanito Pérez. Hablamos de un puñado de personas que ni siquiera van a comprar la novela de la que se habla porque se la regalan para hacer una reseña en su blog o en el periódico o en la televisión. Hablamos de que muchísimos autores venden más y están más en la vida de la población española que "nosotros" sin que "nosotros" sepamos ni siquiera quiénes son, pues no salen en Quimera ni en ningún sitio.

Hablamos de si tiene la menor importancia "ser respetado por tus colegas literarios" frente a "ser completamente desconocido para la gente".

Hablamos de masturbación, de autocelebración, de podredumbre.

Hablamos de tapones de poliuretano, señores.

Despertad.