viernes, 26 de marzo de 2010

El talento funeral

(boletín de autobombo negativo)

(extracto)

Se dice que el genio individual no se halla(rá) por ninguna parte y es que, quizá, sea cierto su reverso: esa formulación que sostiene que el talento se impregna por dóquier, en cada cuerpo y cada alma (como quien dice); a saber, que todos tienen talento, sólo que sucede que bien pocos saben para qué.

Ese parece ser, al menos, el motto sobre el que indaga Alberto Olmos en la tediosa El talento de los demás, una novela construida en base de lo que podrían ser (más o menos) tres nouvelles, sin mayor solución de continuidad que un nombre: Mario Sut.

La idea, que no deja de pecar de superficialmente provocadora, y tener mucho de ese aire à-la-lenguadetrapo, es brillante, de hecho, como todo lo que hace Olmos.

Pero el pecado es de forma y, sobre todo, de bilis.

Me explico: la novela de Olmos habla del talento, sí, del talento de los otros, sí, pero habla en términos de ese “triunfo del odio sobre el odio” [5]. Y, así, se regodea el escritor -más concretamente- no en el talento, sino en los aledaños del talento: en su sombra y representación.

De hecho, las partes primera y última -de tres- son las novelas (fallidas) escritas por dos de los infames protagonistas del grupo de wannabes del arte de la segunda parte (Alberto & Martín).

Cierto que la novela es ambiciosa y valiente, pero nunca puede ser arriesgada.

Y no tanto por la banalidad de su argumento, sino por la contradicción en la que se fundamenta, que “todos los triunfadores son farsantes, personas que simulan su discurso, ventrilocuos de la verdad “ [6].

Al proponer formalmente lo que se repudia en ella, la novela se destruye a sí misma como artefacto de peligro y se constituye en pantomima de su genuina crítica.

Lo diré en otros términos más sencillos: Olmos, que para nada es ingenuo en sus actuaciones, lo que hace es no sólo decirle al tonto lo tonto que es, sino emular los efectos de su tontuna. Y eso se llama, aquí y en Sebastopol, abusar de los chiquillos.

Porque incluso es Olmos tan listo como para evidenciar los errores clásicos que comete el bisoño narrador de historias: la magnificación de los símbolos, la construcción de un ridículo pasado trágico para el protagonista, el riego constante, desmedido y chiripitifláutico del yo vulgar que se transforma en el de un enfant terrible de pacotilla, el paralelismo del categórico signo externo como metáfora de un estado del alma, etc etc etc

Mi reparo, además, viene con la constatación de que la novela pone de relieve todo lo abyecto que tiene aquel que deambula por el talento, porque es cierto que sí, que lo que “sobra(ba) era el talento. El de los demás”. [7].

Sólo que tener talento nunca significó que se pudiera utilizar para algo provechoso, bello o sencillamente ameno o relevante o pródigo.

Y esto es lo que demuestra con inteligencia Alberto Olmos. Pero es que esto ya lo sabíamos: que el talento, chico, per se, es inútil.

Como el mismo Olmos propone en la novela: “El genio no es elegirse genial y acertar; el genio es elegirse genial y posar “[8].

El talento de los demás son 318 páginas de complaciente y estéril pose genial.

Diré por último que me llama la atención el parecido (pálido) que tiene la estructura de El talento… -y también en la musicalidad (en igual nota de la escala, pero en tono menor)-, con la de Los detectives salvajes de Bolaño (se siente el hálito caliente del chileno, caliente… como esa misma sombra del talento que huye despavorida frente a la barbarie) .

Y aún más, la similitud de la segunda parte de la novela, de ese Madrid de la primera década del siglo XXI con el Londres de los 90 de Antonio Álamo.

En fin, misterios del así llamado talento:

“Y es que, a veces una novela o una canción también tenían el que ser simbólicamente superficiales para parecer profundas” [9].

Pero es que, como todo el mundo sabe, entre el talento y la genialidad hay un matiz, muy tenue, vaporoso como todo arte mayor; una ligera gradación sublime, pero que hace que el genio alcance una categoría superior a la del resto de los talentosos mortales.

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Gracias
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lunes, 8 de marzo de 2010

El estatus, en la revista Leer

(boletín de autobombo)

Los signos externos de Alberto Olmos tienen un denominador común: el prestigio; prestigio de los premios que gana y de las editoriales en que publica. Véase: finalista del Premio Herralde de Novela en 1998 con su primera novela, publica habitualmente en Lengua de Trapo y acaba de conseguir con El estatus el Premio Ojo Crítico.

El estatus corrobora absolutamente todo lo que indican esos signos externos. Estamos ante una novela verdaderamente lograda: divertida, inquietante y perturbadora a partes iguales; escrita con un estilo conciso y eficaz, alejado tanto de la frialdad como del manierismo, refractario al lugar común; con unos diálogos brillantes, que pasan de la elegancia al casticismo sin solución de continuidad. Una novela autosuficiente, puramente literaria, que se sostiene a sí misma, huérfana de referencias temporales o geográficas, desnuda y concentrada como una obra de Beckett.

Son múltiples las referencias y ecos que sugiere esta novela, por otra parte tan original. El ambiente cerrado puede remitir a El ángel exterminador, y los elementos fantasmales a Los otros. Pero el humor que la recorre le confiere un aspecto muy personal.
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Fwd: Prestigio, cágate.

jueves, 4 de marzo de 2010

Se suicida el escritor Alberto Olmos

El autor de Recapitulaciones fue encontrado muerto en la madrugada del domingo

Madrid. Agencias. 12-12-2044.- Alberto Olmos, de 69 años de edad, acabó con su vida el sábado por la mañana en su domicilio de la Calle Seseña de Madrid. El cadáver del conocido escritor fue encontrado por su esposa a la vuelta de un viaje. El autor se encontraba sólo en casa y se especula con que hizo coincidir su drástica decisión con el esperado regreso de su cónyuge.

Según han informado fuentes de la Policía Municipal, la muerte le sobrevino por inhalación de gas. Vecinos consultados por este diario así lo corroboran. "Todo el pasillo olía a gas", afirma D.F.G., "llamé a los bomberos pero vino primero la policía. Me dijeron que volviera a mi casa y cerrara la puerta. Los vi entrar en el 5º izquierda."

Allí les recibió la esposa de Alberto Olmos. Pocos minutos más tarde llegó una unidad del Servicio de Urgencias Médicas de la Comunidad de Madrid, que certificó la muerte del novelista.

El fallecido se encontraba sentado en el suelo de la cocina, en pijama y con un cuchillo de gran tamaño en la mano derecha. Su cuerpo, sin embargo, no presentaba cortes ni signos de violencia.

Se da la circunstancia de que Alberto Olmos había anunciado su suicidio hace 34 años. Lo hizo en un post publicado en su blog Hikikomori el día 4 de marzo de 2010. La bitácora se encontraba inactiva desde el año 2032 pero el citado post ha servido a sus amigos, conocidos y lectores para darle el último adiós. El post supera ya los 300 comentarios. "Te echaremos de menos, Alb., eras la mejor persona del mundo", escribe Rafael R. "Tu obra es ya inmortal", dice Fátima A. "¿Por qué?, Alberto, ¿por qué?", se pregunta la conocida supermodelo Laura Lugones (de 16 años).

Nota de suicidio

El escritor dejó escrita una larga nota de suicidio en su ordenador personal. Por expreso deseo de su mujer, la trascribimos a continuación:

YO SOY 3000 SUICIDIOS

Estimados amigos:

Cuando acabe de escribir esta declaración acabará mi vida. Quiero dejar constancia de este hecho para evitar especulaciones baratas de serie de televisión de 2 temporadas. Llevaré a cabo mi autolisis mediante la apertura de la espita del gas. Mi esposa está a punto de regresar de Estados Unidos y espero no causar daños a personas inocentes. Si lees esto, amor, cierra el gas.

El motivo de mi muerte es que tengo 69 años. Eso lo dice todo. Podría apelar al sinsentido de la vida, a mi amargura por vivir en un mundo donde cada cinco minutos nos mienten y cada cinco segundos nos manipulan. A mi frustración por no haber conseguido tampoco este año el Premio Europeo de Narrativa. Incluso puedo excusar mi acto en los ataques de nervios que llevo sufriendo desde que tuve la puta idea de hacerme escritor. No. Me suicido porque tengo 69 años, y la vejez es intolerable.

Quiero aprovechar para consignar el nombre y apellidos de todas las personas que, en un momento u otro de mi vida, he despreciado en silencio. (Ver Excell adjunto.) En la última casilla del documento, A-2640, he incluido mi propio nombre.

También he dejado una lista con los nombres de las personas que estimo. Están en el bloc de notas.

Finalmente, quiero expresar mi firme deseo de que, si mi muerte llega a los periódicos, en ellos aparezca claramente la palabra SUICIDIO. Me he suicidado como se suicidaron en lo últimos doce meses, sin que nadie les hiciera caso, 3000 personas. Yo soy 3000 suicidios. Hombres, mujeres y niños han muerto por voluntad propia. Hombres, mujeres y niños han acabado con sus vidas mientras seguían los cortes publicitarios. Hombres, mujeres y niños han saltado al vacío, han apretado el gatillo, han roto sus venas, han inhalado gas, han respirado agua, han girado bruscamente el volante mientras se inauguraban nuevos polideportivos. 3000 personas han abandonado el barco ebrio de la sociedad contemporánea. Sólo este año. 3000. Yo soy una de ellas y, si los redactores jefe (un saludo, idiotas) de Cultura de algunos periódicos consideran de interés reseñar mi muerte a dos columnas, espero que al menos sirva para recordar a los hombres, mujeres y niños que hemos dicho No a seguir con vosotros.

Somos 3000, más que muchos grupos de Facebook que llevan años ocupando portadas y portadas. Somos 3000 y no hemos hecho meramente click en el botón Unirse a este Grupo. En realidad, hemos hecho click para salirnos de todos los Grupos.

Para desloguearnos.

Para acabar sesión.

Para desconectarnos.

Tened la decencia de hacerlo saber.

Sayonara,

A.O.