miércoles, 16 de diciembre de 2009

Control telepático de críticos literarios

A raíz de la concesión a mi novela El estatus del Premio Ojo Crítico, fui convocado a una entrevista en un programa de Radio Nacional de España, un programa llamado Un idioma sin fronteras. Durante la entrevista (telefónica y matutina: aspectos ambos desaconsejables) la locutora quiso leerme lo que "la crítica" había dicho sobre El estatus, dato este que había sacado de la errónea nota de prensa emitida por Ojo Crítico. La locutora leyó lo siguiente: "Intensa como un drama de Beckett, dura como las mejores historias de William Faulkner, esta novela atemporal y deslocalizada, insólitamente aterradora y al mismo tiempo sutil, nos devuelve el goce de la narrativa pura, del personaje complejo y del idioma puesto al servicio de vivir."

Eran palabras de la contracubierta de El estatus. Eran palabras que escribí yo.

¿Qué te parece, estás de acuerdo con "la crítica"?, me preguntó la locutora. Durante un segundo, pensé en desvelar que esas palabras eran, en principio, palabras de la editorial, en modo alguno de "la crítica" (amén de: eran palabras mías), pero me pareció feísimo introducir esa distorsión en la rutinaria labor de la periodista, de modo que opté por un falso y estomagante: Sí, claro, estoy de acuerdo; y pasamos a la siguiente pregunta.

Estaba de acuerdo conmigo mismo, lógicamente.

Últimamente he pensado bastante sobre esta anécdota, y al hilo de algunas lecturas y encuentros con el anecdotario ajeno, he concluido en la pasmosa evidencia (como tantas, obvia para todo el mundo después de que alguien la nombre) de que la crítica, casi siempre, dice de una obra lo que el escritor quiere que diga. Esto, considero, se debe a tres factores: uno de ellos es la amistad entre un escritor y su crítico; otro es la pereza/miedo del crítico ante determinadas sedicentes obras maestras; otro es, sí, la telepatía.

Entre los hechos que han configurado la inclusión de la telepatía dentro de los mecanismos de la crítica literaria ha estado la lectura en diagonal del blog de Javier Marías. En él, como en tantos otros blogs de escritores, se deja constancia, mediante un simple copiar y pegar, de la recepción, internacional sobre todo, que ha tenido la obra de uno; en este caso, de Tu rostro mañana. Los críticos anglosajones, europeos, consideran Tu rostro mañana como una obra cumbre del siglo XXI, un trabajo magistral, un empeño artístico a la altura de Proust y Joyce y Cervantes. Una novela del copón. O sea sé: exactamente lo que Javier Marías quería que dijeran de su libro antes incluso de poner siquiera la primera palabra de la obra.

Otro hecho más, otra pista telepática. Leí en su día Cosas que pasan, del futuro Premio Nobel Luis Goytisolo. En estas memorias ligeras y cortitas, Goytisolo hace auto-crítica, auto-alabanza mejor, de sus obras mejores, y sus palabras, amén de necesariamente egocéntricas, suenan especialmente exactas, como si realmente nadie en el mundo pudiera decir de sus novelas lo que el propio autor dice; como si el único crítico válido fuera uno mismo.

Movido por el infinito aprecio que Luis Goytisolo mostraba por su tetralogía Antagonía, me acerqué a la biblioteca a echarle un ojo. En uno de los volúmenes, no recuerdo cuál, pero sí que la edición era de hace 30 años (aquellos deliciosos libros de la Alfaguara de Jaime Salinas), aparecía la consabida descripción de la obra "por parte de la editorial". Las palabras qué allí encontré, palabras de hace 30 años, sin firma, eran, casi letra a letra, las mismas que ahora se dedicaba Luis Goytisolo a sí mismo, por lo que no es aventurado suponer que entonces fue también él el que las escribió para su propia solapa.

Esto de que los escritores describamos nuestros propios libros no deja de ser un secreto que habría que descerrajar para contribuir de manera definitiva al sentido del humor mundial. Cuántos libros, cuántos, no incluyen entre sus auto-descripciones afirmaciones del tipo: "la mejor novela del año", "el mejor autor de su generación", "uno de los autores más importantes de Europa", "una obra llamada a marcar época", "un título ya fundamental", "un clásico instantáneo"... Etcétera, etcétera.

Resulta gracioso, pero también obvio, que si a uno le obligan o se obliga a escribir su propia cuarta de cubierta, su propia solapa, lo mínimo que va a querer poner es que su novela es una obra maestra. En Lengua de Trapo, confieso, hubo discrepancias serias respecto a que Faulkner y Beckett fueran convocados a acompañar mi último empeño literario, discrepancias que me vi forzado a sofocar con el siguiente argumento: Es que yo pienso en Faulkner cuando escribo, no pienso en Mortaledo y Filemón. Sorry.

Cuando una obra resulta alabada por "la crítica", me da a mí que en un 90% ese halago coincide punto por punto con lo que el propio autor piensa de su obra. Esto se debe a algo tan sencillo como que el autor queda con un crítico y le dice: Jo, yo creo que he cambiado el paradigma estructural de la novela negra española de las últimas cuatro décadas. Y luego el crítico escribe: Fulanito de tal, con esta nueva obra, ha cambiado el paradigma estructural de la novela negra española de las últimas cuatro décadas.

Yo no he vivido aún un caso similar, dado que no tengo amigos que ejerzan la crítica literaria. Pero sí he visto confirmado el poder telepático con El estatus. Desde hacía algún tiempo, valoraba yo de mi propia trayectoria el que, siendo malo o bueno como escritor, al menos no hacía siempre la misma novela, el mismo personaje, la misma voz. Cuál no ha sido mi sorpresa cuando en un post sobre El estatus, su autor hacía constar precisamente este aspecto: Olmos (con perdón) rompe el cliché de que un escritor escribe siempre el mismo libro. Y en el Ojo Crítico: se ha valorado su afán por reinventarse en cada obra. Telepatía pura, interpreto.

Este extraño mecanismo de reconocimiento de la calidad de las obras tiene que ver, en su pico más importante, con algo sumamente delicado para un escritor: la trascendencia y perdurabilidad de su obra. A fin de cuentas, alguien tiene que decidir (las jodidas listas) quién pasa pantalla y quién se queda con el Game Over, y ese alguien, para un escritor, es siempre un ignorante al que le tienes que decir, eh, por si no lo habías notado, esta novela rompe el paradigma estructural de...

Por ello, nada tan alineado con nuestros días absurdos en lo que al Arte se refiere, que este concepto: explicar la obra. Porque me he dado cuenta de que, al igual que sucede con la cocina moderna o "creativa", que no se puede comer, pero se puede explicar durante horas, hay bastantes novelas a día de hoy que no se pueden leer, pero que su autor puede explicarnos epatadoramente, con lo que a lo mejor la novela no nos gusta, pero la explicación de la novela nos encanta.

Sería, cuando menos, espectacular, encontrar una sociedad, un país, una lengua, que editara los libros sin otra marca que su título, todos en idénticos volúmenes sosísimos, sin diseño, sin paratexto, sin autor, sin contexto, solamente el libro, de modo que el lector, todos, entráramos en él, en palabras de Neruda, "como con una espada entre indefensos", y pudiéramos disfrutar o denostar a gusto, sin márketing, sin presión, sin el idiota del autor citando a Faulkner, sin edulcorantes.

Nunca será así, pero pensarlo relaja un poco, cuando nieva.