viernes, 29 de junio de 2007

Manuscritos

1.

He dejado el manuscrito sobre la mesa. Es muy grueso, unas 300 páginas encuadernadas en espiral. No dejo de meter los dedos por entre las curvas del muelle. Es placentero.

-Qué dices que haces –me preguntan.

-Leo manuscritos. Por decenas.

-Suena interesante –comentan.

-Lo es. También pesado. Pero me apasiona.

-Nos das un poco de envidia –dicen-, ¿cómo has conseguido eso?.. Vamos, ¿por qué te han elegido?

-Porque lo hago de puta madre.

Mi respuesta ha sonado soberbia, sin pilares.

-¿Por qué lo haces de puta madre? –canturrean.

-Porque yo no tengo piedad.


2.

La novela comienza con un señor que viaja a un pueblo perdido. La novela comienza con una señora que viaja a la casa de su infancia. La novela comienza con un grupo de amigos que viajan a París. Siempre llueve. A veces hace sol. A menudo está nublado. El cielo es muy importante cuando empiezan estas novelas. Hay que decirlo. Que llueve, que hace sol. Que está nublado hay que decirlo. Siempre. Luego hay que poner a hablar a los personajes cuanto antes. Para sacar más personajes. Luego hay que reflexionar sobre el paso del tiempo. Las nostalgia da para muchas páginas sentidísimas. Oh, ayer. Ayer es lo que todos quieren contar, al menos hasta la página 20, que es donde, casualmente, dejo de mirar las páginas para mirarme el reloj, sus tres manecillas, tic tac, tic tac, convicentes, tic tac, sencillas, tic tac, sin cielo.


3.

-Pero habrá bastantes posibilidades de que algo bueno se te pase...

-Es imposible.

-...

-La primera frase basta. Incluso el título. Sin ponen cuatro citas al comienzo, uno de ellas de un clásico griego y otra de los Beattles, ya está todo claro. Si dedican el manuscrito, con amor, con afecto, nunca vale nada. Si viene de Sudamérica, el 70% de las veces no vale nada.

-Eso es racismo.

-También es verdad.


4.

La novela comienza con un asesinato. Escalofriante. La novela comienza con un asesinato. Morboso. La novela comienza con un asesinato. Brutal. Luego el policía es muy simpático y, bueno, un poco tonto. ¡Qué bien te cae! Habla, el poli, del crimen, de las pistas, de dónde le van mandar para que busque más pistas y podamos acumular al menos 150 páginas. El policía va a por las pistas, las mima, las acaricia, nos las expone. Luego siempre hay una mujer que no se deja, con las piernas preciosas, fuma. No hay manera. Pero el asesino paga, finalmente, y el policía se despide, con mucha gracia, con buen rollito, dando de nuevo su nombre, por si hay que escribir una secuela.


5.

-¿Con la primera página basta? No me jodas –dicen.

-Sí. Seamos sensatos, incluso: profesionales. A ver: te ponen un plato en la mesa. Una sopa. Tomas una cucharada. Es mierda: ¿tienes que seguir comiendo hasta ver el fondo del plato para saber que todo lo demás es también mierda?


6.

La novela comienza que la novela comienza. El protagonista escribe que escribe y que quiere ser escritor. Se cita a Albert Camus. Luego el protagonista sigue queriendo ser escritor veinte o treinta páginas más. Lee y escribe. Escribe que lee; ya dije que escribe que escribe; pero además escribe que no le publican. Escribe que no le premian. Escribir escribe (¡lo estamos viendo!), pero no se lee. La novela se conoce a sí misma tan bien que no le hace falta leerse. Se da por hecho, la obra, se sabe verdad y no busca, en sí misma, la verdad. Es irónico, porque la novela del joven que quiere ser escritor sólo tiene alguna validez si no se publica. A estas novelas sólo cabe darles la razón.


7.

-Mirad. No es el texto, no es la historia. Es otra cosa. Y esa es la magia de la literatura. Que la cosa no puede ser nombrada. Pero sí identificada, como un aroma, como un presentimiento. Tenemos obras que están bien, que están trabajadas, que acaban en un punto profesionalmente designado por el autor en una cuartilla manuscrita. Esas novelas son correctas. Correcto es mejor que malo. Pero, para mí, correcto es peor que malo; correcto es un límite, una barrera de la inteligencia. Hasta aquí puedo llegar. El que hace algo malo se ha equivocado, pero el que ha hecho algo correcto ha acertado, y por eso nunca va a hacer algo bueno. Pero el que lo hace mal, el que no consigue ni llamar al personaje con el mismo nombre durante todo el libro, ése, puede algún día acertar, y cuando acierte va a hacer un buen libro. Todo está dentro. Es la puta sangre. Es que eres escritor, no que quieres ser escritor. Es que impones tu obra, que es tu vida, que es tu dolor. Es que le hablas al lector cara a cara y no le das cuartel. Es que crees en la literatura, y que lo que haces no lo va a hacer nadie si tú no lo haces, y por eso has hecho un libro que nadie puede rechazar, porque la literatura es una fe.


8.

La novela comienza con la danza del idioma. La novela comienza con el rigor del idioma. La novela comienza con el sexo del idioma. La palabra es lo primero. Luego la palabra significa cosas, un poco a voleo y otro poco por exigencias del diccionario. Pero lo importante es que las palabras te tejen la cabeza, te tapizan el cerebro. El libro es idioma, una criatura hecha de sílabas, y crece. El libro-bebé es feo, es guapo, es como peleón; pero crece. El libro-niño es feo, es guapo, es como peleón; pero crece. Y cuando llega a adulto, y muere contra la página en blanco que lo cierra como un lápida analfabeta, su vida, su piel de palabras, se volcó en tu vida como se vuelca la vida de otra persona: sin que puedas evitarlo.


9.

-¿Por qué insististe tanto en ser lector de manuscritos?

-Porque yo he mandado muchos, y sé lo que es. Sé, exactamente, hasta el último detalle, lo que es mandar un manuscrito y no volver a saber nada de él nunca. Conozco ese dolor, esa duda, esa congoja. Lo que yo mandé podía no ser bueno; ahora me es fácil desentenderme, claro. Ya paso. Me la suda. Que le den por el culo a los libros que escribí y mandé y nunca me publicaron; que le den por el culo a los próximos libros que escriba y mande y me tumben. Me da igual. Ya cumplí. Cumplí conmigo. Pero, aún así, quiero ver llegar los manuscritos; sí, toda esa mierda, esa mediocridad, esa falsedad; quiero verlos llegar, quiero echarles un vistazo; quiero estar seguro de que alguien les echa un puto vistazo, joder. Y, sobre todo, quiero estar ahí. Cuando un tipo mande su libro, una gran novela, grande no porque luego le vaya a importar tres cojones a ninguno de esos gilipollas que hacen los libros de historia, sino grande porque a los que leemos libros nos lo parece, cuando ese libro llegue y tenga que encontrar un defensor, un valedor, un lector que se ponga de su parte para que alguien lo publique, un lector que se la juega por ese libro, es entonces, precisamente entonces, cuando yo quiero estar ahí, y hacer posible la literatura.