A finales del siglo XX una colección de libros clásicos, de venta en quioscos, anunciaba sus primeros volúmenes echando mano de una cita de Diderot o Rousseau, no recuerdo bien, en la que se afirmaba que no merecía la pena leer libros nuevos si no se había disfrutado aún del ingente legado literario de la Antigüedad. La primera entrega de este coleccionable fueron Odisea, de Homero, y el Arte de amar, de Ovidio. Me los compré, y aunque conseguí acabar Odisea, pero no El arte de amar, recuerdo que disfruté muy escasamente de mi adquisición.
Italo Calvino reunió en su día bajo el título Por qué leer a los clásicos un puñado de artículos entre los cuales había uno, de título idéntico, en el que defendía la lectura de piezas maestras de siglos pretéritos. El libro en su conjunto me pareció poco interesante, y el artículo en cuestión, realmente vago y de argumentación feble. A fin de cuentas, no hace falta defender la lectura de los clásicos, y menos preguntándose por qué hay que leerlos; más útil sería un artículo que reflexionara sobre por qué los clásicos son clásicos, pues la condición de clásico ya lleva en su núcleo su publicidad y su defensa, y su atractivo.
Durante los últimos meses me he dedicado a la lectura de clásicos. He leído, por este orden, los siguientes:
-Esquilo: La Orestía, Los siete contra Tebas, Prometeo encadenado.
-Sófocles: Edipo Rey, Antígona, Electra.
-Eurípides: Medea, Electra, Orestes.
-Homero: Odisea, Iliada.
-Hesíodo: Los trabajos y los días. Teogonía. El escudo.
-Aristófanes: Comedias.
-Virgilio: Eneida.
-Horacio. Odas. Epodos. Canto Secular. Sátiras. Epístolas. Arte poética.
-Apuleyo. El asno de oro.
-Ovidio. Amores. El arte de amar. Sobre la cosmética del rostro femenino. Remedios contra el amor.
Ahora estoy leyendo Metamorfosis, de Ovidio.
En las primeras semanas, mi determinación de no leer más que clásicos resultó insobornable. Acudía a la biblioteca a por algún libro antiguo y conseguía muy fácilmente pasar por delante del estante de novedades sin volver la cabeza. Después salía para mi casa con un Horacio o un Ovidio. Sin embargo, poco a poco, la atracción de lo nuevo fue haciendo valer su encanto y acabé cortando mi alta lectura con volúmenes contemporáneos, como Las crudas, de Esther García Llovet, Misisipi y sombrero, de Ray Loriga o Bajo el influjo del cometa, de Jon Bilbao.
Pensaba llegar hasta Borges, y ahora tengo en casa Decamerón, de Bocaccio. O dicho de otra manera: 1.400 páginas que no me apetece nada leer.
Las lecturas acometidas no han sido en modo alguno decepcionantes. Especialmente Ilíada, Ovidio y Apuleyo me han fascinado, he tomado muchas notas, he aprendido bastante y he matizado mi propia visión de la literatura. Sobre todo he acumulado muchos precedentes de temas y recursos que a día de hoy se venden aún como novedosos, cuando llevan 2000 años en tinta.
Sin embargo, a la hora de atacar los clásicos medievales, y a pesar de tener a Shakespeare esperándome a la vuelta de la esquina, me noto harto de estas lecturas, obligado por mí mismo a comer un plato que viene en todos los menús, procesionario insulso de un rito sucesivo y evidente.
Como es lógico, nada a día de hoy puede equiparar la calidad de Ilíada, la fuerza de Shakespeare, el goce de descubrir (no lo he leído) el Paraíso Perdido, de John Milton. Y, sin embargo, tengo más ganas de leer libros nuevos que clásicos.
Me vienen a la cabeza algunos de estos libros nuevos. El mes más cruel, de Pilar Adón; Cómo viajar sin ver, de Andrés Neuman, Corona de flores, de Javier Calvo. Me apetece leerlos. Pienso si no tendrá demasiado que ver con esta apetencia el hecho de que esos libros hayan sido mencionados en varios de los medios o foros o blogs que frecuento, porque evidentemente no anhelo leer libros que no conozco, o que sólo he visto citados una vez, o a cuyo título y autor y portada he atendido al paso en alguna librería. ¿Soy tan estúpidamente permeable a la publicidad? Desde luego, pues no otra cosa es, asimismo, lo que fundamenta el interés que uno tuvo en su día por El proceso, de Kafka, o El extranjero, de Camus.
También me apetece leer a Álvaro Colomer, porque no conocía su existencia y forma parte de los escritores españoles seleccionados por Lettrétage. Además, tengo una pequeña pila de libros regalados por sus autores, a los que deseo echar un ojo. Finalmente, me gusta ir a la biblioteca y llevarme un libro al tuntún, de esos que giran en los expositores de metal, y que de pronto me da buena espina.
Nuevamente: ¿hay alguna posibilidad de que algo de todo esto sea mejor que Guerra y paz, de Tolstoi (no lo he leído)? La respuesta: no.
Se dice a menudo que un escritor es hijo de su tiempo y que, por ello, debe escribir sobre o desde o alrededor de su tiempo. Es una afirmación que comparto a veces. Pero se me ocurre que quizá un lector también es hijo de su tiempo y, por tanto, también ha de ser un lector de su tiempo, y que de hecho lo es incluso a su pesar.
La lectura de los clásicos, por entrar al ataque, nos sustrae de la vida cotidiana. Por mucho que nos sorprenda la modernidad de Ovidio hablando de amantes y abortos, o la sabiduría de Horacio, tan actual, o la bestialidad tarantiniana de Homero, la lectura de estos libros no deja de ser preceptiva y monologal: leemos para estar de acuerdo. Salvo Hesíodo y, en menor medida, la Eneida, todo lo que he leído me ha parecido maravilloso. Simplemente estoy de acuerdo con el incombatible canon.
Leer libros nuevos, sin embargo, nos deja opinar, nos fuerza a opinar, nos da poder. Hay un diálogo, que no es sólo con la obra, sino con nuestro tiempo, con las reseñas de ese libro y con los lectores de ese libro; con sus ventas, con su fracaso, con sus premios; con el amigo que nos lo ha recomendado, con el amigo al que se lo recomendaremos, ufanos, pioneros, descubridores, sintiendo que leemos desde la independencia y nos sumamos a causas nuevas, en lugar de perpetrar lo obvio.
El libro nuevo nos permite estar ahí, donde están pasando las cosas; su tinta fresca es sangre frente al formol de los clásicos; sus autores son tipos que cruzan a veces una calle que nosotros hemos cruzado, que han visto las mismas películas y han comprado en el mismo supermercado. Eso no los hace mejores, pero los hace nuestros. Shakespeare ya es de todos, pero Pilar Adón o Javier Calvo son nuestra responsabilidad, y por eso leerlos, leer novedades, preferir a cualquiera que ahora teclea a uno que movió la pluma genialmente, es un acto de hermanamiento, una señal de vida, un proceso necesario para la literatura y, sobre todo, la impugnación de una jerarquía: lo mejor no es siempre lo que me hace feliz.
Totalmente de acuerdo. Añadiría que ese "estar ahí", sintiendo una similitud con otras artes (como la música), nos hace más especiales. Ese "diálogo con nuestro tiempo" es una posibilidad de ser pregoneros de lo bueno que el resto espera a que le descubran. Simple y llanamente, como casi todo, el reconocimiento de los otros.
ResponderEliminarEn cualquier caso, a mi me basta con tus menciones para ir a la librería nobel, aunque te utilice en parte como intermediario.
Gracias.
p.s.: Creo que hay una errata: "Eso nos los hace mejores"
Qué lúcido.
ResponderEliminarSí, Álvaro Colomer, del que colgué hace poco una entrevista en mi blog, es un autor que terminará significándose más que nada por el concepto que defiende de qué es la literatura y cómo hay que escribirla y "trazarla". Sólo he leído el de Upsala y antes me leí al autor que le provocó escribir Los bosques de Upsala, Amèry -que habla con muchas razones sobre el suicidio y su lugar en esta sociedad de coches y prisas-.
Me lío. Te dejo. Yo alterno. Dos del tiempo y uno con pasas. Ahora estoy con Aristóteles y su Poética (releyendo), con Montaigne y el influido por él, Bernhard. Tres a la vez. Dejé la costumbre aquélla de uno en uno.
Qué lucido, nene.
Toda tu apología exaltada del lector que cree en los suyos y lee a los de su tiempo, que llevas ya aplicando desde hace años, me maravilla, emociona y convence.
ResponderEliminarPero eso no quita que ese diálogo también se puede dar con libros muertos. También se puede criticar a Dostoievsky, al que por ejemplo yo no soporto, y también se puede compartir con la persona que nos lo recomendó esta u otra opinión. También hay gente a la que no le gusta Bernhard. Y también se puede valorar a x clásico por motivos personales. Yo que sé, a mí me encanta elegir a los míos de entre los muertos también.
Para mí que el diálogo se puede dar siempre y cuando la actitud lectora sea vital, es decir, todo eso que enumeras, de forzarse a uno mismo a opinar, disentir, apoyar, ta ta ta... Que vamos, es la única manera de darle vida a esto. Uno no deja de ser lector de su tiempo ni aún cuando lee a Ovidio, porque no lo lees desde entonces, sino desde ahora. Y lo de perpetrar todos lo mismo... anda que no hay gente que se echa a las calles a leer Novedades y a opinar luego todos lo mismo.
Lo que tú ves como una comunicación lectora que sólo puede ser real/vital/hermanada con libros de autores de hoy también se puede dar, sin ir más lejos, entre el que sólo lee clásicos y el que sólo lee a contemporáneos. Y ese diálogo también forma parte de la literatura. El diálogo se lo monta cada cual a su gusto, igual que cuando sale a emborracharse.
Genial.
ResponderEliminarLa Ilíada es la polla. De las dos epopeyas, es sin duda la mejor. Muchos prefieren la Odisea. Para leer la Odisea no es necesario conocer, aunque sea por encima, el mito. La Odisea también tiene gore. Lo que más me gusta de la Ilíada es que obedece a la regla del iceberg. Y lo hace de verdad.
ResponderEliminarLos clásicos están ahí, como esa tía que está tan buena con la que me casé hace tanto tiempo. Y los clásicos (mi mujer) echan los mejores polvos. Los mejores. Pero a veces, ¡joder!, a veces apetece salir por ahí a una discoteca juvenil y liarse con una gorda y fea. No es calidad, no es "lo mejor", pero le da un airecillo a uno...
ResponderEliminarSe puede leer de lo uno y de lo otro. Se debe alternar. ¿Se ponen celosos los clásicos?
Enorme reflexión, Alberto.
Un saludo,
Javier.
Wow, cuánto sabeis todos de todo. Sois tan geniales. Estais haciendo historia. Habeis cambiado la literatura para siempre.
ResponderEliminarEres como los niños que sólo quieren comer gominolas.
ResponderEliminarPero...¿quién dijo que solo haya que leer a los clásicos?
ResponderEliminarMe parece que estamos levantando una resistencia héroica y megatransgresora contra un enemigo que no existe.
Práctica muy común, por otra parte, en los tiempos que corren.
¿Quién dice que uno no pueda leerse un Ovidio y después un Olmos y después un Mortadelo y Filemón?
Se escucha a menudo; Javier Marías en alguna entrevista anteponía las diez novelas que le quedaban por leer de Dickens a cualquier novedad, etc.
ResponderEliminarEl de las gominolas es un símil bastante acertado.
Gracias por vuestros comentarios.
A veces pienso que leer a los clásicos es una opción fácil: cien eruditos llegaron a la conclusión de la bondad de una obra, ha sido vendida muy bien y regularmente a lo largo del tiempo...
ResponderEliminarLeer novedades es arriesgarse, invertir en renta variable frente a la renta fija de los clásicos.
Me ha gustado mucho este artículo, he disfrutado.
¿Qué le pareció Prometeo encadenado de Esquilo? ¿Y Los siete contra Tebas? De Esquilo lo he leído todo, de Sófocles y Aristófanes un par de cada cual, de Eurípides nada. Las Metamorfosis es una obra grande, inmensa. No sigo que me pierdo.
Dicen que El Satiricón, de Petronio está muy bien, es como el Sálvame deluxe de aquellos tiempos. ¿No lo ha incluído en la lista?
A veces me entran ganas de proclamar a lo profeta en las puertas de la Fnac y Casa del libro: ¡Leed a los clásicos como si fuesen novedad, y a los nuevos como si fuesen clásicos!
Pero aún soy muy niño para salir de moñas en los papeles.
Tengo un par de amigos que sólo leen clásicos, ojalá ese muro pudiera ser derruído, más que nada porque el aire no se enviciara.
Mis lecturas favoritas, dentro de esta incursión clásica, han sido La Orestía, de Esquilo (no tanto Prometeo o Los siete) y Medea, de Eurípides (fascinante violencia, pedazo de mujer); también, va dicho, Ilíada; y El asno de oro ya sólo por el relato de los amores de Psyque y Cupido, seguramente la historia más fascinante, imaginativa y perfectamente narrada que he leído en años. ¡Y no sabía nada de teoría literaria o mcguffin o tramas Apuleyo!
ResponderEliminarDe Ovidio sólo me ha gustado, dentro de su obra amorosa, Amores, bastante canalla. Metamorfosis va bien, un poco demasié de historias y personajes, pero bien.
Aristófanes me ha parecido una payasada sin interés. Hesíodo, un precedente de los libros de Cómo hacer...
Entre medias de todo esto metí, no sé por qué, un clásico más reciente: La educación de Henry Adams, por Henry Adams, al parecer canónico en USA. Me decepcionó bastante.
Lo que a mí me ha pasado siempre con los clásicos es que no he tenido ningún colega con gustos y educación literaria similares a los míos que me haga el "trabajo sucio" y me diga: prueba con esto, que es legible 2000 años después, y huye de aquello otro que es plúmbeo a tope. Gracias por ejercer el papel de ese colega.
ResponderEliminarY por cierto, lee Corona de flores, que es para quitarse el sombrero y la tapa de los sesos.
Los que sólo leen a los clásicos son imbéciles que si hubieran vivido en la España del s. xvii no habrían leído a Cervantes ni a Lope ni a Quevedo porque sólo leían a los clásicos; si hubieran vivido en Francia en la segunda mitad del siglo xix no habrían leído a Fluabert, a Zola, a Verlaine ni a Baudlaire porque sólo leían a los clásicos; si hubieran vivido en EUA en la década de los cuarenta no habrían leído a Faulkner, a Hemingway ni a Steinbeck porque sólo leían a los clásicos y hoy en día no leen a ??????? porque sólo leen a los clásicos (o peor aún, sólo leen "rescates valiosísimos" en las editoriales X, Y, Z).
ResponderEliminarPor otro lado, Javier Marías y Pérez Reverte tienen todo el derecho del mundo a leer sólo a los clásicos. Elegir lo que leemos es una de las pocas libertades (relativas) que nos quedan.
ResponderEliminarLo que no se entiende es que escriban y publiquen. Es de una soberbia inconmesurable publicar y no leer a tus contemporáneos.
Te has vacunado contra los clásicos. Pareciere.
ResponderEliminarLos clásicos implican el riesgo de lo obvio y los contemporáneos -o mejor los desconocidos [actuales o no]- un salto al vacío del criterio, según he entendido en tu argumentación. Es honesto leerlos, honesto y necesario porque no podemos permitirnos el lujo de despreciar genialidades sólo porque han nacido en la misma época que nosotros o publican en la editorial vecina. Es mezquino eso. Y, por mezquino, abunda.
Y no obstante, el binomio clásico-contemporáneo parece un pack indivisible del supermercado literario: cuando alguien nuevo despunta, corre a comparársele con un clásico [el nuevo Neruda, el nuevo Swift, la nueva Safo]. Eso es porque necesita la sanción del clasicismo, la publicidad natural que, como apuntas, conlleva ser un clásico.
En realidad, se lee mucho menos a los clásicos que a los contemporáneos y, cuando se leen, salvo contadas excepciones, el botín real que uno se lleva parece menor que el de la lectura de alguien actual. Los clásicos funcionan como un botín simbólico y se exhiben a modo de insignias. Y luego, cuentan con un grave problema: cuáles son, exactamente, los clásicos? Hay pocos, pocos indiscutiblemente clás.
La mayoría de los indiscutiblemente clás. son los muy antiguos que han sobrevivido a incendios, naufragios, casualidades o torquemadas.
Quizás por el influjo diabólico de Borges, los clásicos parecen estar ahí únicamente como vía de evasión del mundo literario [del actual, el de nuestros contemporáneos] cuando éste nos ha herido.
Y ya hemos erosionado entre todos la bonita palabra clásico.
Lo malo de los clásicos es que no se pueden leer en diagonal, encima.
ResponderEliminarEl problema es que como sigan al nivel de sus dos últimas obras Pilar Adón y Javier Calvo van a acabar siendo clásicos y te van a poner en un brete.
ResponderEliminarPor otro lado, siempre que se refieren a algunos autores como demasiado "cinematográficos" pienso en La Iliada.
Si un escritor es hijo de su tiempo y escribe sobre él, está escribiendo sobre su padre. ¡Malo!
Me gusta mucho el diseño nuevo del blog.
Sí, a mi también me gusta mezclar, lo ecléptico, como con la ropa. Es más divertido. Entre La Tenpestad, Naranjas de Sangre y Tatami, me he leído Marie Claire y Diez Minutos,
ResponderEliminarque también son clásicas...
Clea
A mi me pasa igual, necesito y me prodigo en la literatura contemporánea. Aunque en mi caso no leo nada de literatura clásica. De pequeño tenía el afan de leer a todos los clásicos, pero me aburrí. De igual forma que me aburrí de leer best-sellers de más de cuatrocientas páginas. Ahora tengo otros deberes, como por ejemplo centrarme más en la literatura joven contemporánea de nuestras tierras. No vaya a ser que me quede estancado en Lorrie Moore, Paul Auster o Joyce Carol Oates y me pierda lo que hacen mis coetáneos más cercanos! :)
ResponderEliminarOff-topic con permiso:
ResponderEliminarAl que dice que lo último de la Adón es muy bueno; al terminar la mitad de los cuentos yo me quedaba con hambre. O miraba por encima del libro a mi alrededor, a ver si el mobiliario de la estancia me daba alguna pista de por qué no había pillado el chiste. De lo muy muy muy muy muy sutil a lo mágico hay un paso, y de lo mágico a lo coñazo no hay distancia alguna. Se intersectan peligrosamente, de hecho.
Uno de mis clásicos favoritos en Herodoto. Su "Historia" es bastante curiosa y amena (aunque siempre mejor en versión reducida, claro, no nos pasemos de gafapastas...)
ResponderEliminarY tambien porque este tiempo necesita urgentemente ser narrado, porque nunca el tiempo paso tan deprisa,ni nunca nos sentimos tan solos, por eso ahora necesitamos tanto de la ficcion, para poder sostenernos. No odio a los clasicos, pero si a las novelas historicas que me parecen- la mayoria de las veces- el instrumento de un autor acomplejado. Gracias por decirlo,hikiko.
ResponderEliminarSigo pensando que la cuestión es que el que lee un clásico no es diferente, no lo puede descubrir. En cambio sí se puede descubrir algo contemporáneo. Descubrírselo a uno mismo es descubrírselo al resto del mundo (aunque uno ni lo mencione).
ResponderEliminarUno lee un clásico, lo flipa, y se dice a sí mismo (es decir, a los demás): "Esto es la ostia". Y uno mismo (los demás) se responde: "No jodas. Bienvenido al club"
Un saludo.
Los clásicos. Bueno, podía haber sido mucho peor, podía haberte dado por leer a poetas contemporáneos.
ResponderEliminarPues sí.
ResponderEliminarAlberto, te paraste frente a Las crudas, de Esther García Llovet, Misisipi y sombrero, de Ray Loriga o Bajo el influjo del cometa, de Jon Bilbao. Y bueno, ¿qué tal? ¿Recomiendas alguno?
ResponderEliminarUn abrazo,
Cansino.
No especialmente. Eso sí, son cortitos.
ResponderEliminarMe encanta mi nuevo apelativo.
ResponderEliminarDe ahora en adelante firmaré así:Cortito.
Por cierto, has leído algo de Fernando San Basilio? Lo recomiendas?
No lo he leído. Espero hacerlo pronto.
ResponderEliminarYo también espero leerlo, pero en la biblioteca de mi barrio no lo tienen. Viniendo de la mano de Bértolo, promete. Pero sobre todo fue una entrevista radiofónica, en la que parecía un tío divertido, lo que me despertó las ganas.
ResponderEliminarOtro al que quiero catar es al tal Patricio Pron.
Cortito.
Estoy de acuerdo
ResponderEliminarA ver cuando actualizamos algo. Oye.
ResponderEliminarPOR QUÉ SÍ LEER A LOS DICHOSOS CLÁSICOS
ResponderEliminarLos clásicos son un alivio precisamente por lo contrario de lo que se suele afirmar (su eterna vigencia, etc.): porque no son nuestros contemporáneos haciéndose propaganda, mercadotecnia o marqueting (véase Lector Malherido), sino que se lo hacen a su costa otros en los suplementos literarios.
Los clásicos además son una sorpresa maravillosa cuando reulta que descubrimos que muchos no eran un peñazo (otros sí, muchos, se quedaron anticuados, por lo que dejarían de ser clásicos, digo yo).
Finalmente, los clásicos sí descubrieron la pólvora, o la descubrieron los primeros: metaficción (Cervantes), Viajes (Sterne), Ensayo divagante (Montaigne), rijoso (Apuleyo), novela histórica/saga (Iliada), culebrón (Eurípides) etc.
¿Por qué te has saltado a Montaigne y Rabelais, qué te pasa con los franceses?
Sí, a ver si actualizo.
ResponderEliminarLansky, los franceses me los tengo más leídos, creo. La princesa de Cleves, Manon Lescaut, Moliere y Racine, Diderot and company, Sade, De Maistre, y luego el XIX y el XX, en sus hitos principales.
Rabelais, como Quevedo, me entra mal. Esa lite del medievo es un poco sucia para mi atildado paladar.
También he leído El libro secreto de los mongoles.
La lectura en diagonal está reservada a los escritos con un mínimo de talento.
ResponderEliminarSu fluidez lo permite.
Los clásicos [de Ilíadas a Montaignes] SIEMPRE se leen en diagonal: si nos dan la sensación de que los podríamos haber escrito nosotros! [si tuviéramos ese vayaustedasaberqué]
Lo mismo les sucede a algunos afortunados contemporáneos. Ahora no me cabe duda.
Aunque considero importante leer "lo nuevo", apoyar el arte que de lo contrario no tendrá un mañana, los argumentos que expones para defender su lectura son vagos y superfluos (prefiero los comentarios). Es evidente que nunca leíste a Homero, ni a Virgilio, ni a ninguno de los clásicos que nombraste, aunque hubieras recorrido sus páginas con los ojos, mecánicamente. Los lectores del futuro no van decidir que van a leer mirando las estadísticas de las librerías.
ResponderEliminarUn lector de su tiempo debería saber lo que significa ese tiempo. El pasado está imbricado en el presente, interconectado en todas sus manifestaciones. Además ¿Cuántos leyeron a Poe en su tiempo? ¿Cuando fue el tiempo de Poe?
La defensa de la lectura de lo nuevo acribillando lo "viejo" es absurda. Plantear las cosas como una dicotomía es absurdo, y no es propio de los lectores de este tiempo, que hace rato aprendimos a apreciar los matices.
Claro que se puede disfrutar leyendo una obra clásica, pero precisamente por su estatus, lo normal es que todos aquellos aspectos responsables de su vigencia (estilísticos, temáticos..)ya nos hayan llegado a través de autores posteriores (buscar al primero que, el Origen, es un prejuicio además de un vicio). Menos arqueología y más arquitectura.
ResponderEliminar"-”Las conclusiones de la pasión son las únicas dignas de fe”, qué duda cabe, la fe es un motor poderoso capaz de movilizar la idea más abstracta, conclusiones que carecen de verbo pero que a la vez y sin embargo penetran con la firmeza misma del pensamiento, pero la respuesta que obtengamos a nuestras dudas, a esas dudas que componen nuestra fe, en el juego de estrategias que supone la dialéctica, siempre dependerá de las palabras que con mayor o menor fortuna haya conjugado el autor para obtener las cuentas de su ábaco. Las ideas, al igual que los sonidos, los colores, la naturaleza, se desplazan en una dirección única, pero tenga en cuenta que el sentido que adquiere la idea en ese vasto canal de dirección fácilmente puede volverse errático, en especial cuando para surcarlo empleamos las frágiles balsas que nos conceden los términos absolutos. Escoja bien a su autor para responder a sus dudas en cada momento... En cualquier caso, si encuentra ser fea y aburrida su mayor condena, querida amiga sepa al menos, si le sirve de consuelo, que la comparte con buena parte de la comunidad de filósofos y escritores."
ResponderEliminarUn pedazo de actualidad.
Por cierto señor Olmos, cuando encuentre usted tiempo y ánimo espero que conteste a su correo, nada importante, lo de siempre, un vulgar tránsito de cortesías para acabar con la plegaria por "tráfico de influencias" [sic] de rigor.
Un caluroso y varonil abrazo
Más: El texto, tan solvente como siempre blablabla..., sin embargo chirría (al menos a mí me chirría) en la exposición de la idea que pretende conciliar la cultura con su tiempo, esa suerte de darwinismo cultural por el que un lector al "leer libros nuevos, sin embargo, nos deja opinar, nos fuerza a opinar, nos da poder" de lo que inferimos que por el contrario los clásicos nos lo restan.
Es decir, que opinar en los bares, con un amigo o en un chat sobre literatura, mientras que ésta sea actual, es algo que nos da poder, ¡poder!, ¡pardiez!..., o más bien diríamos que es "un proceso necesario para la literatura", para el mercado de la literatura por ende, más que para la cultura en si misma, habida cuenta de los recursos de comunicación con que cuenta hoy cualquier persona que tenga a bien expresar sus insensateces como estoy haciendo yo mismo, esta bendita noche ajada de hastío. Yo diría que se contraponen estas dos ideas, la de poder=deber (también podríamos discutir sobre su inherencia pero este no es el caso, ¿verdad?), de cualquier forma, me ha parecido muy interesante su charla, algo afrutada, toda esa palabrería en torno a la fraternidad del lector, si le soy honesto, pero solvente, y más aún cuando en su vocativo ánimo "Bellum omnium contra omnes" ha afirmado que el artículo de Calvino, le pareció realmente vago y de argumentación feble, en fin...
A sus pies Sr. Olmo
¡¡No hay que leer nada sin ganas!!
ResponderEliminarHe disfrutado de clásicos (quizás no tanto como los tuyos) como La vida es sueño... y otros posteriores como El conde de montecristo, Guerra y Paz, alguna de Dostoyevski, Cumbres Borrascosas, Jane Eyre.. que se cuentan entre mis libros preferidos. POr lo menos con los clásicos te aseguras que el tiempo ha hecho su control de calidad.
Esto es, defiendes leer a los contemporáneos por motivos sociales, no por razones literarias...
ResponderEliminarCada día me explico peor, parece.
ResponderEliminarJolín, no lo decía para agredir, no te pongas a la defensiva. "Hay un diálogo, que no es sólo con la obra, sino con nuestro tiempo, con las reseñas de ese libro y con los lectores de ese libro". Yo sí que leo contemporáneos, pero te aseguro que los leo por placer artístico.
ResponderEliminarA mí tu entrada me ha convencido para leer a los clásicos; es decir, lo contrario de lo que consiguió conmigo el libro de Calvino.
ResponderEliminarSaludos!
Hola Alberto.
ResponderEliminarSuscribo. Y me acuerdo del Discurso Inaugural del Congreso Español de Estudios Clásicos perpetrado por Don Pere Gimferrer en 1987, publicado en un libro titulado Noche en el Ritz, Compactos Anagrama por si no lo conoce y necesita que le iluminen.
Un saludo
Me parece una tontería tratar de leer "alta literatura" sin parón, y más cuando se tiene un guión estricto y cronológico, precisamente porque pasa lo que describes.
ResponderEliminarMi consejo (es lo que yo hago) es que te fíes de tu instinto y de tus ganas. Yo suelo leer clásicos, tanto antiguos como modernos, entremedias de otros libros. Mezclo ensayo, divulgación, relato corto, poesía, teatro y novela constantemente, y también mezclo libros antiguos con modernos y en distintos idiomas. De ese modo también atajo las crisis lectoras, que haberlas, ¡haylas!