jueves, 9 de agosto de 2007

Sí, sí, sí; no, no, no... probando

El HP Pavilion tiene muchas pegatinas. Cuando escribo, las tapo con las manos. Una, precisamente, son unas manos. Ahora voy a levantar las mías para ver qué dice la pegatina.

Dice: NEW HP IMPRINT FINISH.

Las manos son verde lima y las palabras son como azul cobalto, salvo las dos últimas (imprint, finish) que están recortadas sobre la pegatina y lucen de color plata, como el portátil.

Las manos están trazadas en un gesto que creo que en algunas puertas de algunas cárceles, una vez en la tele, quería decir: Aborto libre.

Luego, debajo de estas manos, hay tres pegatinas más. Una dice: QuickPlay; otra HP remote control; la tercera, 5-in-1 CARD READER.

Luego, en el lado derecho, hay una pegatina que dice: Inter centrino Duo; y otra que dice: Windows Vista, y otra más (menuda) que reza: Hightscribe direct disc labeling.

No entiendo nada.

Yo he escrito a mano, con lápices y bolígrafos Bic de color azul. Con rotuladores. Con tiza en la pizarra. Luego he escrito a máquina. Luego he escrito en máquina electrónica. Finalmente llevo muchos años tecleando en ordenadores, en teclados blancos y teclados negros, en teclados siempre excesivos, con más teclas de las necesarias y muchas efes que nunca he sabido para qué sirven. Cuando le doy a Escape nunca escapo de ningún sitio ni pasa nada. Desconfío de teclas que no sirven de altar a una letra del alfabeto o a un signo ortográfico. En realidad no desconfío: simplemente hago poco caso a su existencia, no las presiono ni pregunto a nadie qué pasaría si las presionara. Están ahí para nada, como el 90% del ordenador.

Estoy probando a escribir mi primer texto con el nuevo portátil. El talento de los demás lo escribí en un portátil, así que tampoco me miréis con esa cara de suficiencia. Era un Vaio super pequeño que me gustaba mucho. Por lo heroico. Os lo cuento un poco: resulta que el ordenador era viejo y fue comprado de segunda mano. Tardaba como quince minutos en encenderse, salvo algunos días en los que no le daba la gana de encenderse. Hablaba japonés de primeras, yo le cambiaba el idioma y empezábamos a entendernos. Lo calzaba con un libro, normalmente de bolsilo, para que el teclado se acomodara mejor a mis manos (acabaré haciendo lo mismo con éste: qué incómodo, me duelen los tendones del antebrazo...). Y nada, en el Vaio escribí las 100.000 palabras que componen El talento de los demás. Haber escrito 100.000 palabras todas seguidas, encadenadas por alguna lógica narrativa, es milagroso. Ahora, por ejemplo, llevo muy poquitas y ya estoy deseando acabar.

Lo que más me gusta de los ordenadores, de escribir en uno y eso, es lo de contar las palabras. Me gusta, cada tanto, conocer la cantidad de palabras y de caracteres que he escrito en un día o en un periodo más amplio. Hemingway, que escribía a mano y de pie y, como es lógico, no especialmente bien, apuntaba el número de palabras producidas en una hoja, al final de cada día de trabajo. Tipo: 456, y luego: 786; y un sábado: 591. Esto es una chorrada tremenda, y probablemente una gran mentira. No puedo imaginarme al señor Hemingway escribiendo sus cuentos y, cuando ya tenía bastante, tomar de nuevo el bolígrafo o la pluma para, con la puntita, ir contando como una vieja cada palabra escrita. Es subnormal. A lo mejor lo hacía, pero yo lo pongo en duda porque todos tenemos cosas mejores que hacer que contar palabras, la verdad.

Bueno, qué más. Nada. Esto es como las orquestas de los pueblos y su equipo de sonido. Probando, vamos. Es complicado cambiar de herramienta. En general, va a ser complicado cambiar: cambiar de ciudad, cambiar de pareja, cambiar de peinado. Cambiar de trabajo. Cambiar de sufrimientos o adicciones o prejuicios. Yo soy un gran enemigo de los cambios. Te obligan a reinventarte.Con lo mucho que te costó ser algo.