domingo, 28 de septiembre de 2008

Viaje maravilloso al interior de la soledad

El novelista y exprofesor de español para japoneses Alberto Olmos no ha tenido un aterrizaje brusco en el planeta literario, del estilo de Nocilla Dream o Llámame Brooklyn, pero con ya cinco novelas a sus espaldas es uno de los `jóvenes narradores´ –ese concepto tan laxo– más sólidos y reconocidos de nuestro país. Si con A bordo del naufragio resultó finalista del prestigioso premio Herralde, su consagración llegó hace dos años con Trenes hacia Tokio, donde plasmaba sus experiencias niponas tras tres años de permanencia en el país del sol naciente. Luego llegaría El talento de los demás, su novela más ambiciosa y conseguida –aunque sin el encanto de Trenes– y que logró gran aceptación entre la crítica.

La presente novelita, o novela corta por su extensión y características, cuenta una anécdota simple y en apariencia anodina: una recién licenciada –Olga– vuela a Japón para impartir allí clases de español y su compañero de asiento –Luis–, que casualmente hizo muchos años el mismo viaje –¿iniciático?–, decide contarle su historia, que le revela como un voyeur perturbado y grumoso, aunque en esencia inofensivo. Sin embargo, cada página ahonda más y más en la psicología de Luis, pues el voyeurismo es sólo un canal para llegar al fondo, los mecanismos basales del sexo y la radical soledad del ser humano, el caldo primigenio del que surge todo lo demás.

Y es que Tatami, de concepción sencilla, de ambición moderada, no puede evitar erigirse sobre unas profundas raíces que ya germinaron en la obra anterior de Olmos. Luis, el protagonista de esta historia es muy similar en cuanto a su soledad radical a los aturdidos antihéroes de A bordo del naufragio y de Trenes hacia Tokio, y Olga no es muy diferente; es también una solitaria, que se ampara en su responsabilidad y su enorme busto para guardar las distancias –de ahí su virginidad, que espera perder en el Japón, donde nadie la conoce y donde espera no arraigar–.

Olmos despliega su talento de narrador, su profundidad y oficio de gran escritor y Tatami, como el bolso de Mary Poppins, contiene mucho más de lo que a simple vista cabría imaginar. Se puede entender además como una reflexión metaliteraria, sin abandonar las formas y recursos del relato tradicional, por cuanto podemos experimentar el poder cautivador de la ficción bien urdida –pues Luis es un consumado narrador–. De nada sirve a Olga repetirse una vez y otra que no quiere oír más, que no le interesa lo que Luis le está contando, que su desprecio es demasiado intenso. Al final, sigue reclamando su relato y queda atrapada en él a más largo plazo de lo que es capaz de imaginar. Las experiencias de Luis la han contaminado ya irrevocablemente: es el poder de la palabra, el poder de la narración.

LO MEJOR: la capacidad sugestiva del relato.

LO PEOR: no es difícil perder el interés en las primeras páginas.

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Nuño Vallés, El confidencial

jueves, 25 de septiembre de 2008

Más noches blancas

El próximo lunes día 29 de septiembre, a la hora habitual (que desconozco) y en la cadena habitual (Telemadrid) se emite el programa de Las noches blancas dedicado a Japón. Participé, como podéis temer.

Reconozco que no estuve muy fino. :-C

lunes, 22 de septiembre de 2008

Vagón

Queda claro que algo pasa cuando el pánico, como una electricidad escalofriante, me une a ellos.

Estoy en el quinto, el sexto, quizá el cuarto vagón del convoy. El tren se ha detenido en mitad de un túnel. A ambos lados del vagón, por las ventanillas, todo está oscuro. No pasan trenes. El tiempo, ahora, es la angustia.

El vagón está lleno de gente. Si un vagón tiene todos sus asientos ocupados, y algunas personas de pie, con la mano en la barra, la espalda contra un panel, contra las puertas que en las paradas se abren, contra las puertas que en las paradas no se abren o, finalmente, no asidos ni apoyados en nada, puede decirse también que el vagón está, más o menos, lleno. La plenitud de este vagón supera eso; la plenitud de este vagón sólo admite la palabra “saturación”. Los pasajeros saturamos el espacio del vagón: no cabe un calcetín más, no caben más maletines ni más mochilas escolares; no cabe ni siquiera nuestra propia respiración.

Yo estoy contra la pared que cierra el vagón. Tengo una puerta, cerrada, a mi espalda. Delante, un pareja de orientación hippy, con mochilas montañeras en el suelo. Él, moreno, de pelo largo, con barba; ella, rubia, algo ajada por los años y la maría, con falda de flores, de mucho vuelo. Su culo, inevitablemente, se pega a mis manos, que sujetan mi cartera sobre mi vientre. A mi izquierda, igualmente apoyado contra la pared que cierra el vagón, hay un joven, quizá universitario, adormilado. Él soporta la presión de unas mujeres de edad avanzada, mujeres repetidas, siempre presentes en todos los vagones que me llevan al trabajo, mujeres que se apean en Manuel Becerra o Diego de León, mujeres que hablan de sus hijos todo el tiempo, de operaciones, de deudas impagadas y de lo que cenaron anoche. Siempre.

A mi derecha, una pareja muy elegantemente vestida. Ella no para de hablar. Es guapa, ordinaria, huesuda de rostro, un cuerpo de culebra y ropa oscura, ceñida. Tiene detrás un hueco, la promesa de una conquista de espacio que nos afloje a todos un poco; no es así: detrás de ella, una mujer ecuatoriana defiende su pequeña anatomía del aplastamiento. Está en la esquina del vagón, apenas se le ve el flequillo. Todo el aire que le sobrevuela, ese apetitoso montón de oxígeno, parece la bolsa de la que todos nos nutrimos.

Todos. Todos son las cabezas, las manos, los codos, las mangas del abrigo; todos es el nombre de lo que no me toca, de lo que no son mis vecinos de encierro, de ese cuerpo sucesivo, continuado (el hombre: animal continuado) que se proyecta hacia el otro extremo del vagón, sin nombre, sin destino (parados en mitad del túnel más oscuro de nuestra vida), implacablemente sometidos a este embotellamiento de carne, a esta tortura del viernes: no nos movemos, no sabemos por qué no nos movemos, no sabemos el minuto que nos espera.

Han sido quizá diez minutos, el paso de diez minutos, el que han conseguido que sepamos que somos masa. Somos, básicamente. Ahora, conscientes de la situación de peligro, del compromiso de supervivencia, el individuo ha conocido al otro, ha reconocido la necesidad de agrupamiento, de redefinirse en este espacio y este tiempo (un vagón parado en el túnel más oscuro) y, consecuentemente, ha buscado comunicación.

El primero en hablar comenta lo recurrente de estas averías. Otro especula, critica, pide que el tren se detenga en una estación, no en mitad de la nada. Una mujer explota, grita que dejen de apretarla, que le están haciendo daño. Otra mujer pide que la gente se quite las chaquetas, que el calor es insoportable, y el olor; que se quiten ropa. Le contestan: “¡Si ni siquiera podemos movernos!” Un hombre dice: “Supongo que abrirán las puertas antes de que nos ahoguemos!” Otro hombre replica: “Antes de que nos ahoguemos, las puertas las vamos a abrir nosotros.” Un joven habla de lo que hay que hacer luego, cuando salgamos. Reclamar. Otro indica que reclamar lleva tanto tiempo como el que perdamos aquí, o más. Apunta una chica que ella tiene que recuperar las horas que pierda, que no va a reclamar para luego estar todo el puto viernes trabajando hasta las seis. Uno contraataca afirmando que él se va a ir a las 3, pase lo que pase. Luego alguien, afásico, apoyado contra una de las puertas laterales del vagón, golpea con la nuca, dos veces, violentísimamente, el cristal.

Por megafonía se escucha una conversación que no va dirigida a nosotros. Dice: “Desaloja el tren. Di a los viajeros que abandonen el tren y sigue hasta cocheras” (corte) “Sí, haz eso.” (corte) “Si no puedes controlar el tren, vuelve a cocheras” (corte) “Tranquilo. Tranquilo.” (corte) “De acuerdo, espera, vamos a mandar a alguien en media hora. Seguridad estará allí en media hora. Espera.” (corte)

No se oye nada más. Seguimos parados, apretados, oscuros. De vez en cuando alguien dice algo gracioso. Reímos. Algunos, reímos, sonreímos al menos; otros no. De pronto, notamos que el aire acondicionado se apaga. Exabruptos, juramentos, frases obscenas contra el conductor.

Hijo de la gran puta.

Se nos ha acabado el sentido del humor. El cuerpo duele. Estar de pie nos está costando a todos mucho, como si no pudiéramos afrontar, físicamente, estar de pie sin saber por qué. Ahora, además, empiezan a sonar unas campanillas. Su sonido es el de la emergencia. Del otro vagón llegan ruidos de golpetazos en las puertas, algunos gritos ahogados, y las campanillas, histéricas, correosas, como pequeñas ratas coloradas, tica-tica-tica-tica...

Y es ahí, exactamente ahí, mirando todos esos cuerpos que tengo delante, viendo en sus ojos la duda, el dolor, la desesperación, es ahí cuando el escalofrío me recorre, el pánico me traspasa, me une a ellos, me compromete, y sé que algo malo está sucediendo.

Según pasan los minutos, lo sombrío se apodera de nuestros ojos. De los míos, además, se apodera también una extraña emoción, emoción que no son ganas de llorar, pero que se parece mucho porque noto en la retina el escozor de las primeras lágrimas. Me emociona depender de esta gente. Me emociona la lucha en mi ánimo de la fe en los demás y de la aversión a los demás: sé, sin saberlo, sin verbalizarlo, que bastará el error de uno sólo de nosotros para que algo grave suceda. Bastará con que alguien pierda el control y trate de salir por una ventana, empujando a los demás, para que todos perdamos el control y tratemos de salir por una ventana aniquilando a los demás. La tensión que siento, la emoción que me cubre, es el miedo a que haya un momento en el que tengamos que decidir que somos animales egoístas, que queremos vivir a pesar de los otros.

He dejado de mirar, por eso. He cerrado los ojos y he tratado de visualizar cosas con márgenes, grandes espacios donde rueda una pelota, la caída del agua, sus salpicaduras. Pero enseguida me golpean, me presionan otra parte del cuerpo, me obligan a girarme un poco, o a retirar unos nudillos que viven por su cuenta una anécdota pornográfica, inmiscuidos en los pliegues más íntimos de pasajeras anónimas.

Les miro de nuevo: esas cabezas, esos brazos, ese amontonamiento de ropa de enero. Sus cuerpos inmóviles parecen maniquíes. Sus rostros se les desprenden de la cara. Aquí alguien tendría que llorar.

Cruzo la vista con una chica. Ha sido un instante, pero lo estamos prolongando. Es de mediana estatura, resiste bajo la tienda de campaña que sobre su cabeza forman unos brazos. Tiene los ojos verdes. Tiene los ojos amplios. La miro sin pudor; me mira sin pudor. Tengo derecho a refugiarme en esos ojos, cada parpadeo parece una palabra. Por una vez no voy a retirar la vista. Por una vez voy a perseverar en la desvergüenza.

Te estoy mirando temer.

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Leyenda: A bordo del naufragio, Así de loco te puedes volver, Trenes hacia Tokio, El talento de los demás, Tatami, Ninguna eres un pésimo escritor.

viernes, 19 de septiembre de 2008

Al otro lado del tatami

La asimétrica relación entre dos compañeros de vuelo a Tokio urde la novela corta ‘Tatami’, de Alberto Olmos. Olga es depositaria de la voz narrativa: una adusta y competente recién licenciada en Filología Hispánica, virgen, que intenta dar cobertura racional a sus desastrosas capacidades sociales y cuyos grandes pechos son un incómodo lastre para sus aspiraciones de estar por encima de las servidumbres del sexo. ‘Tatami’ es, principalmente, el recuento de su encuentro con Luis, un tarado maduro, empecinado en contar su historia de voyeurismo pederasta ocurrida varios años atrás, cuando huyó a Japón tras la muerte de su única novia después de encontrar un puesto de profesor de español. La fascinación por una vecina adolescente había absorbido su tiempo y toda su capacidad de admiración durante varios años y el recuerdo de aquel enamoramiento había llenado los años de este mirón lenguaraz. Pero el libro no es solo la historia de este compañero de viaje incómodo, que no deja de mirar con descaro los pechos de Olga y que insiste en condenar a su compañera de viaje a escuchar su insólita historia, narrada con inalterable imperturbabilidad. Es también la incapacidad de la muy cabal y muy pacata narradora para ordenar en ninguna coordenada racional el relato que está escuchando, por el cual no puede dejar de sentir un cierto interés morboso. El libro brinda la oportunidad de que se desplieguen ambos caracteres: el de la joven reprimida y el del maduro infortunado.

Tatami’ es una novela erótica sobre el erotismo que, al mismo tiempo, trata las sutilezas de la represión moral. Lo prohibido, que llega incluso a rozar la degeneración, está representado por la actitud de Luis y acaba siendo más sano y más comprensible que la censura moral que trata de ejercer en vano la narradora. Los diálogos son un compendio de tópicos sobre el sexo traídos aquí con cierta originalidad. A pesar de su tono desenfado, es una novela de ideas sobre el rol de los géneros en las relaciones sexuales, el choque de culturas y los límites de lo permisible en el placer y, sobre todo, es una novela de personajes extremos, insólitos, hacia cuyos vicios el lector acaba por suspender su juicio para caer en la placentera degustación de su particularísima personalidad. Hay un despliegue tan afortunado de ironía y humor que lo insólito queda armónicamente integrado en la historia. Incluso el lenguaje engolado e inverosímil entre estos dos pasmarotes posmodernos queda justificado y contribuye al tono un tanto fantástico del encuentro. En pocas páginas y con mucha agudeza, el autor consigue hacer despegar la psique de los dos protagonistas de esta novela y atrae el gusto y la sonrisa del lector. La inteligencia de Olga atempera su cohibición sexual, de la misma manera que la sinceridad de Luis es un lenitivo a su patología afectiva. A pesar del asco moral que él despierta en ella, la conversación entre ambos se plantea en unos términos tan claros y brutalmente sinceros que rara vez parece que ninguno haya podido encontrar mejor interlocutor. Ambos personajes son pretendidamente inverosímiles pero el autor demuestra una apreciable libertad compositiva para darles una interesantísima realidad ficcional.

Notable importancia tiene también el espacio en que se desarrolla la novela. La cabina de un avión y sus limitaciones: la estrechez de los asientos, la prisión de los cinturones de seguridad, la promiscuidad de sus aseos, la endeblez de sus aislamientos... todo condena a Olga a involucrarse en la historia e incluso a aventurar posibles desenlaces. En definitiva, novela alegre, divertida, sencilla, sin pretensiones. A ratos, es incluso fascinante. Alberto Olmos consigue el objetivo de divertirse y divertir al lector, de hacerle comprender y disfrutar de los límites de las personalidades de los personajes, así como desarrollar algunas ideas más o menos ingeniosas en torno a la sensualidad.

Fernando Larraz

martes, 16 de septiembre de 2008

Literatura en breve (RNE-5)

Te escribo para informarte de que mañana miércoles 17 de septiembre, a las 17.15, se emitirá en Radio 5 (Literatura en breve) un programa dedicado a Tatami, de Alberto Olmos. No tengo el email del autor, así que si te pilla a mano podrías avisarlo.

Muchas gracias.

lunes, 15 de septiembre de 2008

Te ha tocado un pesado (divertinajes)

Estamos en manos del destino cuando iniciamos, solos, un viaje largo en avión o en tren –en autobús ya es el horror insuperable–, pues es imposible prever qué clase de vecino de asiento tendremos. Los riesgos fundamentales son tres: que sea demasiado gordo o demasiado nervioso y no pare de moverse; que sus olores corporales sean más fuertes de lo que marcan los cánones; que sea de los que les gusta hablar y no pare de rajar en un trayecto que puede superar las diez horas.

De camino a Tokio, una joven española de pechos generosos –es relevante, lo siento– se siente desagradablemente observada por su compañero de asiento. Es un mirón, confiesa él mismo. La relación no empieza con buen pie, y va a peor cuando el fulano se empeña en contarle su experiencia en Japón, unos años antes. Ella no quiere oírla, pero la insistencia del mirón es eficaz; bueno es demoledora: se trata del relato de una fijación por una colegiala japonesa cuyo dormitorio veía él desde su apartamento. No se debe contar más.

La novela, de un centenar escaso de páginas, se titula Tatami (Lengua de Trapo) y su autor es Alberto Olmos (Segovia, 1975), un todavía joven escritor del que se está hablando mucho en los últimos tiempos. Olmos debutó en 1998, con A bordo del naufragio, al que siguieron Así de loco te puedes volver, Trenes hacia Tokio –sí, estuvo tres años en Japón y eso parece que marca: que se lo digan a Amélie Nothomb– y El talento de los demás.

Aparentemente, Tatami podría no ser gran cosa, pero está bien contada y bien escrita –se maneja con soltura Olmos en los diálogos, por ejemplo– y tiene dos personajes de un interés notable; quizá más ella que él: Él habla y habla, solo de una cosa, es verdad, pero en esa cosa percibimos toda la esencia de su personalidad, de tintes nihilistas y desesperanzados, el típico personaje de novela contemporánea que aspira a ser modernita. Pero esta novela no es eso, pues el contrapunto de la chica, una chica formal podríamos decir, sensata, poco tolerante con las tonterías ajenas, este contrapunto compensa la narración y enriquece el resultado de la historia. Hay una lectura posible: que los dos representen las dos facetas que todos tenemos.

A diferencia de los aviones, si en esto de internet nos ponemos pesados, es fácil librarse. Pero ustedes no lo van a hacer... ¿verdad?

Evaristo Aguirre
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Nota net: Me irrita que algunos lectores críticos hagan de menos Tatami porque "sólo tiene 100 páginas" cuando, por otro lado, se la pasan alabando cuentos, microcuentos, haikus y demás incompetencias.

domingo, 7 de septiembre de 2008

Top 10 música del siglo XXI

1. Arctic Monkeys.
2. Adam Green.
3. Fujiya & Miyagi.
4. Cansei de ser sexy.
5. The kills.
6. Scissor Sisters.
7. Los punsetes.
8. The Raconteurs.
9. Nacho Vegas.
10. (...)

jueves, 4 de septiembre de 2008

Mis 10 de música

Me encantan las listas.

1. REM
2. Radiohead
3. Rage against the machine
4. Belle and Sebastian
5. Tindersticks
6. Underworld
7. The Smiths
8. The Stone Roses
9. Talking Heads
10. Beastie Boys

martes, 2 de septiembre de 2008

Mis 10

Mi respuesta a los 10 libros que más te han marcado.
63. Alberto Olmos

1. Residencia en la tierra, Pablo Neruda.
2. Primavera negra, Henry Miller.
3. Mortal y rosa, Francisco Umbral.
4. Sombra del paraíso, Vicente Aleixandre.
5. Lazarillo de Tormes, Anónimo.
6. El ruido y la furia, William Faulkner.
7. Poemas humanos, César Vallejo.
8. Pedro Páramo, Juan Rulfo.
9. El extranjero, Albert Camus.
10. Esferas, Peter Sloterdijk.


El País